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Comunicados de prensa

BREVE COMENTARIO A LOS CUENTOS DE ABELARDO CASTILLO

Una literatura hecha de mundos (reales)

Abelardo Castillo es, junto a Andrés Rivera, Juan Gelman y David Viñas
(y tal vez Héctor Tizón), uno de los escritores vivos de la más "vieja
generación", de más trayectoria y calidad de nuestro país hoy. Y esto se puede comprobar con la nueva edición de sus Cuentos completos: más de 460 páginas que van desde Las otras puertas (de
1961) hasta El espejo que tiembla (de 2005).

Demian Paredes

15 de diciembre 2008

Abelardo Castillo es, junto a Andrés Rivera, Juan Gelman y David Viñas
(y tal vez Héctor Tizón), uno de los escritores vivos de la más "vieja
generación", de más trayectoria y calidad de nuestro país hoy.

Y esto se puede comprobar con la nueva edición de sus Cuentos
completos[1]: más de 460 páginas que van desde Las otras puertas (de
1961) hasta El espejo que tiembla (de 2005). Castillo lleva más de
cuatro décadas dedicadas a la literatura, donde hay teatro y novelas
(y poesía, por cierto), pero, fundamentalmente, cuentos, esos
"pequeños" artefactos literarios, breves y en tensión, que llevan al
lector hasta un final, muchas veces, inesperado.

La exploración entre "lo interior" y lo "exterior" del hombre, está
presente -por ejemplo- en "El candelabro de plata" (de Las otras
puertas), donde dice:

"La palabra es una caricatura miserable. Quién puede explicar con
palabras, aunque esté contando su propia vida, todo lo que induce a un
hombre a entregarse, a venderse todos los días un poco, hasta llegar a
ser como vos, viejo. Cuántas pequeñas canalladas, cuántas porquerías
imperceptibles forman esa otra gran porquería de la que él habló: el
alma. Pobre alma de miserables tipos que ya han dejado de ser hombres y son bestias, bestias caídas, arrodilladas de humillación".

Y la crítica no es sólo "metafísica" o de "angustia existencial";
porque la hay también social. En "Also Sprach el señor Núñez" el
protagonista –un empleado de oficina- propone el suicidio colectivo al
resto de los empleados. Éste dice –con la ironía y el humor a que
llega Castillo en muchos relatos- al llegar a una mañana a la oficina:

"-Cuando un hombre, por un hecho casual, o por la síntesis reflexiva
de sus descubrimientos cotidianos, comprende que el mundo está mal
hecho, que el mundo, digamos, es una cloaca, tiene que elegir entre
tres actitudes: o lo acepta, y es un perfecto canalla como ustedes, o
lo transforma, y es Cristo o Lenin, o se mata. Señores míos, yo vengo
a proponerles que demos el ejemplo y nos matemos de inmediato".

Así aconseja –ante a los estupefactos/as trabajadores/as- a un joven cadete:

"-Oí: estos sujetos tienen grafito en el cerebro, los metés de cabeza
en la maquinita sacapuntas y Faber va a la quiebra, son lápices
disfrazados de gente. Zombies que hacen trabajar sus reflejos a razón
de noventa palabras por minuto. Autómatas que piensan con las
falangetas. Pero vos todavía estás a tiempo, pibe ...".

En otro cuento se encuentra la filiación con la cuentística argentina:
la de Borges y "el compadrito". Pero Castillo se aggiorna a la
realidad y comenta los cambios:

"… el tilingo, despacio, dándose vuelta como con pereza, dejó oír por
primera vez en San Pedro la injuria aquella de la pólvora. ’De que se
inventó la pólvora’, dijo, ’se acabaron los guapos’." ("Réquiem para
Marcial Palma", de Cuentos crueles, 1966)

En ese mismo libro está "Patrón": una implacable venganza (individual)
de una mujer contra la opresión y el sometimiento que padece.

