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Comunicados de prensa

DE LA PRIMERA FERIA DEL LIBRO A LA ACTUALIDAD

Todo libro es político

Humberto Eco definía, hace algunos años -al reabrirse la Biblioteca de Alejandría-, por un lado la practicidad -ante los avances tecnológicos de las computadoras e internet-, y por otro, lo valioso del contenido y la lectura de un libro. De hecho, muchos han sido en nuestro país un instrumento valioso de difusión y formación de ideas progresivas y revolucionarias en la clase obrera y la juventud.

Demian Paredes

26 de mayo 2008

“El término genérico (y poco conocido) que se utiliza para denominar a los quemadores de libros es el de ‘biblioclastas’, y los hubo a lo largo de toda la historia, en toda tiranía y dictadura que hubiera. Los bibloclastas eliminan la evidencia de una historia, un pasado, un pensamiento; y esto equivale a la eliminación, casi en efecto, de una población” [1].

Humberto Eco definía, hace algunos años -al reabrirse la Biblioteca de Alejandría-, por un lado la practicidad -ante los avances tecnológicos de las computadoras e internet-, y por otro, lo valioso del contenido y la lectura de un libro[2]. De hecho, muchos han sido en nuestro país un instrumento valioso de difusión y formación de ideas progresivas y revolucionarias en la clase obrera y la juventud. Esto, queda demostrado con el accionar de la última dictadura militar: la Triple A quemó el taller gráfico de Eudeba en 1974. Sólo en julio de 1976, en plena dictadura, más de 90.000 libros fueron quemados. Y en cuanto a la gran labor de publicación del Centro Editor de América Latina (CEAL) el saldo destructivo fue mayor: más de 1 millón y medio de libros y revistas fueron quemados en un baldío.

“Una idea muy generalizada hoy en la sociedad es que los militares eran todos brutos y que las censuras que accionaban con los libros respondían a la ignorancia o caprichos de un sargento ignorante o un comisario tonto. Este mito se originó por el hecho de que algunos libros fueron prohibidos por malas interpretaciones de sus títulos, como fue el caso de ‘La cuba electrolítica’ (libro de física), censurado porque contenía la palabra ‘cuba’ en su título (‘cuba’: recipiente rectangular para operaciones químicas)”, dice una nota[3]. El coautor de Un golpe a los libros (1976-1983)[4], Hernán Invernizzi, explicó en un reportaje: “El funcionamiento de la censura era extremadamente simple, eficiente y prolijo. El criterio era: no se censura porque sí; porque fulano cae mal o porque es zurdo, porque es comunista o peronista combativo. Detrás de todo acto de censura de libros había una investigación del libro. Muchas de esas investigaciones las encontramos. A veces el informe sobre el libro son tres carillas, y a veces hasta cuarenta. Esos informes eran escritos por intelectuales, por profesionales, profesores de letras, abogados, sociólogos, antropólogos. Gente inteligente, capaz y preparada. Y más de uno de estos estudios los sorprendería porque es más que aceptable el nivel intelectual. Es más: en líneas generales, deberíamos decir que tenían razón en lo que decían, no se equivocaban.

Desde el punto de vista de los intereses de clase de la dictadura y de su proyecto ideológico, los libros que ellos identificaban como ‘peligrosos’ o como representantes del pensamiento crítico, por decirlo de alguna manera, estaban correctamente identificados, no se equivocaban.

Entonces, después, estos informes iban a la Dirección General de Publicaciones, en donde se tomaba la decisión política”. “La dictadura tuvo una política cultural basada en un plan sistemático de persecución a cierto tipo de cultura, y de ‘sustitución’ de un tipo de cultura por otro. Hay documentos de la represión ilegal, algunos de los cuales zafaron de la destrucción, que explicaban cómo censurar, cómo controlar, cómo prohibir, y también cómo elaborar y desarrollar una política de sustitución cultural”[5].

¿Y los empresarios de libros?: bien, gracias

No obstante la persecución y muerte contra los trabajadores, jóvenes y escritores, comenzada antes de 1976, se inicia la primer Feria del Libro. Desde 1975 y hasta 1983 cada año se realizó la Feria, utilizada como un evento –como el mundial de fútbol de 1978- para tapar y desviar la atención de los crímenes de clase de la dictadura. “Oficialmente”, se reconocen 103 escritores asesinados durante ese período. Como sintetiza, indignada, una nota: “la feria de las vanidades editoriales de Buenos Aires nació y creció como una cortina-pantalla-elitista-fachista, que tapaba el asesinato y la persecución de cientos de escritores (además de otras 30.000 personas- y lectoras-en-acto-o-en-potencia)... y que además tapaba la persecución de millones de libros prohibidos y quemados: ¡que paradoja, siniestra!”[6].

Hoy: empresarios, mercado y política (cultural)

Como explicamos en una nota anterior, los últimos años la Feria, al calor de la recuperación económica, recomenzó a hacer buenos negocios. Horacio García, presidente de la Fundación El Libro explicó a José Nun el aumento del costo del papel (monopolizado) y de los alquileres, que llevó al cierre de muchas librerías. A la manera de los empresarios “del campo”, ha ido a hacer su reclamo corporativo/sectorial.

Pero la historia deja claro que toda la clase empresaria (burguesa), cada sector, ha sido actor del proyecto de la dictadura: los libros de Trotsky, Lenin, el Che y tantos más –como los del dramaturgo Bertolt Bretch-[7] fueron quemados y desde entonces nunca reeditados; miles de escritores y periodistas fueron asesinados y exiliados. Los objetivos de los militares biblioclastas y la burguesía: derrotar a la “subversión” en pos de un proyecto de “dios, patria y hogar” triunfó en este terreno también, sin que los empresarios digan nunca nada. Como el resto de los sectores de su clase, o fueron impulsores o silenciosos cómplices del genocidio estatal burgués. Hoy piden subsidios y promueven la venta de “productos” acordes al retroceso político que significó la dictadura.

Los empresarios y el gobierno de Kirchner, que se jactan de la “recuperación” en el terreno de la cultura desde 2001, nada dicen acerca del contenido de los libros que se venden, donde de hecho permanecen proscritos los autores marxistas y distintas variantes del pensamiento crítico en lo que a producción masiva se refiere.

El negocio, desde los ’90, para las empresas editoriales, han sido los libros de “autoayuda”, del “cómo hacerse rico en un año” (con los consejos de algún famoso), y otros géneros del mismo estilo, que promueven el aislamiento social, la insolidaridad y la búsqueda de la “salvación individual”[8].

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