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Debates

Un debate sobre Cuba

9 de junio 2003

La visita de Fidel Castro concitó el obvio interés por una figura de la historia de nuestra América, la de uno de los máximos dirigentes de la revolución cubana. Pero su presencia despertó además una polémica alentada por los recientes fusilamientos de los tres secuestradores de un barco en las costas caribeñas, una provocación fomentada por los EE.UU.
Los medios de comunicación más retrógrados como el diario La Nación o los pertenecientes al protofascista Hadad pusieron el grito en el cielo en nombre de los «derechos humanos» en la isla. Lo que la derecha critica hipócritamente -recordemos el silencio que guardan con respecto a la pena de muerte en los EE.UU. aplicada casi exclusivamente contra los afroamericanos y los latinos, los pobres- en realidad es que un estado soberano dicte libremente su política de defensa y aprovecha el tema para hacer una campaña abierta contra la revolución cubana.
Pero, personalidades progresistas y que se manifestaban solidarias con la revolución cubana, en el exterior, escritores como Saramago o Galeano, han rechazado la aplicación de la pena capital en nombre del valor universal de la vida. Condenan así cualquier tipo de violencia política, independientemente de quien la ejerza y los motivos que la provocan. Para nosotros no se puede abstraer una posición, frente a un tema tan delicado, de una visión de clase, de la necesidad de defender los intereses de los explotados contra los explotadores.
En el caso cubano, debemos tener presente que sigue siendo un estado obrero, aunque deformado, y como tal hay que tener en cuenta todos los posibles condicionantes dictados por la necesidad de defender la revolución frente a las amenazas y provocaciones imperialistas. La actitud guerrerista de los halcones, que ha ubicado a Cuba como uno de los integrantes del “eje del mal”, y el enorme peso de los cubano-americanos en la política hacia Latinoamérica del departamento de estado, son un peligro creciente contra Cuba y contra cualquier gobierno que muestre rasgos de autonomía. Sin embargo, más allá del creciente tono agresivo y las tensiones, no existe en la actualidad un estado de guerra o la inminencia de una invasión que justifiquen lo extremo de las medidas. Esto se agrava por el hecho de que el régimen -al impedir la libre autodeterminación e iniciativa de las masas y el ejercicio directo del poder por parte de obreros y campesinos- decidió la suerte de los provocadores entre cuatro paredes y no apelando a que sea el pueblo que resiste el que resuelva en tribunales populares como en los primeros días de la revolución. La existencia de una burocracia gobernante y un régimen de partido único obligan a analizar las causas de los fusilamientos por las necesidades del mismo de fortalecerse y reafirmar su autoridad frente a la sociedad. E incluso es una muestra de cómo podría llegar a actuar si los trabajadores y campesinos cubanos se ponen en movimiento contra sus privilegios o la creciente desigualdad social.

