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Fidel Castro en Argentina

El discurso de Fidel: la revolución innombrada

9 de junio 2003

Fidel y el gobierno de Kirchner

Pero Fidel Castro no sólo fue aplaudido en las calles de Buenos Aires. En el Congreso –al momento de la asunción de Kirchner- fue ovacionado por los legisladores presentes. Suerte similar, aunque de menor envergadura, corrieron Hugo Chávez y Lula Da Silva. Este hecho emblemático da cuenta de un cambio en el posicionamiento del nuevo gobierno que quiere dar fe de antineoliberalismo, en ascenso hoy en América Latina. Kirchner, el primer presidente surgido de una elección (aunque a medias) luego de los levantamientos populares de diciembre de 2001, necesita ganar el consenso popular. La visita de Castro fue un espaldarazo a estas intenciones. Además de un impulso a un nuevo eje de la diplomacia latinoamericana que ya ha mostrado su voluntad no de enfrentar al imperialismo, sino de negociar desde otras relaciones de fuerza con los Estados Unidos.
Según el propio Fidel su viaje respondía a una retribución de favores por la abstención argentina en la ONU ante el tema de los derechos humanos en Cuba y además una oportunidad para expresar “solidaridad con la Argentina, con el pueblo y con la actual administración”1. En su discurso en la Facultad de Derecho manifestó que sintió “gran satisfacción y júbilo cuando llegaron las noticias de un resultado electoral en nuestra queridísima Argentina” al que calificó como un “servicio que le han prestado al mundo al hundir en la fosa del pacífico (…) el símbolo de la globalización neoliberal”. Su retórica se entronca así con el intento de las clases dominantes criollas de darle un carácter histórico a las elecciones del 27 de abril para legitimar al nuevo ejecutivo y de paso borrar del horizonte las jornadas revolucionarias de Diciembre. Estas últimas sí fueron un verdadero símbolo, un descomunal golpe al neoliberalismo ya que se echó en las calles al reaccionario gobierno de De la Rúa. Fidel Castro vino a tender con entusiasmo su mano a Kirchner y a la burguesía argentina, que más allá de su discurso, se dispone concretamente a cumplir sus compromisos con el Fondo Monetario Internacional, lo que inevitablemente será a costa de mayores sufrimientos para el pueblo argentino.

Redistribución de la riqueza: ¿Humanizar el capitalismo?

Fidel habló de cómo Cuba pudo avanzar cualitativamente en mejorar las condiciones de vida e hizo hincapié en los grandes avances en la educación y la salud. Sin embargo, omitió decir que dichas conquistas no cayeron del cielo, que fueron el producto de haber roto con el imperialismo, expropiado a la burguesía y a los terratenientes y liquidado la propiedad privada.
Estos hechos fundamentales no constituyen para Castro un ejemplo a seguir. Por el contrario afirmó que “la violencia no parece ser el camino”2 desterrando como alternativa para el resto de los países de América Latina la ruptura radical con el imperialismo y la lucha contra el sistema que toda revolución implica y asumiendo como posible una “distribución equitativa de la riqueza” en los marcos del capitalismo. Remarcó que “con el uso adecuado de los recursos no tendrían ni necesidad de hacer un cambio revolucionario”.
Fidel opone la idea de la redistribución del ingreso a la lucha contra el capital. En sus palabras, “no (se) necesita ni siquiera confiscar”. Nos propone tan solo paliar las injusticias del sistema. Acorde a esto es que llama a un cambio sin expropiar a los expropiadores, sin confiscar a los confiscadores, sin afectar la propiedad privada de los medios de producción. Una “transformación” que dejaría en pie las desigualdades inherentes al capitalismo y la dominación burguesa causante de la catástrofe humana que recorre la sociedad de nuestros días. ¿Cómo es posible satisfacer las necesidades de las masas, cómo lograr lo que conquistó la revolución cubana sin poner todas las fuerzas productivas al servicio del conjunto de la sociedad? ¿Cómo es posible terminar con el hambre, la pobreza, la desocupación estructural, la mortalidad infantil, sin atacar al régimen social que las provoca, sin expropiar la gran propiedad de la tierra, sin tocar los intereses de la gran industria y del capital financiero, sin repartir las horas de trabajo entre todas las manos disponibles? ¿Cómo es posible pensar que se pueden utilizar los recursos destinados al militarismo y a la maquinaria bélica para terminar con el analfabetismo y las enfermedades de la miseria sin quebrar la resistencia del sistema capitalista imperialista que necesita desarrollar su fuerza de destrucción?
Una transformación social radical se enfrenta inevitablemente a estos dilemas. Esa ha sido la gran lección de la revolución cubana y, por la negativa, de todas las revoluciones que al no haber tomado medidas anticapitalistas, fracasaron regando con sangre el territorio de nuestra América.
El capitalismo es un régimen social basado en la explotación de la fuerza de trabajo, en la degradación y exclusión de grandes masas de la población, en beneficio de un puñado de grandes burgueses que buscan de forma insaciable asegurar y aumentar sus ganancias. No denunciar esto y proponer actuar en consecuencia, lleva a sembrar la ilusión de que es viable humanizar al capitalismo. Se termina apelando a la “buena voluntad” o a la “buena intención” de la burguesía para “redistribuir” a favor de los que menos tienen, desterrando así toda perspectiva revolucionaria. Vaya paradoja de alguien que se vio obligado a tomar medidas confiscatorias contra el capital tanto “nacional” como imperialista –contrarrevolucionario por esencia– para defender su revolución.
Fidel Castro asume como propia la ideología redistribucionista, en consonancia con la prédica de movimientos antineoliberales. Estas ideas más aún de cara a la crisis capitalista mundial, de las tendencias guerreristas del imperialismo yanqui, que amenazan a los pueblos del mundo, a la revolución cubana misma y que Fidel Castro describe en su alocución, no pueden más que significar una utopía.
En la década del "60 el Che Guevara señaló claramente que “las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo y solo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución”3. El Fidel Castro que vino a la Argentina, lejos se encuentra de estas afirmaciones de su compañero de la Sierra Maestra. Distante de estas enseñanzas reiteró lo mismo que había recomendado al pueblo nicaragüense a principios de los ’80: “no hagan de Nicaragua otra Cuba”. El triste derrotero de la revolución sandinista, es una muestra de la fatalidad de sus afirmaciones.
Fidel Castro vino a decir que el futuro de nuestros pueblos está del lado de Lula, el confiscador de las jubilaciones del pueblo brasileño, el mismo que no duda en optar por el FMI y la burguesía paulista; del lado de Kirchner, Duhalde y Lavagna representantes de un viejo régimen que ha llevado al 53% de la población bajo la línea de la pobreza.
El Che Guevara tenía razón cuando señalaba el carácter cobarde de las burguesías nativas. Los cimientos de un cambio profundo no descansan en el personal político de las clases opresoras, respondan estas a un capital nacional o imperialista, sino en los millones de oprimidos que en estos años han empezado a sacudir el continente con sus luchas. En los trabajadores y campesinos peruanos que se levantan contra Toledo; en los cocaleros y obreros bolivianos que pelearon contra Sánchez de Losada, en los trabajadores ocupados y desocupados, en las asambleas populares de Argentina. La revolución cubana, no encontrará en quienes se ofrecen como humanizadores del capital una sólida defensa. La América explotada y oprimida, es y será el único reaseguro de las conquistas de la revolución.

NOTAS
1 Clarín, 1 de Junio de 2003. Destacado nuestro.
2 Idem.
3 Discurso de apertura en la Conferencia Tricontinental.

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