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Un discurso y muchos silencios

Después de la polémica, finalmente Vargas Llosa habló en la Feria. Los medios opositores lo presentaron como parte de su gesta antiK, adjudicándose el lustre de un Nobel (más elegante que la diáspora opositora), resaltando que la “tensión” acumulada no pasó a mayores. Los medios K por su parte trataron de quitarle épica al asunto.

Ariane Diaz

28 de abril 2011

Un discurso y muchos silencios

Después de la polémica, finalmente Vargas Llosa habló en la Feria. Los medios opositores lo presentaron como parte de su gesta antiK, adjudicándose el lustre de un Nobel (más elegante que la diáspora opositora), resaltando que la “tensión” acumulada no pasó a mayores. Los medios K por su parte trataron de quitarle épica al asunto. No sabemos que violencia o “estrépito” esperaban unos y otros, teniendo en cuenta que los intelectuales K habían aceptado sin chistar el reto presidencial y apenas desgranaron respetuosas críticas al neoliberal con dotes literarios, quien se siguió considerando de todos modos censurado, a pesar de tener todos los medios pendientes de sus dichos. Aunque la “libertad de expresión” fue uno de los ejes en disputa, como planteamos antes aquí, parece que ni Vargas Llosa ni sus defensores, pero tampoco sus detractores, consideran que la industria editorial que dirige la Feria, en manos de unos pocos y ávida de ganancias, es una verdadera censura de la libertad de expresión de las mayorías.

Lo cierto es que el tan esperado discurso repitió una serie de lugares comunes sobre el lugar de los libros en la ampliación de la libertad de expresión, y en el terreno de la política regional, repitió sus diatribas contra el populismo que ya había intercambiado con sus amigos de la reaccionaria Sociedad Mont Pelerin. Su defensa del liberalismo no es material serio de discusión cuando agrega a ello que el Nobel de economía Krugman sería un colectivista o que los referentes que lo apadrinaron en su visita son “libertarios” seguidores de Friedman y Von Hayek, amigos de Pinochet (entrevista en Página/12, 22/4). Más de un defensor de Vargas ha apelado a distinguir las posiciones ideológicas de un escritor de su obra. El recurso de los antiK de hablar de otra cosa (porque no fue la calidad literaria de su obra lo criticado), debe tener que ver con que es mejor derivar la disputa a su literatura que tener que pronunciarse sobre sus opiniones políticas, no tanto por ser de derecha, sino por bizarras.

Los antiK pueden agradecer que Vargas les prestara un poquito del brillo del Nobel. Pero los K también deberían agradecerle la no poca ayuda que Vargas les dio para endulzar el sapo progre K, mostrándose con sus amigos ultraconservadores y aduciendo que la caída en desgracia de las ideas neoliberales es una victoria de la izquierda. Con “enemigos” así, reivindicar un Estado que vendría a regular los manejos de los salvajes neoliberales, como hicieron los intelectuales K en su “contra discurso” de unos días después en la Feria, es mucho más fácil, incluso cuando el gobierno que dirige este Estado está tejiendo alianzas electorales con lo más rancio del neoliberalismo nacional.

Pero pasemos a lo que otros críticos de Vargas Llosa han avanzado sobre debate.

Grüner (Página/12, 20/4), quien no es miembro de Carta Abierta, ha repasado la polémica bajo la óptica de “la dificultad a la hora de posicionarse claramente respecto del Estado, de un gobierno o de lo político en general”, recordando la tradición del “intelectual comprometido”. Definiendo a los intelectuales como “individualistas pequeño-burgueses” que se resisten a que el “pensamiento crítico” sea sometido a las necesidades de la coyuntura, se pregunta si en el debate no habrán pecado de actuar como intelectuales “puros” y un tanto “corporativos” al sentirse interpelados porque Vargas Llosa hablaba en un ámbito considerado como coto propio del intelectual (aunque ahora lo reconoce también como “gigantesco kiosco industrial”) cuando lo central era la agenda política que traía. Quizás podrían haber pensado alguna otra forma de discusión, imagina, “sin temor de lastimar a algún amigo que tengamos dentro o fuera del Gobierno”.

González (Página/12, 22/4) retoma la inquietud en un artículo dispuesto a “pensar la condición del intelectual”, el cual identifica en la historia nacional con Scalabrini Ortiz, un intelectual que “pone el sacrificio personal como precio de la verdad” y que siente “las tergiversaciones políticas que afectaban al cuerpo social” “en su propio cuerpo”; en la misma genealogía emparenta a Walsh y Viñas, intelectuales concientes de los riesgos de su tarea. Para González estas figuras serían la contracara de un Vargas que disfruta del apoyo de las corporaciones de la derecha, y habla de una “lucha contra la intolerancia” que ya no supone ningún riesgo para sí, como sí lo fue para muchos de los que evocó en su discurso.

