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Jornadas del 19 y 20

A 10 años del 19 y 20 de diciembre de 2001 (II entrega de la serie)

La clase obrera en las jornadas revolucionarias

El rol de la clase trabajadora durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 es tema de debates por varios motivos. Desde sectores afines al oficialismo se ha dicho a modo de chicana que la izquierda argentina, pese a su clasismo y su marxismo, tiene como “acontecimiento fundante” un hecho policlasista protagonizado principalmente por las clases medias urbanas contra la confiscación de sus ahorros.

Juan Dal Maso

24 de noviembre 2011

La clase obrera en las jornadas revolucionarias

El rol de la clase trabajadora durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 es tema de debates por varios motivos. Desde sectores afines al oficialismo se ha dicho a modo de chicana que la izquierda argentina, pese a su clasismo y su marxismo, tiene como “acontecimiento fundante” un hecho policlasista protagonizado principalmente por las clases medias urbanas contra la confiscación de sus ahorros. Sin embargo, siempre tomamos distancia de los que hablaron de una “revolución de las cacerolas”, los cuales parecen darle la razón a estos críticos.

Contra toda visión unilateral, partimos de que la clase trabajadora argentina llegó a la crisis del 2001 después de dos décadas de “ofensiva neoliberal” en la cual no solamente perdió importantes conquistas, sino que fue borrada del horizonte toda idea de revolución social. En ese marco se dieron las luchas de la clase obrera argentina durante los ‘90 y su intervención en la crisis del 2001.

Partiendo de ahí, la reflexión sobre el rol de la clase trabajadora en las jornadas de diciembre de 2001 implica a su vez volver sobre los procesos de recomposición objetiva a los que la clase estuvo sometida, así como su importancia estratégica, tanto desde el punto de vista de las experiencias protagonizadas por sectores de la vanguardia obrera surgidas al calor de la crisis, como también desde el ángulo de los límites que tuvo la intervención del proletariado como clase en las propias jornadas.

En este sentido, la relación entre la clase trabajadora y el 19 y 20 de diciembre, debe ser tenida en cuenta desde tres aspectos. En primer lugar, su historia inmediata previa a las jornadas, que explica cómo llegaron los trabajadores al acontecimiento que terminó con el gobierno de De la Rúa. En segundo lugar, los elementos de intervención concretos y potenciales de la clase trabajadora durante el 19 y 20 mismo y sus efectos determinantes o no en el desenlace de las jornadas, en función del peso estratégico de la clase obrera. En tercer lugar, las experiencias específicas desarrolladas por sectores de vanguardia de la clase trabajadora, que estuvieron empapadas del espíritu levantisco del 2001 y dejaron planteada una alternativa a la crisis capitalista.

La clase obrera argentina durante los ‘90: hiperdesocupación y cooptación de las capas altas del proletariado

La política, de alentar el consumismo de las clases medias, mediante un dólar barato, permitió a la burguesía mantener como parte del bloque en que se sostenía el menemismo a un sector más acomodado de la clase obrera (formalizado y con convenio, generalmente base de la burocracia sindical que se fue haciendo cada vez más empresaria), con la ilusión de una limitada “movilidad social”, mientras a nivel masivo y generalizado, las patronales disciplinaban a los trabajadores con la amenaza de la desocupación: “De conjunto podemos decir que existe en Argentina una “nueva clase obrera” que ha sufrido un retroceso sin precedentes de sus condiciones de vida, que soporta una creciente superexplotación en las fábricas y empresas, tasas de desocupación inéditas que superan al 20 % de la “población económicamente activa” -y otro tanto de subocupación, que en conjunto ya sumaban unos cinco millones de personas antes del aceleramiento de la crisis en diciembre.
El retroceso de la participación de los asalariados en la renta nacional ha venido en descenso desde hace 25 años. En 1975, llegaba a cerca de un 50%. Hoy, oscila entre el 18 y el 20 %. La precarización ha sido impresionante. El trabajo en negro creció, si tomamos un índice 100 para 1990, a 229 en el 2000. En el mismo lapso, un índice 100 de trabajadores subocupados aumentó a 217. Los trabajadores bajo alguna forma de contrato eventual se calcula que abarcan cerca del 50% del total”. La cita que antecede es una buena radiografía del proceso sufrido por la clase obrera entre el `91 y el 2001. (EI N° 18 “El movimiento obrero argentino tiene planteado un nuevo giro histórico”, febrero de 2002)

De las luchas de estatales y desocupados a los paros generales de la CGT

En este marco, la clase obrera generó durante los años ‘90 dos importantes experiencias de lucha, que mantuvieron vivas las llamas de la resistencia obrera, mientras en el proletariado industrial primaban las derrotas por un lado y la cooptación de las capas más altas de la clase obrera por el otro.
Nos referimos a las luchas de los trabajadores estatales de distintas provincias del país, que incluso tuvieron protagonismo en importantes revueltas provinciales como en Santiago del Estero en 1993 y en Jujuy durante casi toda la década, también en Corrientes, Neuquén, entre otras. Junto con ellos, los trabajadores de la educación también jugaron un rol de “oposición social” al menemismo, aunque mediatizado por la estrategia de subordinación a la centroizquierda del Frepaso que defendía la conducción de CTERA.

