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Historia

LOS MITOS DEL BICENTENARIO - TERCERA ENTREGA

La lucha por la independencia: una guerra anticolonial

La revolución de mayo dio inicio a un conjunto de acontecimientos que terminaron con la dominación colonial de España sobre el virreinato del Río de la Plata. La resistencia de los peninsulares al intento criollo de constituir un poder político propio provocó un enfrentamiento militar entre los criollos rebeldes y la monarquía española.

Florencia Grossi

3 de junio 2010

La revolución de mayo dio inicio a un conjunto de acontecimientos que terminaron con la dominación colonial de España sobre el virreinato del Río de la Plata. La resistencia de los peninsulares al intento criollo de constituir un poder político propio provocó un enfrentamiento militar entre los criollos rebeldes y la monarquía española.

De esta manera, el proceso histórico se radicalizará y dará inicio a la guerra de independencia, que se extendió entre 1810 y 1824, y se transformará en una guerra anticolonial que concentró en su interior un conjunto de guerras civiles expresión de las profundas contradicciones internas del mundo colonial. Este enfrentamiento y la contrarrevolución hispánica fueron el lugar de la desarticulación del viejo orden colonial concentrando las principales transformaciones del período.

 
La guerra contra el poder español

 Los territorios en donde se libraron batallas y sufrieron la destrucción propia de la guerra. Estos fueron: norte del virreinato del Río de la Plata, Tucumán, Salta, Jujuy, el Alto Perú (Bolivia), Perú y hacia el este de Buenos Aires, la Banda Oriental, hoy Uruguay. Estas eran zonas económicamente muy importantes en la colonia y fueron el centro de las fuerzas realistas. Hacia allí se dirigieron las incursiones militares y se concentraron los recursos contra el dominio español. Sin embargo, la guerra no fue un enfrentamiento entre un ejército americano de “voluntarios” y otro regular español. Sino que, junto al intento constante de crear un ejército regular, el más importante es el comandado por San Martín, actuarán las milicias con sus guerras de guerrillas. Los levantamientos indígenas, los sitios a las ciudades peninsulares como el de Montevideo en 1811, la leva forzosa de esclavos y mestizos, las tácticas de tierra arrasada y el desplazamiento masivo de las poblaciones, también serán parte de este escenario de guerra.

Así la fuerte resistencia de los peninsulares planteó la necesidad del uso de la violencia y de medidas de represión contundentes hacia la contrarrevolución. Un ejemplo de ello lo encontramos en el Plan de Operaciones escrito por Mariano Moreno orientado a profundizar el proceso independentista y reprimir al enemigo. Pero también “la guerra a muerte” contra los peninsulares, como dirá Castelli, implicará la confiscación de propiedades de españoles, la requisa de dinero y otras medidas necesarias para financiar la guerra. El enfrentamiento entre guerra anticolonial y contrarrevolución irá radicalizando las posiciones, así las clases dominantes criollas pasaron de la búsqueda de un poder político autónomo a luchar por la ruptura absoluta del lazo colonial con España.

Las guerras civiles y los proyectos de organización estatal

Durante el transcurso de este periodo estallaron diversas guerras civiles entre las heterogéneas elites criollas regionales que, a la vez que enfrentaban al poder de la corona española, también chocaron entre sí. Además hubo disputas entre diferentes proyectos de organización política y económica. Buenos Aires, ex capital del virreinato buscará mantener bajo su órbita al resto de las ciudades y provincias. El Alto Perú constituirá una nación diferente y Paraguay se independiza en 1811. Pero el proyecto que de manera más contundente enfrentó a los porteños fue el planteado por Artigas, que en la Banda Oriental encabezó la rebelión de los sectores explotados del campo y expresó una forma de resolución del conflicto por la tierra con un programa que contenía aspectos de reforma social y democrática.

El proyecto artiguista levantaba la bandera de la “soberanía particular de los pueblos”. La unión voluntaria de esas soberanías era la base para una futura “Confederación de Repúblicas del Plata” basada en la igualdad entre las provincias. Artigas, quien provenía de una familia de hacendados, expresó una alianza heterogénea y multiclasista de la población rural, defendiendo los derechos de los “más infelices” y elaboró un proyecto de Código Agrario con rasgos democráticos radicales. En 1815 propone el “Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental” en el que se establece la confiscación, expropiación y reparto de las tierras buenas de los “malos europeos y peores americanos”, en favor de aquellos desposeídos de este bien. Esto implicó el enfrentamiento en varios frentes a la vez. Es por ello que la elite oriental se unió a los criollos de Buenos Aires para derrotarlo con el “visto bueno” de Gran Bretaña, permitiendo la invasión portuguesa de la Banda Oriental. Quedó trunco uno de los proyectos de organización política y social con rasgos democráticos más progresivos de la época.

Una vez finalizada la guerra de independencia, las contiendas civiles tomarán mayor virulencia. A diferencia de lo que plantean los liberales, ni Rivadavia ni Mitre serán la continuación del proyecto de Moreno y del sector “jacobino” de la Primera Junta. Así como tampoco Rosas será la expresión “antiimperialista” del proyecto artiguista como dicen los revisionistas. Todo lo contrario, después de 1820 los distintos proyectos de las elites criollas no constituirán el objetivo de poner en pie una nación independiente.