La revolución cubana y el régimen castrista

Por otra parte, organizaciones políticas como el PC o Patria Libre dieron su bienvenida a Fidel ejerciendo una defensa cerrada e incondicional de su figura identificando en plenitud la revolución con el régimen castrista.
Toda crítica al mismo incluso desde quienes, como los trotskistas, nos ubicamos incondicionalmente del lado de la defensa de la revolución es descalificada como «contrarrevolucionaria». Repiten así la trágica historia de la izquierda stalinista que liquidó el ejercicio de la critica y el debate abierto dentro del movimiento obrero y popular, llegando a acusar a los revolucionarios y luchadores de agentes de la CIA, en nombre de la defensa del llamado “socialismo real”.
Para los trotskistas la critica está íntimamente ligada a la actividad revolucionaria. La revolución es un acto cuyo rasgo característico indiscutible es la intervención directa de las masas, que someten a su “crítica demoledora” a todas las instituciones existentes. En los momentos decisivos cuando el orden establecido se hace insoportable, las masas rompen los muros que las separan de la política, derriban a sus antiguos lideres, arrasan con las viejas instituciones y, con su intervención crean un punto de partida para el nuevo estado. La revolución cubana no escapa a esta regla histórica. La huelga general de enero del ’59 que permitió el ingreso del Ejercito Rebelde a La Habana, los ajusticiamientos de los personeros del gobierno de Batista, la ocupación de tierras y refinerías de azúcar, la defensa frente a la invasión gusana en Bahía Cochinos fueron actos heroicos protagonizados por las masas obreras y campesinas y el origen del estado obrero cubano.
El régimen político de los comandantes y la ideología que identifica la revolución con la acción de los guerrilleros en la Sierra Maestra o con las decisiones tomadas por Castro, más allá del indudable valor histórico que puedan tener, es una distorsión que busca alimentar un mito y establecer alrededor del mismo una autoridad indiscutida que justifique al régimen burocrático. Se divorcia así el poder del estado de la clase obrera y el pueblo.
Quienes desde la izquierda suscriben estas ideas se oponen a las enseñanzas de Lenin quien consideraba al naciente estado soviético como “un poder que se apoya directamente en la conquista revolucionaria, en la iniciativa directa de las masas populares, desde abajo, y no en la ley promulgada por el poder centralizado del estado.”1 Tanto es así que la primera acción de los Soviets luego de la toma del poder en Rusia fue promulgar el Decreto de la Tierra, que fue desarrollado a partir de varios centenares de peticiones de campesinos y los Comités de Tierra. Según cuenta John Reed, “el primer Comisario de Agricultura elaboró un detallado conjunto de reglas para guiar a los campesinos en su acción. Pero Lenin, (...) persuadió al gobierno que dejara a los campesinos llevar el asunto de una manera revolucionaria, aconsejando solamente a los campesinos pobres que se organizaran contra los campesinos ricos (“Dejen que diez campesinos pobres se enfrenten a cada campesino rico” dijo Lenin)”2.
Mientras al pueblo cubano se le exigen sacrificios y disciplina para enfrentar el bloqueo, el régimen, por ejemplo, permite la inversión privada en turismo y otras áreas para obtener divisas, se le niega a obreros, campesinos y soldados el derecho a participar activamente en las decisiones fundamentales, a autoorganizarse para combatir la especulación y el privilegio y la desigualdad que esta situación provoca, se impide que decidan libremente en todas las esferas de la vida económica, política, cultural y social del país.
Intelectuales como James Petras plantean una apertura en el nivel de decisiones del régimen castrista en la medida que esté garantizado que “haya seguridad en Cuba”3. Esta postura está condicionada por la existencia del imperialismo. Para Petras lo único que se puede esperar es una autorreforma del régimen.
Otros intelectuales que reivindican las conquistas sociales de la isla consideran que es necesario democratizar el régimen cubano, haciéndose eco de la campaña imperialista sobre la falta de “libertad” en Cuba. Desde nuestra perspectiva opinamos que hay que rechazar de plano el planteo de la democracia burguesa pues esto permitiría el libre accionar de los contrarrevolucionarios, pero oponiéndole la perspectiva de la democracia obrera para combatir al imperialismo.
La democracia de las masas autoorganizadas es una condición para derrotar cualquier intentona contrarrevolucionaria, de afuera, pero también de los sectores ávidos de la burocracia que quieran avanzar en un camino abierto de restauración capitalista. La defensa de las conquistas revolucionarias necesita de la iniciativa creadora de las masas, de su libre organización en sindicatos y consejos, de la libertad de todos los partidos y movimientos políticos que sean leales defensores de la revolución cubana. La otra condición –esencial- para defender la revolución cubana es romper su aislamiento desarrollando la lucha de clases en América Latina -y en el mismo corazón de los EE.UU.- retomando el desafío que planteara el Che Guevara como lección de la revolución cubana y de las luchas antiimperialistas en nuestra América: revolución socialista o caricatura de revolución.

NOTAS
1 La dualidad de poderes. V.I.Lenin. Obras Escogidas. Tomo IV.
2 Los soviets en acción. John Reed.
3 Rebelión. 30/5/2003. Reportaje de Elio Brat.

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