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CULTURA

ACERCA DE "A ROMA, CON AMOR"

Amores (y vidas)… superficiales

La última película de Woody Allen, A Roma con amor, es una comedia “coral”, con gran elenco: Ellen Page, Jesse Eisenberg, Penélope Cruz, Alec Baldwin, Greta Gerwig, Roberto Benigni, Judy Davis y el mismo Allen, donde hay cuatro historias que transcurren en la gran ciudad –“la ciudad eterna”– donde trabajaron algunos de los directores que más admira Allen: Federico Fellini y Michelangelo Antonioni.

Demian Paredes

12 de julio 2012

Amores (y vidas)… superficiales

La última película de Woody Allen, A Roma con amor, es una comedia “coral”, con gran elenco: Ellen Page, Jesse Eisenberg, Penélope Cruz, Alec Baldwin, Greta Gerwig, Roberto Benigni, Judy Davis y el mismo Allen, donde hay cuatro historias que transcurren en la gran ciudad –“la ciudad eterna”– donde trabajaron algunos de los directores que más admira Allen: Federico Fellini y Michelangelo Antonioni.

En una historia tenemos a Roberto Benigni interpretando a un “burgués pequeño” que de repente saltará a la fama, siendo acosado por los papparazzi. La otra historia gira en torno a un joven matrimonio que llega del interior a la ciudad para que el esposo consiga trabajo en una empresa importante por medio de unos parientes ligados al Vaticano. Habrá dos enredos: él terminará simulando que una prostituta es su esposa, en un encuentro social; y la verdadera esposa, perdida en la ciudad, se encontrará con una filmación donde está el actor que más admira, un galán, en una suerte de parafraseo a El jeque blanco, de Fellini. Acá encontramos un “clásico” (recurrente) tema de Allen: los matrimonios y las infidelidades.

Similar temática tiene la tercera historia, donde una joven pareja asiste a la amiga de la mujer, una actriz neurótica (y seductora) que acaba de terminar su relación y está deprimida, y donde Baldwin representa la “voz de la experiencia” que aconseja al muchacho que no entre en ese juego…
Finalmente, está la historia que protagoniza Allen: su hija, de vacaciones, conoce a un muchacho, se enamora y se compromete con él, lo que obliga a que el norteamericano y su mujer (una psicóloga) viajen para conocer a su futura “familia política”. Allí el personaje de Allen descubre que el padre de su yerno canta en la ducha ópera como los dioses. Y, aunque está a punto de jubilarse en la industria musical, pretenderá sacarlo de allí, del baño, para llevarlo a cantar ante “el gran público”.

Con todo, tenemos lo que se podría llamar una “película menor”, teniendo en cuenta la filmografía de Allen, de casi 50 películas, donde hay algunas imperdibles como Robó, huyó y lo pescaron, La última noche de Boris Grushenko, Manhattan o Zelig. Acá tenemos una comedia liviana, donde si bien hay algunos logros –por ejemplo cómo logra Allen que el hombre que trabaja en una funeraria salga a escena, a cantar– no logra la agudeza, el ingenio y la profundidad que ha tenido (muchas) otras veces.
Incluso la crítica, divida, ha optado (el sector “más benévolo”) por conformarse y decir que el stand up de Allen “alcanza”.

Las críticas que lo defienden dicen algunas cosas ciertas: Allen ya es un grande, y (por supuesto) está entre los mejores directores de cine del siglo XX; además de que no se puede producir una “gran película” por año, ya que es muy difícil, y más si hay grandes elencos, ya que requiere mucho trabajo que haya un buen protagonismo y “desarrollo” para cada uno de los personajes.

Pero también es cierto que la crítica y el público, generalmente “unánime” en las décadas de 1960, ‘70 y ‘80, comenzó a dividirse en los ‘90, y ya, comenzado el siglo XXI un sector se adaptó acríticamente a esta nueva faceta, de “cine globalizado” podríamos decir –ya que Allen rodó sus últimas películas en París, Barcelona y Londres, apoyado financieramente por los gobiernos, interesados en que estas películas promuevan el turismo: todo un dato de hasta dónde llega la injerencia capitalista en el arte, deseoso de aprovechar lo que sea, para ganar dinero–. Es en estas películas de nuevo siglo cuando Allen pierde profundidad y entonces, el genial comediante admirador de Bergman y Kurosawa deja de explorar, como un aguijón crítico –gracioso, irónico, paródico… pero crítico– a la clase media norteamericana, con sus manías, sus contradicciones personales y sus frustraciones (infinitas).

Desde ya que no se puede pretender de Allen que se repita eternamente con los mismos temas. Pero la exploración de subjetividades “específicas” se perdió, y hoy hay chistes y observaciones más “estándar”, más simples, que podrían ocurrir en cualquier país debido a su “inespecificidad”. Y por ello, aunque se puede ver esta película, y muchos/as salgan conformes (sobre todo, las generaciones más jóvenes que no conozcan sus anteriores obras), no hay que dejar de recomendar sus “viejos” éxitos: las ya mencionadas, y otras como Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo y jamás se animó a preguntar, Interiores, Comedia sexual de una noche de verano, Crímenes y pecados, Alice y Poderosa afrodita, entre otras. Un gran cine donde el drama y la comedia –o ambas juntas en una misma película– reseñan las debilidades y fortalezas de diversos sectores sociales, con humor, sensibilidad y genial creatividad.

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