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MOVIMIENTO OBRERO

HISTORIAS DE JUJUY

Tierra obrera

Bajo el título “Tierra Obrera” iniciamos una serie de notas sobre la situación de la clase obrera en Jujuy.

Hernán Aragón

2 de agosto 2012

El “mágico” mundo de Marlín

Un informe de la CGT dice que en Jujuy, 155 mil trabajadores están en forma irregular. El dato seguramente es mayor si se contempla que fuera de San Salvador y Palpalá, la cifra de los asalariados que están en negro asciende a más de un 40%.

En la cuarta provincia del país en cantidad de hogares por debajo de la línea de pobreza y donde el 60% de sus habitantes es pobre, se alistan las trabajadoras y trabajadores tercerizados de la empresa Marlín.
Marlín es propiedad de Raúl Eusebio Granda, un hombre fuerte ligado al poder político y judicial provincial, cuyas empresas manejan la limpieza de toda la administración pública y de importantes sectores privados del NOA.
El encargado de la empresa es ala vez el Secretario General del SIPEMA, un sindicato fantasma al que los trabajadores deben afiliarse si no quieren perder el empleo. El único “beneficio” que otorga la cuota sindical es recibir un descuento de $30 o más, en salarios que no superan los $1200 (incluyendo las horas extras). “El trabajador tiene horario de entrada, pero no de salida”, dice una compañera al comenzar la entrevista.

Cualquiera puede imaginarse que en Marlín los derechos laborales no existen. Lo que sí abundan son los castigos para quien reclame un simple par de guantes.

El purgatorio al que Granda destina a sus castigados es nada más ni nada menos que el hospital público Pablo Soria, el más grande y el de máxima complejidad de la provincia.

Las condiciones del Soria son atroces. Basta decir que el salario de un profesional es de $ 3.420 y que en mayo de este año el director del hospital renunció denunciando la falta de insumos y de recursos humanos.
En esa prisión deambulan sin descanso los jóvenes de Marlín.
“Uno trata de cuidar el trabajo, pero llega un momento en el que te das cuenta de que es peor que otros lugares donde incluso llegaste a trabajar 16 horas”, dice un compañero.

Él, como los otros, trabaja con sus botas podridas, cortadas o agujereadas. Limpiando los pisos con los pies mojados y estrujando trapos con las manos desnudas. La mayoría están infectados de hongos en los dedos, los pies y el cuello. Mutilados.

Anoten el nombre de Marlín y grábense la imagen de una trabajadora que, al compartir la cama con su hija, debe envolverse con bolsas de supermercado para no contagiarla.

Como siempre, son las trabajadoras mujeres las que llevan la peor parte. Los acosos sexuales de los encargados son frecuentes. La denuncia que hace una compañera, que desde hace años intenta formar el sindicato de los trabajadores de la limpieza, brota como una catarata imparable: “a una compañera que fue acosada la echaron por hacer la denuncia. A otra la obligaron a limpiar sin guantes la sala de hemoterapia donde se habían roto unos tubos de sangre con HIV. Los enfermeros de ATE se solidarizaron y le dieron un par de guantes. Luego la compañera fue sancionada por haber tirado ese trapo de piso porque, según la empresa, ’estaba en buenas condiciones’. Las compañeras tienen que subir a mano y por las escaleras las máquinas pesadas de lustrar los pisos, o mover contenedores enormes. Esto lleva a que muchas tengan problemas lumbares o desprendimiento de riñón. También, producto del esfuerzo, son frecuentes los abortos espontáneos, como el de una compañera que abortó sola en una escalera sin ayuda de nadie”.

Víctimas de un hostigamiento incesante, los trabajadores son obligados a reciclar los gasones de cirugía. Todo con la complicidad absoluta de las autoridades del hospital. “A lo sumo, dice otro trabajador, Marlín es apercibida con una multa irrisoria, que paga descontando el dinero del mísero salario de sus empleados, y lo hace dibujando ausencias injustificadas o suspensiones que nunca existieron”.

Pasen y vean. Conozcan el “mágico” mundo de Marlín donde los empleados deben cambiarse en los pasillos de un sótano al asecho de sus cámaras de seguridad. Y no crean que los castigos terminan aquí.¿Qué pensarían si se les dijera que las trabajadoras deben meter sus manos sin guantes en tachos para enjuagar las chatas hospitalarias?
Injusticia ilimitada. Tan grande como el odio que van acumulando los tercerizados de Marlín: “defender a mis compañeros es lo único que me interesa. Compañeras solas, con 4 hijos. Si alguien no pelea por ellas van a seguir cobrando migajas, y son los chicos los que más sufren. Todos nos aferramos al trabajo por temor a que nos echen. Pero nos tenemos que agrupar para luchar por un buen pago y un buen trato. Yo ya estoy jugado”.

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