En otros cuentos hay trabajadores y colimbas, que luchan contra la
dictadura. Castillo remite así a la oposición obrera a la dictadura
(proceso también conocido como "resistencia peronista"). En el
posfacio de 1981 (aún bajo el régimen dictatorial iniciado en 1976),
habla Castillo sobre la violencia que contiene:

"Cuentos crueles fue escrito entre 1962 y 1966, vale decir, en la
sonora década del 60, años que no fueron el tiempo dorado e
irresponsable que algunos imaginan, sino el preludio de otros años
atroces y violentos que siguieron y en los que aún vivimos".

En "Los ritos" (del mismo libro) dice:

"También llovió, esos días. Hubo una carrera de Ford T, pintarrajeados
para el caso, en la carretera que va del club al balneario. La crecida
del Paraná dejó a cincuenta familias de la isla sin casa, y la
tormenta arrancó los embalses hasta Santa Fe. Yo oía las noticias
acostado, generalmente. Y así me enteré de que los hidrómetros del
observatorio llegaron a marcar seis metros de Paraná sobre el nivel
normal. Casi me ahogué, con whisky, y de la alegría, cuando leí en el
diario que los Mig soviéticos iban por fin a entrar en acción en
Vietnam. La felicidad me duró poco, porque, una tarde, María Fernanda
se puso lamentable y, en una especia de arranque de locura, amenazó
con abandonar para siempre al bioquímico y la hija y venirse conmigo
para Buenos Aires".

En el mismo cuento habla de su "… regreso a Buenos Aires, (donde) sólo acontecieron, como ya lo he dicho, las alternativas no anecdóticas;
las que hacen del mundo real un simultáneo y algo contradictorio
pandemónium de terremotos en Chile, braguetas, funciones
gastrointestinales, estrellas milenarias, la práctica del remo,
metabolismos y metafísicas; apelmazamiento difícilmente reinventable
de estas páginas. Suponiendo que yo –aunque esté quizá demorando
adrede esta historia, este otro rito oficiado fríamente a máquina,
tomando mate de espaldas a la repisa bien tapiada de libros no tuyos,
incompatibles con tus peluches y tus morondangas y tus ritos, libros
anchos, sacrificiales, como lápidas-, suponiendo que yo tuviera ganas
de reinventar el mundo real. Y menos si incluye a la hermosa gente.
Tres mil millones de seres celebrando cada día, por turno o
simultáneamente (puede darse el caso), idéntica ceremonia en inodoros, excusados, pequeñas escupideras, sencillos agujeros o pasto, son una buena imagen del culto que le rinde a su Creador esta cretina y flexible especie".

Que lo "fantástico" y lo "real" se unan, que lo colectivo e individual
se hallen ligados, hace que Castillo escriba que:

"… en el hombre, amigo mío, están los monstruos" ("La garrapata", de
Las panteras y el templo, 1976)

En síntesis, ¿qué retrata Castillo?: de trasfondo, se encuentran los
grandes temas del hombre: la violencia, la política, el amor; y los
grandes temas del hombre moderno: el trabajo, la vida en las ciudades,
las distintas situaciones políticas en nuestra historia nacional a lo
largo de las décadas, las relaciones entre hombres y mujeres, etc.

Además del ya mencionado "Patrón", tenemos –en otro registro, el de
las complicadas relaciones entre hombre y mujer- a "Muchacha de otra
parte" (de Las maquinarias de la noche, 1992):

"Es el destino, le dije, yo tampoco soy de acá, y agregué que era un
buen modo de empezar una historia de amor. Ella me miró con una
expresión que sólo puedo describir como de desagrado, como suelen
mirar las mujeres muy jóvenes cuando el tipo que está con ellas y al
que acaban de conocer dice alguna estupidez. La edad, más tarde, les
enseña a disimular estos pequeños gestos helados, estas barreras de
desdén, de ahí que asienten, consienten y a la larga hasta nos
estiman, cuando lo que de veras sucede es que han crecido y ya no
esperan demasiado del varón".

