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Ocho años de “modelo K” y la reindustrialización no aparece

Aunque diariamente los medios oficialistas publican los logros de la industria local, y algunos datos resultan a primera vista impactantes (como es el caso de la capacidad de producción actual de la industria automotriz), un análisis de los mismos permite ver que la “industria pujante” que presenta el ministro de Economía y candidato a vicepresidente Amado Boudou, en varios aspectos no lo es.

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15 de septiembre 2011

Aunque diariamente los medios oficialistas publican los logros de la industria local, y algunos datos resultan a primera vista impactantes (como es el caso de la capacidad de producción actual de la industria automotriz), un análisis de los mismos permite ver que la “industria pujante” que presenta el ministro de Economía y candidato a vicepresidente Amado Boudou, en varios aspectos no lo es.

No se revierte la desindustrialización

Luego de 8 años de gobiernos K, este sector privilegiado en los discursos oficiales, representa una proporción menor de la economía nacional (el 17% del Producto Interno Bruto, PIB) que la que tuvo en promedio en los ‘90 (19% del PIB), según señala El economista en el artículo “La industria crece a pesar de los desafíos” (9/11/2011). Aunque otros muestran una participación mayor (18,8% del PIB) en ningún caso llega a recuperar el promedio de la década anterior. Durante el primer año pos devaluación la industria creció más que la economía, desde 2003 en adelante siguió creciendo, pero a igual o menor ritmo que el resto de la economía.

Este magro desempeño relativo de la industria, se debe, para Martin Schorr, un crítico amistoso de la política oficial, “a la relativamente baja inversión respecto a las altas ganancias de las grandes empresas, en particular entre 2004 y 2007 [que tienen] niveles holgadamente superiores a los de la convertibilidad” (“Más allá del dólar alto”, Le monde diplomatique, Buenos Aires, setiembre de 2011). Las altas ganancias que viene obteniendo la burguesía se reinvierten sólo parcialmente, lo cual significa que el capitalismo local no sólo se sostiene en base a una elevada tasa de explotación basada en la precarización de la fuerza de trabajo para mantener los salarios planchados (en términos reales hay poca recuperación desde 2001, aunque el consumo a crédito permita taparlo por el momento); ni siquiera es capaz de convertir esto en una fuente que eleve significativamente las capacidades productivas.

La industria “maquila”

Martin Schorr señala otro rasgo clave de la economía Argentina durante estos años de gobiernos “neodesarrollistas”, y es que “se fortaleció un perfil exportador muy volcado a la explotación de recursos naturales y la armaduría automotriz”.

“Armaduría” es un término que podría extenderse a otras ramas de la industria argentina, entre las que están las beneficiadas por las promociones industriales que se actualizaron en estos años, para incluir nuevos productos como celulares y notebooks, cuyo componente importado alcanza proporciones altísimas, siendo casi nulas las piezas manufacturadas localmente.

Lo limitado de la recuperación de la industria local pasados dos gobiernos K, también lo ilustra otro dato más dramático, que golpea directo a la “niña mimada” del modelo, es decir la industria automotriz. Según estimaciones en base a los datos de la primera mitad del año por cada vehículo que sale de las terminales locales, se importan autopartes por casi 15.800 dólares. Por supuesto, no todos los componentes importados ingresan a la producción, ya que una parte de lo importado se dirige a los comercios de repuestos. Sin embargo, considerando la explosión que tuvo el volumen importado (US$ 12.200 por auto en 2010, US$ 11 mil por auto en promedio en los 6 años anteriores, y US$ 15.800 hoy) se puede ver que cuantos más autos se producen, más se importa por auto producido, poniendo de relieve las consecuencias del desguace de la industria local durante las décadas previas, que hacen que no haya autopartistas locales para proveer a las terminales. Algo que no ha sido revertido durante estos años, sino todo lo contrario. Basta recordar el caso de Paraná Metal. La consecuencia es que el crecimiento de la industria automotriz, lejos de poder ser evaluado por el gobierno como algo netamente positivo, también es motivo de preocupación, dado que está dejando menos dólares de saldo comercial (la diferencia entre lo que se exporta al exterior y lo que se importa) en un momento donde la fuga de capitales hace necesario cuidar cada dólar, y aparte se los precisa para pagar la deuda.

Falta agregar otro dato que es aún más lapidario: “Los 15.800 dólares que se importan por cada auto fabricado aquí coinciden casi con exactitud con el valor promedio que tiene cada vehículo argentino que se exporta”. Considerando que se importa por un valor equivalente al que se exporta, podríamos decir que el valor agregado de las exportaciones automotrices, tendería entonces... a US$ 0! El auto se vende en el extranjero, a un valor casi igual al de las piezas que se importaron para fabricarlo, “regalando” el trabajo realizado en el mercado local, y los componentes producidos localmente, que no se cargan al precio del comprador extranjero. Pero claro, no es que a las automotrices les agarre un arranque de generosidad, y en pos de engrandecer la Argentina, exporten a pérdida para traer dólares al país, ni nada que se le parezca. Son los compradores del mercado local quienes solventan con un sobreprecio, aquella parte del valor que se “pierde” en la exportación. El encarecimiento de los vehículos en el mercado local es el correlato necesario de la “pujante” exportación automotriz que tanto festeja el gobierno, en las condiciones actuales de esa industria en el país. De esta forma, la industria mantiene altas ganancias, es una aspiradora de dólares que se hace más preocupante cuanto más produce, y los coches siguen siendo un bien a adquisición onerosa en el país para solventar las exportaciones, a “pura pérdida” de dólares y de trabajo local. 

Ni “neodesarrollismo” discursivo ni ortodoxia aperturista

Por supuesto, no podemos sacar la conclusión, como hace el economista liberal y bloguero Lucas LLach, de que esto se resolvería liberando las exportaciones, ya que supuestamente de esta forma se darían los incentivos para incrementar la eficiencia de la industria. Los problemas productivos extendidos en todos los eslabones de la cadena, difícilmente se resuelvan con una medida como ésta. La conducta empresaria en ramas que no tienen las restricciones de la automotriz, tampoco inducen a pensar que esta apertura tenga gran impacto sobre el accionar capitalista. Como plantea Schorr en el artículo que citamos, la baja reinversión de ganancias ha caracterizado a toda la cúpula industrial, no sólo a algunas industrias. Los empresarios PYME tampoco tuvieron una conducta distinta.

La conclusión, es que ni el “neodesarrollismo” discursivo, que en los hechos no se traduce en otra cosa que dar subsidios a empresarios que invierten poco, ni la ortodoxia aperturista pueden resolver un problema con profundas raíces estructurales que determinan el accionar empresario en la economía semicolonial argentina. Para saldar la brecha entre excedente económico apropiado por el capital y acumulación, no se trata de uno u otro de estos caminos, sino de atacar el problema de raíz: expropiar a los expropiadores capitalistas para reorganizar la producción de acuerdo a las necesidades sociales, evitando la dilapidación de riqueza que impone la burguesía.

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