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Escriba se busca, con o sin prurito

Demian Paredes

10 de marzo 2011

El “affaire Vargas Llosa”, al que nos referimos la semana pasada [1], continúa. El escritor dijo que la polémica “me confirma en mis ideas a favor de la democracia, del liberalismo… De la tolerancia, básicamente”. A lo que agregó este “tolerante” escritor: “claramente hay un espíritu piquetero que no acaba de desaparecer y que incluso contamina a cierto medio intelectual” [2].

Después del retroceso de González y de la aceptación del veto presidencial en cuanto a una acción más rotunda contra Vargas Llosa, los intelectuales K se han recompuesto e intentan ahora machacar con su supuesto rol de “intelectuales críticos” del neoliberalismo, del gorilismo, de las corporaciones, incluso de los negocios que mueven la propia Feria del Libro que hasta ayer era ese lugar sagrado de expresión de la cultura nacional mancillado por el Nobel. Como nos tienen acostumbrados, todo el procedimiento se dirige a enaltecer a su mentora Cristina, que en la peronósfera ha sido incluso catalogada como la “verdadera intelectual orgánica” [3], apelando a Gramsci y despegándose del gafe de los Carta Abierta.

En sintonía, Horacio Verbitsky se despachó en el oficialista Página/12 disfrazando el cada vez más evidente giro a la derecha del gobierno como una serie de “batallas culturales” ganadas a los medios opositores, Clarín y La Nación. Señalando las pifiadas de Diana Conti –quien pidió la “reelección indefinida” de Cristina– y el del González de “cavilación depresiva”, Verbitsky habla de problemas provocados por “fuego amigo”, que sin embargo no habrían debilitado al gobierno, que está tan bien que “Reutemann se compromete a apoyar al candidato a la presidencia que decida el PJ nacional”, y que “José Manuel de la Sota pondera el desempeño del gobierno nacional” [4]. No es que el kirchnerismo, en su necesidad de ganar las elecciones y seguir gobernando (para el FMI, Club de París, “burguesía nacional” y demás corporaciones patronales) mantiene el “armado” con los viejos y corruptos aparatos políticos (en el PJ y en la CGT). Para Verbitsky sería al revés: hay una fortaleza tal del “progresismo” K, que los ex menemistas neoliberales sojeros de Córdoba y Santa Fe tienen que ir al pie. Quizá parezca un poco sorprendente que se nos proponga que semejantes aliados sean un buen ingrediente para una política progresista, pero debe ser que no captamos los refinamientos estéticos de un relato donde no hay “buenos y malos” sino personajes “multifacéticos”: mercenarios dispuestos a ir para donde sopla el viento y progres dispuestos a tragarse cualquier sapo.

Pero para mantener el espíritu progre en alto, Verbitsky apela a que la presidenta tiene un “orgullo”: el de “garantizar más derechos para más sectores, no cercenarlos”. Suponemos que no se refiere a los millones que ven cómo mes a mes se les licúa el salario, o están en negro sin que los aliados K de la burocracia sindical muevan un pelo salvo para mandar sus patotas, o a los que no tienen vivienda y son corridos a tiros de un parque, o son desplazados de la propia tierra para plantar más soja. Porque para esos el derecho otorgado fueron balas y la amenaza, en boca de los nuevos organismos de “seguridad” y de la propia presidenta en caso de que decidan reclamar en las calles por esos derechos cercenados: después de reprimir en el Indoamericano, el gobierno extorsionó con “el que toma tierras se queda sin plan social”; el mismo discurso de Cristina a la Asamblea Legislativa, que le parece una “excelente pieza” a Verbitsky, fustigó la acción directa de los trabajadores; y contra sus luchas, la presidenta dijo: “Los sectores sindicalmente organizados, vinculados a servicios y a tareas, no pueden someter de rehenes a usuarios y consumidores”. Para hacer de esa realidad una ficción verosímil de un gobierno progresista, haría sí falta un muy buen escritor urgente.

Para el neoliberal peruano, “piquetero” evoca el 2001 argentino en que el modelo que él defiende se vino abajo, y peor aún, cuando fue la acción de las masas en la calle la que lo puso en cuestión. Como el gobierno de los K fue el que finalmente se consolidó después de una serie de convulsiones sociales y en el régimen capitalista argentino, el escritor identifica a los K con el piqueterismo. El Nobel pifia una vez más, junto con los intelectuales kirchneristas. Los gobiernos K no son la continuidad del 2001 sino todo lo contrario, el intento de borrar de la escena política la acción directa de las masas. Su discurso “nac & pop” y las medidas “antineoliberales” tan defendidas por los escribas K son un reconocimiento de la relación de fuerzas de ese 2001 que permanentemente han tratado de volver del lado de la burguesía, aun con roces con distintos sectores de la misma. Cristina ha mostrado en pocos meses ese deseo de “un país normal”, donde los muchos trabajen para enriquecer a unos pocos.

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