En el plano local, no existía una burguesía de envergadura nacional, sino distintas fracciones criollas que expresaban el poder de las oligarquías regionales caracterizadas por su “raquitismo” y “localismo”, cuestión que impedía un desarrollo nacional e independiente. El triunfo de una de estas fracciones, la oligarquía porteña-bonaerense, implicará la subordinación completa del resto del territorio al proyecto de Buenos Aires, a su vez, que ésta consolidaba su proyecto agroexportador y se sometía al mercado mundial dominado por Gran Bretaña. El estado centralista consolidado en 1880 es expresión de este triunfo. 

Las “clases peligrosas” contra el orden colonial 

La guerra de independencia y la dislocación del orden colonial serán un escenario propicio para la intervención de los sectores explotados por sus demandas. Esto implicará una constante tensión entre los criollos dominantes y los indígenas, esclavos y mestizos. El temor que despierta la intervención “popular” es lo que explica la ambivalencia de los criollos ricos tensionados entre la necesidad de imponer una serie de cambios políticos y la urgencia por mantener el sometimiento de las clases explotadas; ambivalencia entre de revolución y orden que se enarbolaron en la época.

A pesar del conservadurismo de los criollos, esta presencia popular y las necesidades impuestas por la guerra anticolonial, obligaron a los mismos a tomar algunas de las medidas que apuntaron a una transformación limitada del orden social. Pero en el terreno de la guerra anticolonial, esta ubicación conservadora de los criollos implicará que el poder realista se asiente durante más de una década en el Perú. Esto se explica porque años atrás, un levantamiento indígena dirigido por Tupac Amaru había conmovido a la región y alertado a españoles y a los criollos ricos sobre el odio social. Es frente al miedo de una nueva rebelión indígena que los criollos optarán ser protegidos por la corona antes que luchar por la independencia de España, lo que significaba en el futuro lidiar ellos solos con las rebeliones de las clases explotadas. 

El resultado de la guerra implicó la ruptura del orden colonial con la monarquía española. Sin embargo, pese a los planteos “americanistas” como los que formularon Bolívar o San Martín, primó la desarticulación de todo el continente americano; sólo del ex virreinato del Río de la Plata surgirán en las próximas décadas cuatro estados diferentes: Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia. A fines del siglo XIX cada una de estas naciones estará subordinada al capital imperialista, ya que las oligarquías nativas serán profundamente antinacionales y privilegiarán su relación con Gran Bretaña, inaugurando un nuevo pacto neocolonial.


El “jacobinismo” en la Revolución de Mayo

Las posiciones de los criollos que participaron en la formación del primer gobierno revolucionario, la Primera Junta, no eran homogéneas. A los pocos meses se enfrentarán dos posiciones, una moderada y otra más radical, llamada posteriormente “jacobina”, haciendo alusión a la denominación que los criollos encabezados por Saavedra hacían sobre Moreno, Castelli y Monteagudo. Estas influencias expresaban la repercusión, y su traducción a las disputas políticas locales, de la innovación y ruptura de la experiencia política que había abierto la revolución francesa.

Lejos estaba la estructura colonial americana de ser feudal. La relación con el mercado mundial había articulado un tipo de capitalismo atrasado que, sin embargo, combinaba muchos elementos precapitalistas. Es por ello, que aunque limitadas, muchas de las reformas y medidas que se implementaron luego de la revolución de mayo implicaron eliminar los resabios del “antiguo régimen”. En primer lugar, esto significaba terminar con los privilegios de los “mandones” (españoles) en el continente, aspectos importantes de la revolución política, pero también los decretos de “igualdad jurídica” que buscaron terminar con la división de castas entre criollos, indígenas y mestizos; la abolición del tributo y la mita, la libertad de comercio y el “derecho de vientres”, medida parcial contra la esclavitud, significaron medidas inspiradas de las revoluciones burguesas.

Así, el “momento culmine de la revolución”, como plantea Liborio Justo, fue la proclamación del fin de la servidumbre indígena realizada por Castelli en 1811 en las ruinas de Tiahuanaco, que aunque no tuvo efectos de aplicación inmediata, implicó afirmar que los indígenas eran “iguales a todas las demás clases en presencia de la ley”.

Sería un error identificar acríticamente el “jacobinismo” de los hombres de la Primera Junta con sus pares franceses. Por un lado, la débil burguesía criolla era una fuerza social incapaz de transformar radicalmente el orden social, su formación diversificada y localista impidió la conformación de una nación independiente, una vez emancipada de los lazos coloniales articuló nuevos lazos de dependencia con el capital inglés. Por otro lado, las clases dirigentes criollas, incluso sus alas más radicales. La intervención de las “clases peligrosas” en Francia, los sans-culottes de la revolución, imponiendo sus demandas y sus métodos radicales y violentos para terminar con la desigualdad, habían cuestionado el conjunto del orden social. Los criollos eran conscientes que su poder se asentaba sobre la opresión de millones de explotados que provenían del mundo colonial.
Ya la revolución negra en Haití había mostrado lo que significaba un levantamiento de esclavos. Por ello, su “jacobinismo” fue limitado y contradictorio, las medidas tomadas contra el “antiguo régimen” no implicaron un trastrocamiento de lugar de las clases explotadas y oprimidas, preservando su lugar subordinado.


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