En el otro polo de la clase obrera, los compañeros desocupados protagonizaron importantes acciones que incluso sobrepasaron la legalidad burguesa, en el enfrentamiento directo con las fuerzas represivas de las policías provinciales y la Gendarmería: Cutral Co en Neuquén, General Mosconi en Salta y Libertador General San Martín en Jujuy fueron la avanzada de un movimiento de desocupados que “hizo el aguante” mientras en el movimiento obrero industrial había unas pocas luchas de resistencia, que a pesar de no ser la tónica predominante en el conjunto de la clase, incluyeron hitos de acción directa, como la experiencia del Sitramf, la toma de la cervecería Córdoba, las luchas de los obreros portuarios, autopartistas y otras que se dieron en soledad y con direcciones burocráticas o semi-burocráticas que no se dotaron de una estrategia para triunfar o directamente negociaron los cierres y despidos.

Los paros de la CGT “disidente” contra el gobierno de De la Rúa durante el año 2000, volvieron a poner en el centro de la escena nacional algunas acciones obreras de envergadura protagonizadas por los grandes sindicatos. Sin embargo, la conducción de la CGT estaba alineada abiertamente con el “bloque devaluador”, al cual subordinó las acciones de lucha, llegando incluso al paro del 13/12/2001, que levantaba abiertamente ese programa antiobrero.

Pero aunque la clase trabajadora jugó un papel central a través de sus batallones de estatales y desocupados en los procesos de lucha de los años ’90, con mayor peso del proletariado de la industria y los servicios durante los paros generales del años 2000, su intervención en las jornadas del 19 y 20 de diciembre, fue limitada, sin centralidad ni organización.

Sin embargo, el 19 y 20 de diciembre tuvo un impacto profundo en la clase obrera, impulsando las tendencias a la organización de base, el asambleísmo y legitimando la acción directa. Muchos de estos aspectos se expresaron en los procesos de ocupaciones de fábricas primero y en el sindicalismo de base unos años después.

El 19 y 20 y el peso estratégico de la clase obrera

Si bien hubo fábricas que pararon en repudio a la represión, la clase obrera como tal no jugó un rol dirigente en las jornadas, primando otros sectores sociales como las capas medias urbanas, que dieron lugar después al fenómeno de las asambleas barriales. Los desocupados, que forman parte de la clase obrera, no intervinieron organizadamente porque las conducciones piqueteras como FTV y CCC se cuidaron de movilizar.

No obstante estos límites, el propio desarrollo de las jornadas mostró el peso social y su rol potencial como caudillo de las masas, en el peso determinante que tuvo el llamado al paro nacional del CGT en la renuncia de De la Rúa.

En el mismo sentido que el gran teórico de la guerra Karl von Clausewitz define que los encuentros (batallas) posibles debe ser considerados como reales a causa de las consecuencias que tendrían en caso de hacerse efectivos, puede decirse que la amenaza de irrupción de la clase obrera mediante una huelga general fue lo que terminó de definir la caída de De la Rúa, porque, de concretarse, hubiera modificado la composición y el carácter de las fuerzas en pugna: los miles de jóvenes y trabajadores que combatían en la Plaza de Mayo y las calles del centro de Buenos Aires, se hubieran transformado en la vanguardia de una fuerza social capaz no sólo de tirar a de la Rúa sino de abrir una crisis aún más profunda en el régimen político, poniendo incluso en cuestión el rol del peronismo como “partido de la contención”.

En este paro general que no fue se resumen en gran parte las limitaciones con que la clase trabajadora llegó a las jornadas del 19 y 20 de diciembre (alto nivel de fragmentación y férreo control burocrático), pero también su importancia desde el punto de vista estratégico para poner en cuestión el orden social capitalista.

De esta intervención limitada y sin centralidad de los sectores más concentrados de la clase obrera, se deriva la fisonomía de los fenómenos surgidos después del 19 y 20: las asambleas barriales, con un alto componente de sectores medios, las manifestaciones de ahorristas y el crecimiento de las organizaciones piqueteras, que si bien organizaban un sector de la clase obrera muy importante como los desocupados, lo hicieron en su mayoría sin una estrategia de unidad con los trabajadores asalariados.

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