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Dos concepciones frente a la revolución latinoamericana

Facundo Aguirre

4 de octubre 2007

La revolución cubana, las concepciones del Che Guevara y su propio ejemplo combatiente, fueron una fuente de inspiración para la generación militante de los ’60 y ’70. Su fuerza radicaba en que la vía cubana, de lucha guerrillera, pregonada por el Che, significaba una ruptura radical con el reformismo de la izquierda tradicional. Sin embargo, la izquierda radicalizada que surgió bajo la influencia del guevarismo se apoyó en la idea de que la revolución latinoamericana debía desarrollarse a partir de la lucha guerrillera, sustituyendo la acción de las masas por la de un grupo de elite y la organización independiente de obreros y campesinos y la construcción de un partido revolucionario, por la de un ejército guerrillero. En este sentido, Guevara, y la izquierda que lo tomó como guía, se colocaban en la línea de continuidad de las revoluciones semicoloniales de la segunda posguerra que llevaron al poder a partidos-ejércitos de base campesina (China, Vietnam, Corea del Norte), dando lugar a Estados obreros deformados y burocráticos desde su origen. Esto se debió a la enorme presión del stalinismo y al retroceso del proletariado en los principales centros imperialistas. Por eso, el Che y la izquierda filoguevarista tomaran como propia la idea de la guerra popular prolongada. Y en el caso del Che concebirán la construcción del Estado obrero burocráticamente, de arriba hacia abajo, con un partido único, dándole un valor nulo a la democracia política para las masas. Las corrientes filoguevaristas auspiciaron en el ascenso de masas de fines de los ’60 y ’70 una política, por ende sustitucionista y guerrillerista, que fue derrotada y que fracasó trágicamente.

Por el contrario, los trotskistas consideramos que hay que construir una dirección política de un partido marxista revolucionario de la clase obrera, que encabece la revolución socialista, entendida como un proceso de autodeterminación de obreros y campesinos, de construcción de organizaciones democráticas de las masas en lucha que sean el poder constituyente del Estado obrero, donde exista libertad de acción de los partidos que actúan en su seno defendiendo el orden revolucionario. Para ello, es necesaria la intervención hegemónica de la clase obrera, que encabece la insurrección popular y la dictadura del proletariado. El trotskismo se guía por el proyecto comunista de la revolución bolchevique y las revoluciones europeas de la primera posguerra que dieron origen a los soviets y consejos de obreros, campesinos y soldados y a la Internacional Comunista dirigida por Lenin y Trotsky. Nuestro punto de vista es también el de las revoluciones proletarias de la segunda posguerra, como la revolución boliviana de 1952, que mediante la insurrección destruyó al ejército burgués y constituyó un doble poder en la COB y sus milicias, revolución traicionada por el nacionalismo burgués; o la revolución política antiestalinista de Hungría de 1956 que puso en pie consejos obreros que marcaban un camino para regenerar el Estado obrero en un sentido revolucionario, como gobierno de las masas autodeterminadas, y que fue ahogada en sangre por el ejército soviético.

Desde nuestro punto de vista, el ascenso formidable de masas que se abrió a partir de fines de los ’60 en buena parte del mundo, que puso en movimiento al proletariado de países centrales como Francia, Italia, Inglaterra, entre otros, de las semicolonias y de los propios Estados obreros bajo el dominio stalinista, como Checoslovaquia y Polonia, planteaba orientarse en el sentido de la revolución social y política que tuviera como sujetos a obreros y campesinos autodeterminados y a un partido revolucionario de la clase obrera.

Sustitucionismo guerrillerista o autoorganización obrera y campesina

La concepción del Che, radical en cuanto a la ruptura con la burguesía y en replantear el problema de la violencia para la toma del poder, es, sin embargo, completamente equivocada en cómo luchar contra la burguesía. El eje de su estrategia es construir ejércitos guerrilleros, de base rural y campesina, que lleven a cabo la “guerra revolucionaria”.

El Che se basa en una conclusión unilateral del proceso cubano para definir su estrategia política: “Consideramos que tres aportaciones fundamentales hizo la Revolución Cubana a la mecánica de los movimientos revolucionarios en América, son ellas:

1. Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército.

2. No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas.

3. En la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo.” (La guerra de guerrillas)

Los trotskistas compartimos la idea -en general- de que las fuerzas populares, la alianza obrera, campesina y popular, puede derrotar mediante la insurrección y la guerra civil al Estado burgués. En este sentido, la iniciativa de las fuerzas revolucionarias, para los trotskistas un partido obrero marxista revolucionario, puede mediante su iniciativa crear condiciones propicias, preparar subjetivamente la lucha por el poder y ser un factor decisivo en momentos de revolución abierta. Para ello, es necesario señalar correctamente cuáles son las tareas de la lucha de clases y denunciar claramente a los enemigos políticos de la revolución y el poder obrero y popular. Se trata de sostener una estrategia para construir una dirección política revolucionaria de la clase obrera en el proceso vivo de lucha de clases, impulsar su proceso de autodeterminación y construcción de organizaciones de lucha y las milicias para la insurrección que sean la base del nuevo Estado.

