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Fragmentos de la intervención de Emilio Albamonte llevando el saludo de la dirección del PTS a la Conferencia de Organización de la Juventud

PTS

15 de diciembre 2011

Compañeros, quisiera aprovechar este saludo para hablarles de la tradición revolucionaria. La palabra tradición viene del latín tradere, que significa entrega. ¿Y qué es lo que entregamos los revolucionarios de las viejas generaciones a los de las nuevas: el legado revolucionario, es decir, una teoría, una estrategia, unas costumbres forjadas en la propia lucha que ayudan a que los nuevos compañeros, y más en general, los trabajadores y las clases explotadas no deban recomenzar siempre desde cero.

Como ustedes han definido en los documentos de vuestra conferencia, no estamos frente a una crisis más del sistema capitalista. La misma tiene proporciones históricas y no sólo los marxistas sino los propios analistas burgueses sólo encuentran un punto de comparación en la crisis del ‘30. Es decir, la época de la revolución y la guerra civil española, del ascenso del fascismo y el stalinismo, crisis que culminó en la horrenda carnicería de la segunda guerra mundial.

Hablemos entonces de la crisis de los años ‘30. Como ésta es una conferencia juvenil voy a hacerlo a través de las reflexiones de artistas y pensadores que dejaron imágenes que permiten comprender la gravedad de la situación.

El gran escritor y crítico cultural marxista Walter Benjamin escribió en sus “Tesis sobre la filosofía de la historia”: “Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus, en él se representa a quien parece que quisiera alejarse de algo que lo tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y éste debería ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto su rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, el ve una catástrofe única, que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse y despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán lo empuja irrefrenablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso”.

El mismo autor ha definido en otra parte que “toda historia de civilización es al mismo tiempo una historia de barbarie”.

Planteando a modo de aforismo la forma profundamente contradictoria y bárbara que ha adquirido el progreso en las sociedades de clase también afirma que “nada ha corrompido tanto a los obreros alemanes como la opinión de que estaban nadando con la corriente”. Con frases como ésta reafirma la dialéctica planteada por Rosa Luxemburg: “socialismo o barbarie” y sacando duras lecciones de las profundas derrotas del proletariado alemán que a pesar de haber construido los sindicatos y el partido más poderoso del movimiento obrero internacional vio a todas sus organizaciones y a sus principales dirigentes cooptados por la burguesía, lo que lo condujo a los desastres de dos guerras mundiales y el fascismo.

Benjamin, judío alemán, huyó de Francia donde se había refugiado en 1940 y se suicidó en una posada de la frontera española cuando le negaron la visa para huir a Estados Unidos donde sus amigos de ideas le habían conseguido refugio.

En 1933 salió una novela que casi de inmediato consagró a su autor como uno de los más importantes escritores franceses del siglo XX. El autor se llamaba Luis F. Céline y el libro era “Viaje al fin de la noche”. En él, Céline, que era médico y se había anotado como voluntario en la primera guerra mundial, obteniendo la medalla de honor militar, contaba en forma brutal el carácter de la primera contienda imperialista. “Os lo digo infelices jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor, os lo advierto, cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón”.

A poco de salir el libro, León Trotsky estaba por llegar a Francia en su larguísima peregrinación, que su biógrafo I. Deutscher llamó “el planeta sin visado”. Se dio tiempo para escribir una crítica titulada “Poincaré y Céline” donde dice “Viaje al fin de la noche, novela del pesimismo dictada más por el espanto ante la vida y el hastío que ella ocasiona que por la rebelión. Una rebelión activa va unida a la esperanza. En el libro de Céline no hay esperanza…en la música del libro hay disonancias significativas. Rechazando no sólo lo real sino lo que podría substituirlo el artista mantiene el orden existente. En este sentido, queriéndolo o no, Céline es aliado de Poincaré (Poincaré era el presidente de la Francia imperialista y uno de los responsables de la guerra). Pero al descubrir el engaño sugiere la necesidad de un futuro más armonioso. Aunque estime que nada bueno saldrá del hombre, la intensidad de su pesimismo lleva en sí el antídoto”.

Trotsky, quien resalta permanentemente la enorme calidad literaria de la novela, concluye sin embargo con una predicción asombrosa: “Céline ya no escribirá otro libro donde brillen tanto la aversión de la mentira y la desconfianza de la verdad. Esta disonancia debe resolverse. O el artista se aventura en la tinieblas o verá la aurora”.

