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Sobre el parlamentarismo y la estrategia bolchevique

Este texto de León Trotsky, consagrado a la enseñanza de los combates armados en Austria y España, en 1934, establece una polémica con las posiciones reformistas de la socialdemocracia europea que contraponían la acumulación parlamentaria a la estrategia de toma del poder por la clase obrera

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7 de julio 2011

Este texto de León Trotsky, consagrado a la enseñanza de los combates armados en Austria y España, en 1934, establece una polémica con las posiciones reformistas de la socialdemocracia europea que contraponían la acumulación parlamentaria a la estrategia de toma del poder por la clase obrera.

En los fragmentos que reproducimos, Trotsky traza algunas definiciones sobre la estrategia bolchevique, la relación entre preparación y lucha abierta por el poder y otras que son de gran valor para establecer los planos de la estrategia y la táctica en la práctica política de los revolucionarios, incluyendo el recurso a la acción parlamentaria.
El texto completo puede leerse en ww.ceip.org.ar

Enseñanzas de la derrota de octubre de 1934

La impotencia del parlamentarismo en las condiciones de crisis total del sistema social del capitalismo es tan evidente, que los demócratas vulgares en el movimiento obrero no encuentran un argumento para defender sus petrificados prejuicios. Con mayor razón, está dispuesto a asirse a todos los fracasos y a todas las derrotas sufridas en el camino revolucionario. El desarrollo de su pensamiento es el siguiente: si el parlamentarismo puro no ofrece salida, con la lucha armada no se mejora la situación. La derrota de las insurrecciones proletarias en Austria y en España son ahora para ellos, por supuesto, el argumento preferido. De hecho, en la crítica del método, revolucionario, la inconsistencia teórica y política de los demócratas vulgares aparece aún más claramente que en su defensa de la podrida democracia burguesa.

Nadie ha dicho que el método revolucionario asegure automáticamente la victoria. Lo decisivo no es el método en sí mismo, sino su aplicación correcta, la orientación marxista de los acontecimientos, una organización poderosa, la confianza de las masas conquistada a través de una larga experiencia, una dirección perspicaz y firme.

El resultado de un combate depende del momento y de las condiciones del conflicto, de la relación de fuerzas. El marxismo está lejos de pensar que el conflicto armado es el único método revolucionario, una panacea que puede emplearse en cualquier ocasión. En general, el marxismo no conoce fetiches, ni parlamentarios ni insurreccionales. Todo vale, en su lugar y en su tiempo. Hay algo que puede decirse desde el principio: por el camino parlamentario el proletariado socialista nunca y en ningún lado ha conquistado el poder, ni siquiera ha estado cerca. (…) La burguesía no ha permitido a los socialdemócratas y laboristas que llegaran al poder más que con la condición de que defendieran el capitalismo contra sus enemigos. Ellos han cumplido escrupulosamente esa condición. El socialismo parlamentario, contrarrevolucionario, no ha llegado a realizar en ningún sitio un gobierno socialista; por el contrario, ha logrado formar renegados despreciables, que explotaron el partido obrero para hacer una carrera ministerial.

Por otra parte, la experiencia histórica demuestra que el método revolucionario puede conducir a la conquista del poder por el proletariado: Rusia en 1917, Alemania y Austria en 1918, España en 1930. En Rusia habla un poderoso partido bolchevique que, durante largos años, preparó la revolución y que supo tomar el poder sólidamente. Los partidos reformistas de España, Alemania y Austria no prepararon ni dirigieron la revolución, sino que la sufrieron. Espantados por el poder que había caído en sus manos contra sus deseos, lo cedieron benévolamente a la burguesía. De este modo minaron la confianza del proletariado en sí mismo y, aun más, la confianza de la pequeña burguesía en el proletariado. Prepararon las condiciones del crecimiento de la reacción fascista, de la que acabaron siendo víctimas.

La guerra civil, hemos dicho siguiendo a Clausewitz, es la continuación de la política pero por otros medios. Esto significa que el resultado de la guerra civil depende sólo en un cuarto (por no decir un décimo), de la marcha de la propia guerra civil, de sus medios técnicos, de la dirección puramente militar, y en los restantes tres cuadros (si no nueve décimos) de la preparación política. ¿En qué consiste esta preparación política? En la cohesión revolucionaria de las masas, en su liberación de las esperanzas serviles de la clemencia, la generosidad, la lealtad de los esclavistas «democráticos», en la educación de cuadros revolucionarios que sepan desafiar a la opinión pública burguesa y que sean capaces de demostrar frente a la burguesía, aunque no sea más que una décima parte de la implacabilidad que ésta muestra frente a los trabajadores. Sin este temple, la guerra civil, cuando las condiciones la impongan -y siempre terminarán por imponerla- se desarrollará en condiciones más desfavorables para el proletariado, dependerá en mayor medida del azar; después, aún en el caso de una victoria militar, puede que el poder escape de las manos del proletariado. El que no vea que la lucha de clases conduce inevitablemente a un conflicto armado, es un ciego. Pero no es menos ciego, quien frente al conflicto armado, no ve toda la política previa de las clases en lucha.

En Austria no ha sido el método de la revolución el derrotado, sino el austro-marxismo; en España, el reformismo parlamentario sin principios (...) pero en el fondo las causas de la derrota son las mismas. El partido socialista español, como los «socialrevolucionarios» y los mencheviques rusos, compartió el poder con la burguesía republicana para impedir a las masas llevar la revolución hasta su fin. Durante dos años, los socialistas en el poder ayudaron a la burguesía a desembarazarse de las masas mediante migajas de reformas agrarias, sociales y nacionales. Los socialistas emplearon la represión contra las capas más revolucionarias del pueblo. El resultado fue doble. El anarcosindicalismo, que con una política correcta del partido obrero, se hubiera fundido como la cera en el fuego de la revolución, en realidad se reforzó y atrajo a las capas más combativas del proletariado. En el otro extremo, la demagogia social-católica explotó hábilmente el descontento de las masas frente al gobierno burgués-socialista. Cuando el partido socialista se hubo comprometido suficiente, la burguesía le echó del poder y pasó a la ofensiva en toda línea. El partido socialista se vio obligado a defenderse en condiciones extremadamente desfavorables, que él mismo había preparado con su política anterior. La burguesía tiene ya un apoyo de masas a la derecha.
Los dirigentes anarcosindicalistas, que en el curso de la revolución cometieron todos los errores propios de esos confusionistas profesionales, se negaron a apoyar la insurrección dirigida por los «Políticos traidores». El movimiento no tuvo un carácter general, sino esporádico. El gobierno dirigió sus golpes sobre todos los cuadros del tablero. La guerra civil, impuesta por la reacción, terminó con la derrota del proletariado.

A partir de la experiencia española, no es difícil sacar una conclusión en contra de la participación socialista en un gobierno burgués. La conclusión, en sí misma, es indiscutible, pero absolutamente insuficiente. El pretendido «radicalismo austro-marxista» no vale más que el ministerialismo español. La diferencia es técnica y no política. Ambos esperaban que la burguesía les entregara «lealtad por lealtad». Y ambos han llevado al proletariado a sendas catástrofes. En España y en Austria, la derrota no la sufrieron los métodos de la revolución, sino los métodos oportunistas en una situación revolucionaria ¡No es lo mismo!

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