Otra vertiente de cuentos pasan por lo que se conoce como de género
"fantástico", cosa que para Castillo no corresponde: porque, más allá
de distintas situaciones "inexplicables" o "asombrosas", el desarrollo
de cierta historia permite (re)conocer los lugares íntimos del
espíritu humano. Esto tiene que ver con un postulado, que defiende
desde que era un joven escritor que se peleaba, en plena época del
Cordobazo –y antes también-, con el Partido Comunista[2]. En un
reportaje de 2005 explicaba sobre la revista "El grillo de papel": "…
éramos una revista de izquierda particular: no estábamos comprometidos con el Partido Comunista, y a la vez estábamos convencidos de que no se podía dejar la buena literatura en manos de la derecha. Sabíamos que Borges era sin duda el mayor prosista de nuestra lengua. No nos importaba qué pensaba sobre el mundo, o por lo menos eso no nos importaba para juzgar cuentos como ’El sur’ o algunos ensayos espléndidos. Mucho menos nos importaba para aprender a escribir. En los 60 eran muchos los escritores que pensaron que había que establecer una síntesis entre lo que habían sido Florida y Boedo, entre el arte puro y el testimonio puro. En la mejor literatura de Cortázar -en sus grandes cuentos, en Rayuela- está esa tendencia. En la mejor novela de Marechal, Adán Buenosayres, también. En Arlt, por supuesto.

 ¿Estos intentos constituyeron una marca generacional?

 Una generación es mucho más que una línea estética. La generación del 60 incluía también el Di Tella, que para nosotros era fresca viruta,
pero estaba ahí. Es decir: una generación existe cuando no es
homogénea, cuando están todos peleados entre sí, y cuando se
establecen los debates verdaderos, no las peleas por los adjetivos.

Pero eso se da muy raramente. Y en general, está enmarcado en un
fuerte acontecimiento histórico. En ese caso, está el XX Congreso del
Partido Comunista, la caída de Perón en la Argentina, la revolución
cubana. Si a eso le agregás que estaban vivos, entre otros, Marlon
Brando, Jackson Pollock, Berni, Sartre, Simone de Beauvoir, Vasco
Pratolini, los Beatles, Mohamad Alí, te das cuenta de que el mundo
estaba viviendo algo inédito. Otro hecho que nos marcó fue la crisis
de los misiles en 1962, es decir la amenaza nuclear. Todo lo que
hacías ese año -ir a una manifestación, acostarte con una mujer, ir a
una exposición de pintura- podía ser la última vez. Vivir en los 60
era vivir todo el tiempo en el ahora (…) Aquélla era la época del
nacimiento, la esperanza, el amanecer de los pueblos del África, el
nacimiento de los pueblos del Tercer Mundo, el hombre nuevo. Siendo
escritor no puedo no ver que ese lenguaje estaba respondiendo a una
realidad muy diferente de la de hoy. Pero eso no significa que con la
realidad de hoy no se puedan hacer otras cosas".

Entonces, para Castillo "lo fantástico es real" –o pertenece al "mundo
real"-, al ser genuino producto –de conocimiento, de comunicación-,
del hombre y su(s) realidad(es)[3].

Recordemos que distintos géneros literarios se desarrollaron a partir
de lo real –como el "policial" o la "ciencia ficción"- para criticar,
desde "otro lugar", al capitalismo y su sistema. Lo "fantástico" se
desarrolla y, más allá de que haya o no explicación "científica" o
"racional", genera una intriga que atrapa al lector. Esta herencia,
que Castillo toma, se encuentra en sus admirados Edgar Allan Poe (en
el misterio) y Ray Bradbury (en la ciencia ficción)[4].

Allí, en esa zona literaria se deben incluir los deseos íntimos y los
secretos, los sueños y la locura, las pesadillas y los anhelos del
hombre. Todo esto[5], es trabajado minuciosa y constantemente por
Abelardo Castillo con las palabras de un gran artista.

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