Digo “predicción asombrosa” porque Trotsky en la última frase prevé una de las posibles alternativas del gran escritor: efectivamente Céline no se hizo un revolucionario, parafraseando a Trotsky “se acostumbró a las tinieblas” y se transformaría, unos años después, en un colaboracionista de los nazis en la Francia ocupada.

León Trotsky, que no era sólo un hombre de pensamiento sino también de acción, describió con rasgos no menos sombríos la situación que se vivía pero la ligó, haciendo un análisis materialista histórico, a la crisis de dirección del proletariado. En efecto, en un tono completamente distinto al luminoso “un fantasma recorre el mundo” del Manifiesto Comunista redactado por Marx y Engels, luego de un siglo de luchas, de enormes triunfos como la revolución rusa y de grandes derrotas como el ascenso del stalinismo, el fascismo y las guerras mundiales, Trotsky comienza el Programa de Transición con una frase lapidaria, pero no pesimista: “la crisis de la humanidad se puede reducir a la crisis de su dirección revolucionaria”. Digo no pesimista porque en ese programa se sintetiza la continuidad del pensamiento clásico marxista y la estrategia para enfrentar la crisis de la dirección y triunfar.

Sin embargo, la historia fue mucho más complicada de lo que previó brillantemente el propio Trotsky.

El imperialismo no salió impune de la guerra, de hecho perdió el dominio de un tercio de la economía mundial y estallaron revoluciones en Europa (Francia, Italia, Grecia, etc.) que los stalinistas y socialdemócratas que dirigían el movimiento obrero ayudaron a frenar y derrotar. También surgieron revoluciones triunfantes en el mundo semicolonial (China, Corea, Vietnam). Pero dirigidas por direcciones stalinistas o pequeño burguesas enemigas declaradas de la auto-organización de las masas y de la revolución socialista internacional.

El “orden de Yalta” donde las potencias imperialistas y el stalinismo dividían el mundo en zonas de influencias significaba simultáneamente el acrecentamiento de una competencia económica, política y militar entre dos sistemas. Los Estados obreros degenerados o deformados burocráticamente, que dirigía el stalinismo, a pesar de algunos logros parciales en las primeras décadas, demostraron que la previsión de Trotsky, de que el socialismo en un solo país era una utopía, era totalmente correcta. O se avanzaba hacia el socialismo internacional (liquidando a la casta burocrática) o la restauración del capitalismo sería un hecho inevitable como preveía “La revolución traicionada”. A comienzos de los ‘90 y luego de décadas de represiones a movimientos en Europa oriental (Polonia, Checoeslovaquia, Hungría, etc.) y en la propia URSS, el stalinismo se hundió ignominiosamente arrastrando al capitalismo a los Estados que dirigía. El Partido Comunista Chino se transformó en el promotor de la vuelta a un capitalismo salvaje que ayudó a bajar los salarios de la clase obrera mundial transformándose en un factor adicional de desmoralización. Esto ha sido un componente esencial de la ofensiva neoliberal y de la época de restauración que se inició a comienzos de los ‘80.

El movimiento trotskista salió enormemente debilitado de la guerra por la represión previa, sin la figura de Trotsky, y en un mundo dividido entre imperialistas y stalinistas. No pudo resistir a la presión y se dividió en múltiples corrientes que oscilaron entre la reforma y la revolución (centristas). Nosotros desde el PTS y la FT, desde hace dos décadas, al mismo tiempo que intentamos fusionarnos con la clase trabajadora, intentamos hacer críticas precisas a los grandes errores y desviaciones de la corriente de la que provenimos y de las otras que forman el movimiento trotskista internacional. No lo hemos hecho con afán destructivo, por el contrario, hemos buscado también aquellos aciertos que pudieran ser un punto de apoyo para la reconstrucción del marxismo revolucionario. A eso lo llamamos “hilos de continuidad”.

Volviendo al principio de mi intervención, el legado que queremos transmitir en este momento donde resurge una crisis histórica del capitalismo no es sólo el del marxismo clásico sino el de las críticas detalladas de los errores y la búsqueda de hilos de continuidad. Invito a los compañeros de nuestra juventud a estudiar cuidadosamente este legado para diseñar una estrategia más punzante: Es decir, lo que León Trotsky llamaba el “arte de vencer”.

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