Sin animarse a ubicarse directamente en la genealogía que traza, pero sí como verdadero “enemigo de la intolerancia”, González se atribuye el riesgo de estar inmerso “en la dialéctica del lenguaje, en sus grandes paradojas, y menos en lo que ahora, en Vargas, es la cómoda linealidad de un liberalismo cuya ambigüedad da por descontada”. ¿Será una de esas paradojas defender como progresivo a un gobierno cuyo ministro de Trabajo complota con el asesino Pedraza contra la izquierda y los tercerizados del ferrocarril? ¿Será la cómoda linealidad del liberalismo o la voluntad sacrificial lo que llevó a estos “profetas laicos” a convertirse en adobadores de sapos? ¿Sufrirán febrilmente por el riesgo de ser amonestado por el Estado por “inoportunas” críticas a la derecha? Debe ser en la misma realidad paralela donde Krugman es colectivista, que puede ser considerado progre un gobierno que entre las víctimas de la intolerancia patronal, ha sumado a militantes de izquierda que luchan con los tercerizados, miembros de pueblos originarios y pobres sin vivienda.
Por ello el recuerdo de la independencia intelectual de Viñas que trae Grüner en su artículo cae en saco roto. González tiene que evitar las críticas a la relación con el Estado de los intelectuales… sobre todo con este Estado en abierto giro a la derecha y con las declaraciones que hacen sus pares.

Wainfeld (Página/12, 24/4) consideró una nota de humor que Vargas Llosa, para defender al liberalismo y sus variantes, apelara un viejo chiste sobre la división de los trotskistas: mucho menos “gracioso” fue que el Estado procesara a trabajadores y militantes por ser parte de un “complot dualdho-trotskista” desestabilizador a poco más de dos meses del asesinato de Mariano Ferreyra. Mostrando qué tan bajo puede caerse, Feinmann declara “Ese cadáver es tuyo, Altamoria. Hacete cargo. Y punto”. No es un encono particular del escriba K con un partido de izquierda; es un episodio más de los ataques de los personeros K que necesitan esconder el fenómeno del sindicalismo de base que cuestiona al principal sostén del gobierno, la burocracia sindical, y justificar a su patota, de la que es cómplice, azuzando a los trotskistas como “instigadores”. Cuando aún no están en cana todos los responsables de ese asesinato, el “punto” de Feinmann nos recuerda a otros puntos finales… vaya paradoja para un autor que lucra con el “espíritu setentista”. Es cierto que hay partidos de izquierda trotskista que influenciamos y somos parte de este fenómeno (cuya potencialidad es lo que asusta a los K y al conjunto de la burguesía), y de ello estamos orgullosos, pero podríamos decirle a Feinmann lo mismo que a Vargas Llosa: no es la izquierda trotskista la que demonizó a la burocracia: se las arregla bien sola.

Por declaraciones como estas, la reflexión de Grüner llamando a politizar la discusión se muestra despolitizada. En su apelación a ser menos corporativo, sugiere que eso “hubiera permitido unificar mejor a los intelectuales ‘K’ con los que no lo son, puesto que la pelea ideológica contra la derecha mundial es un terreno donde se puede acordar más cómodamente que en la política local, por ejemplo entre los intelectuales ‘K’ y los de izquierda”. Una llamada a la unidad que pretende dejar en segundo plano la relación de la intelectualidad K con el gobierno en un “Frente Único Intelectual” contra los ataques de la derecha internacional. Un FUI en vez de un FUA (Frente Único Antiimperialista) con el peronismo, no muy original en la tradición de la izquierda local que con políticas así ha concedido a estos gobiernos y desarmado al movimiento obrero.

Pero lo cierto es que el gobierno no sólo se “construye” aliándose con los representantes locales de los ‘90 (admiradores de las ideas de Vargas Llosa), sino que está comprometido en la persecución y proscripción de la izquierda y los trabajadores que sorteando procesamientos, desafueros y golpizas, luchan por sus derechos contra aquellos que no sólo los han entregado, sino que en muchos casos son los propios patrones gracias a los negocios que les otorga este Estado. El affaire Vargas Llosa no mostró intelectuales K “puros” que no quieren subordinarse a las “necesidades políticas” de la coyuntura, sino todo lo contrario: una intelectualidad K dispuesta a cumplir los mandatos de la “razón estatal”, en momentos en que el Estado cada vez muestra más sus ansias de un país burgués “normal”, intentando tapar este giro a derecha en una discusión fácil con un políticamente impresentable Vargas Llosa.

Cuando nos referimos en notas anteriores a que ser un “intelectual comprometido” no sólo implicaba la defensa de las causas justas sino la crítica al Estado, dijimos también que los marxistas revolucionarios no abogamos por un intelectual que se mantenga al margen de las disputas políticas. La intelectualidad a la que aspiramos es una que participe en forjar la herramienta política que los oprimidos necesitan para vencer, un partido revolucionario. Pero en tanto apostamos a esa fusión entre la intelectualidad revolucionaria y la vanguardia de la clase obrera, nos parece que no implica tanta paradoja decidir dónde están y dónde no, las causas justas de hoy. Defender a los trabajadores de las persecuciones de la burocracia; denunciar la judicialización de la protesta social; reclamar justicia por la muerte de Mariano Ferreyra; podrían ser pasos en ese sentido. Pero las causas justas no parecen provocar discursos entre los intelectuales K, sino silencios.

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