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Red Internacional

Las ondas expansivas del proceso de movilizaciones con epicentro en Guerrero y con estallidos y acciones violentas protagonizadas por los sectores populares, golpearon fuertemente al gobierno nacional. Sectores del imperialismo cuestionan a Peña Nieto, echando por tierra la imagen de la exitosa democracia mexicana.

Jueves 30 de octubre de 2014

Fotografía: EFE

La crisis abierta por los estudiantes asesinados y desaparecidos de la normal de Ayotzinapa ha pegado un gran salto. El gobierno está arrinconado por la creciente movilización nacional que devino en un movimiento democrático y no puede garantizar la estabilidad para los negocios imperialistas.

Es una crisis que se expresa también en la falta de credibilidad en las representaciones burguesas tradicionales. Ni el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ni el Partido Acción Nacional (PAN), ni el Partido de la Revolución Democrática (PRD), pueden resolver las contradicciones abiertas con el desenmascaramiento del sistema político mexicano y su carácter profundamente represivo y autoritario. Algo impensable hasta hace unos pocos meses, cuando Peña Nieto se pavoneaba de los avances inéditos en la aprobación de las reformas reaccionarias exigidas por EE.UU.

La movilización nacional, que tiende a radicalizarse cada vez más (expresado por ejemplo en los paros en universidades, toma de alcaldías, quema de congresos estatales, de locales partidarios, bloqueo de carreteras, toma de casetas de peaje, toma de televisoras y radiodifusoras, etc.) expresa el repudio a lo descompuesto de esta democracia bárbara.

Pero también está haciendo eclosión el descontento con todos los ataques sufridos por distintos sectores de la población en los últimos años. Es evidente que hay un cambio en el estado de ánimo de las masas.

Es una respuesta ofensiva del movimiento de masas (aún inicial y sin radicalización programática) que objetivamente cuestiona los valores y resultados de esta democracia para ricos. Y que no solamente expresa acciones espontáneas, sino que combina elementos incipientes de avances en la conciencia, particularmente en el cuestionamiento a esta democracia para ricos.

Si en este momento hubiera elecciones, el gobierno sufriría un gran retroceso, y las instituciones y los partidos políticos mostrarían el desgaste sufrido ante la movilización de masas. Estamos en una situación muy distinta que al momento de la aprobación de las reformas: es decir, empieza a cambiar –aunque lentamente– la relación de fuerzas entre el gobierno y los gobernados. En esto radica lo esencial de la nueva situación política abierta con la crisis mexicana.

Un avance de masas contradictorio

Esta gran crisis de representatividad de los partidos patronales –superior a la crisis de 1994– tiene en contra el desgaste de la política de desvío (transición pactada) y la profunda crisis que enfrenta el centroizquierdista PRD.

Este partido, pese a la maniobra de recambio de gobierno en Guerrero (un pacto entre los partidos del Congreso), no logra desactivar la movilización que reclama la aparición con vida de los estudiantes normalistas.

Sin embargo a su favor, cuenta con que el nivel de conciencia mostrado, no alcanza a confrontar la naturaleza burguesa de las instituciones y los mecanismos de desvío del régimen. Es decir, no hay una ruptura entre la conciencia de las masas y la ideología de la clase dominante que sostiene a este régimen. Este es el punto favorable con que cuenta el gobierno y los partidos que lo apoyan.

También, sin duda, juega a favor de “ los de arriba” que el movimiento obrero y sus organizaciones apenas está comenzando a sumarse, más allá de que la jornada de ayer a la cual nos referimos más abajo.

La única dirección del régimen político que se preserva en esta crisis (pero que empieza a ser cuestionada por sectores más politizados del movimiento) es el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que congregó el domingo 26/10 un mitin multitudinario como no lo hacía desde el 2012.

Sin embargo, aún con la gran asistencia, no tiene una política ofensiva, producto de su estrategia institucional y pacifista. Aún así es una fuerza política que puede jugar un importante rol de desvío para resolver la crisis por la vía institucional, pues al no existir ninguna alternativa de masas por izquierda en esta situación, AMLO puede llenar esta ausencia política.

Su demanda de que renuncie Peña Nieto y que el próximo año las elecciones intermedias se conviertan en presidenciales, busca empatar con las ilusiones antigobierno y antipartidos que se expresan en las movilizaciones.

Sin embargo, la situación política no exige todavía para esta opción. Desde el mismo gobierno surgen voces “reformadoras” que plantean hipócritamente un nunca más, o incluso sectores de la izquierda y la centroizquierda proponen una reforma del Estado.

Así, a una crisis donde la acción de masas está catalizada por los rasgos autoritarios y antidemocráticos de régimen (demandas que integra y efectivamente no pueden ser resueltas en el marco capitalista), esas direcciones pueden actuar como atenuantes del descontento y la radicalización del movimiento de masas.

Un salto en la movilización democrática

Una muestra de que la situación nacional viene girando a izquierda, es la incorporación de direcciones obreras (burocracia sindical opositora) a la movilización, como lo mostró la marcha del 28/10 de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) a pesar del mínimo impulso puesto por el sindicato telefonista destacando miles que marcharon del STUNAM.

Esto implica un nuevo elemento que no estaba planteado inicialmente en las movilizaciones por la presentación con vida de los 43 normalistas desaparecidos. En este contexto adquiere mayor importancia la participación del magisterio disidente como el de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, cuyo movimiento se fortalece también en este nuevo panorama político que enfrenta el gobierno de Peña Nieto.

Y es que la movilización democrática contra el autoritarismo del PRI, se combina con el descontento provocado por la aprobación de las reformas reaccionarias, la militarización, la miseria, los feminicidios, el flagelo de los presos y desparecidos políticos y los crímenes de odio. Y entre más se prolonga esta crisis (ya sea que aparezcan con vida los desaparecidos o sus cuerpos), la magnitud de la misma mantiene su explosividad.

Esta es una crisis que, por la naturaleza de las demandas, cuestiona al sistema y las instituciones capitalistas.

Al no haber reforma posible de un régimen que cohabita con el narco, en un marco de bajísimo crecimiento económico y ante un panorama incierto por la caída de los precios internacionales del petróleo, y la posible alza de los intereses por la Reserva Federal de Estados Unidos (que harían emigrar los capitales financieros internacionales a Nueva York), la movilización nacional enfrenta la necesidad de romper con las ilusiones de cualquier salida intermedia a la crisis que no ataque al conjunto del régimen.

Y avanzar hacia una salida desde abajo en manos de los que no queremos más asesinatos de estudiantes, militares impunes en las calles, miseria y antidemocracia, crisis del campo, una billonaria deuda externa y un esclavista Tratado de Libre Comercio, reglamentos y planes de estudio privatizadores y autoritarios, falta de alternativas para la juventud, liquidación de los contratos colectivos y la seguridad social.


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