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CULTURA

ACERCA DEL MONÓLOGO DE MOLLY BLOOM, CON CRISTINA BANEGAS

Un excelente "tour de force" interpretativo

Acciones (presentes y pasadas), discursos y sensaciones, pensamientos y recuerdos, canciones (cantadas) y mucho más hay en Molly Bloom, la puesta en escena del monólogo final de Ulises (1922), conocida novela universal de James Joyce –y que fuera llevada al cine en varias oportunidades, e injusta y sectariamente condenada por la burocracia stalinista en la URSS desde la década de 1930, junto a las geniales obras de Franz Kafka y Marcel Proust, por expresar “la decadencia burguesa”–.

Demian Paredes

2 de marzo 2012

Acciones (presentes y pasadas), discursos y sensaciones, pensamientos y recuerdos, canciones (cantadas) y mucho más hay en Molly Bloom, la puesta en escena del monólogo final de Ulises (1922), conocida novela universal de James Joyce –y que fuera llevada al cine en varias oportunidades, e injusta y sectariamente condenada por la burocracia stalinista en la URSS desde la década de 1930, junto a las geniales obras de Franz Kafka y Marcel Proust, por expresar “la decadencia burguesa”–.

Aquí tenemos a la literatura de inicios del siglo pasado en sus primeras manifestaciones “modernas”, expresando el llamado “fluir de la conciencia”: en este caso, el de la esposa de Leopold Bloom, protagonista de la novela. El llamado “discurso de Molly Bloom” corresponde al final de esta historia, es el último capítulo de la novela, que consta de decenas y decenas de páginas sin puntuación. Leopold regresa por la madrugada a dormir al lecho conyugal, y Molly, desvelada, comienza… a manifestarse.

Así, este soliloquio o “monólogo interior” tendrá (desarrollará) toda clase de recursos: onomatopeyas y “ruidos”, cantos y melodías, susurros, críticas y gestos airados contra su entorno social, acompañando una situación de matrimonio en crisis, donde Molly tiene un amante, una hija adolescente lejos y un hijo fallecido. Los “deberes de toda mujer” en el hogar, las relaciones entre hombres y mujeres, Dios y el rol reaccionario de curas y monjas son algunos de los tópicos que interpreta excelentemente Cristina Banegas. Lo que Joyce logra originalmente en el excursus final, por medio de fragmentos unidos en un (por momentos insólito y llenos de sorpresas) continuum, se traspasa al teatro en las tonalidades discursivas (acompañadas por un efecto de micrófono para resaltar un sincero inconsciente –lleno de auténticos deseos–) que logra concretar Banegas. La “tarea imposible” de “traducir la palabra escrita a la voz hablada”, como ha escrito la misma intérprete, en este caso se ha conseguido, y de manera brillante.

El machismo, el patriarcado, la familia (la que la crió y la quisiera tener), el amor y el sexo aparecen en esta discurso, al que no le falta ironía, humor y sorprendentes asociaciones que (seguramente) expresa(rá)n el sentir y la percepción, en varios aspectos, de muchos/as hoy. En su momento de aparición, a inicios del siglo XX, significó un auténtico escándalo, y aún hoy la obra de Joyce nos habla de cómo se vive… y cómo se querría vivir –partiendo de la óptica de una señora “madura” de 34 años, de clase media, que anhela menos tapujos, prejuicios e hipocresías, provenientes de la moral victoriana–.
Este discurso, un clásico que ya ha sido puesto en escena un sinnúmero de veces en distintos países con el correr de los años –en este caso con la adaptación de Laura Fryd, Cristina Banegas y Ana Alvarado, y la dirección de Carmen Baliero–, se da en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543), los viernes, sábados y domingos.

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