Para el Che, la iniciativa revolucionaria se reduce a la creación de un foco guerrillero que impulse la lucha armada contra el ejército burgués, desligado completamente de la vida, la lucha y las necesidades políticas de la lucha de clases de las grandes masas.

Para el Che “núcleos relativamente pequeños de personas eligen lugares favorables para la guerra de guerrillas” (Guerra de guerrillas: un método). La autoorganización, la lucha política contra el reformismo, por moldear la conciencia obrera, la selección de activistas y dirigentes en los combates cotidianos de los trabajadores y el pueblo, son ajenos al pensamiento guevarista.

Campo versus ciudad. Clase obrera y campesinado

La concepción del Che sitúa la lucha armada en el campo y establece que el sujeto de la misma es el campesino: “en las condiciones actuales de América (…) los lugares que ofrecían condiciones ideales para la lucha eran campestres y por lo tanto la base de las reivindicaciones sociales que levantará el guerrillero será el cambio de la estructura de la propiedad agraria” (La guerra de guerrillas). El Che es claro en este punto: “el guerrillero es, fundamentalmente y antes que nada, un revolucionario agrario” (Qué es un guerrillero). El Che sobrevalora al campesinado e ignora que es estructuralmente débil y dependiente de la burguesía. La experiencia histórica en América Latina demostró que en su lucha contra el capital, el campesinado sólo logra independencia de la burguesía en alianza con el proletariado urbano y rural. Cuba es un ejemplo, la revolución agraria, sólo fue posible mediante la expropiación de la burguesía, es decir, llevando adelante el programa político de la clase obrera socialista. Cuestión que no era el programa original del M26 cuyo lema era: “Vergüenza contra dinero” y no el enfrentamiento abierto al capital.

El dogma guevarista comete así dos errores: 1- sitúa sus expectativas en despertar a una clase, el campesinado, que por su condición estructural no puede orientar sus luchas de forma independiente de la burguesía, si no es dirigido por la clase obrera; 2- abandona la lucha por la independencia política obrera, condición para que los trabajadores puedan encabezar la alianza obrera y campesina. Es una consecuencia de desertar de las ciudades como terreno de combate donde residen la industria y los servicios, amén del poder político, reforzando así el poder burgués en las metrópolis.

Para el trotskismo, en cambio, la condición esencial de la victoria de la revolución agraria y de las demandas de la pequeñoburguesía está íntimamente ligada a la capacidad de los trabajadores de dotarse de una dirección revolucionaria para liberar al campesinado y a la pequeñoburguesía de la influencia política de la burguesía nacional, de las ilusiones en la reforma del capital y de la necesidad de la insurrección popular para derrotar al Estado burgués.

Gradualismo

La concepción guerrillera del Che es también gradualista, ya que los tiempos de la lucha de clases y de la guerra revolucionaria, que se desarrolla en las condiciones que crea el foco, son distintos. Mientras la lucha de clases dicta sus tiempos y sintetiza fases al calor de la evolución política de la clase obrera y las masas que se autodeterminan, el guerrillerismo tiene tiempos prolongados que se imponen, muchas veces sobre las necesidades reales del movimiento real de las masas. La concepción guerrillerista es por ende burocrática, ya que la constitución de un ejército exige, además, la más férrea disciplina y el mando de los comandantes. Para el Che “La organización militar se hace sobre la base de un jefe (...) que nombre a su vez los diferentes comandantes de regiones o de zonas, con potestad éstos para gobernar su territorio de acción”. Sobre esta base, Guevara concibe la disciplina que “debe ser (...) una de las bases de acción de la fuerza guerrillera (...) Cuando esta disciplina se rompe hay que castigar siempre al que lo hizo (...), castigarlo drásticamente y aplicar el castigo donde duela”.

Esa concepción es opuesta a la idea leninista del centralismo democrático que concibe la disciplina como la necesaria unidad en la acción de los revolucionarios producto del debate democrático entre los militantes. Para los trotskistas, la democracia interna del partido revolucionario está íntimamente ligada a la lucha contra las direcciones traidoras y conciliadoras y a impulsar la creación de organizaciones democráticas de obreros y campesinos. Sobre esa base se puede adquirir una disciplina común en el combate. La concepción del Che lleva a concebir la construcción posterior del Estado sobre la idea vertical de la guerrilla. La concepción trotskista, mediante la propia iniciativa de las masas que resuelven las tareas de la revolución y la construcción de un nuevo Estado (sobre este punto volveremos en una próxima nota).

Ante el fracaso del mal llamado “socialismo real” la recuperación de la idea de la autodeterminación de las masas que siempre defendió el trotskismo, y la superación de las concepciones sustituistas y burocráticas, es indispensable para encarar la lucha de las nuevas generaciones por la revolución y el socialismo. En este sentido, el balance crítico del Che Guevara no empaña nuestro respeto por el revolucionario que dio la vida por lo que consideraba correcto, sino que lo revaloriza para extraer lecciones militantes y aprender de las derrotas.

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