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DEBATE CON EL PO

Algo más que un posible “error de imprenta”. Sobre el programa y la estrategia

En el número anterior de Prensa Obrera, Pablo Rieznik realiza una reseña crítica al libro de Christian Castillo La izquierda frente a la Argentina kirchnerista. Esta respuesta pretende ser una contribución al debate. La versión completa de este artículo puede leerse en www.ips.org.ar

Matías Maiello

10 de noviembre 2011

Sobre la crítica de Pablo Rieznik a La izquierda frente a la Argentina kirchnerista

En el número anterior de Prensa Obrera, Pablo Rieznik realiza una reseña crítica al libro de Christian Castillo La izquierda frente a la Argentina kirchnerista. Esta respuesta pretende ser una contribución al debate. La versión completa de este artículo puede leerse en www.ips.org.ar

Acuerdos programáticos y diferencias estratégicas

Rieznik concluye su artículo manifestando no comprender “cuando Castillo dice que ‘las diferencias con el Partido Obrero no son de programa, sino de práctica política y de estrategia’”, y luego pregunta “¿Cuál sería el programa (con el cual acuerda) que no fija la estrategia (con la cual discrepa)? Quizás un error de imprenta para aclarar.” En todo caso, si la afirmación de Castillo fuese “error de imprenta”, tendríamos que tomar nota de que es parte de una larga cadena de “errores de imprenta” que comienza en la época de la fundación de la III Internacional y tiene a Trotsky como su principal propagador.

En su crítica al proyecto de programa presentado al VI Congreso de la Internacional Comunista, Trotsky hace hincapié en que “en lo que concierne a los problemas estratégicos, propiamente dichos, el proyecto se limita a dar modelos apropiados para las escuelas primarias”. Se refiere especialmente a que en el apartado “La ruta hacia la dictadura del proletariado” “se examina el problema fundamental del programa, es decir, la estrategia del golpe de estado revolucionario (las condiciones y los métodos para desencadenar la insurrección propiamente dicha, la conquista del poder) con aridez y parsimonia [...] se consideran los grandes combates del proletariado sólo como acontecimientos objetivos, como expresión de ‘la crisis general del capitalismo’ y no como experiencia estratégica del proletariado” (Stalin, el gran organizador de derrotas).

Esto nos lleva a una primera cuestión, que nos vemos obligados a aclarar: existe algo llamado “estrategia” (que se consolida en el marxismo con la III Internacional a partir de la afluencia de la terminología militar) y que no es reductible a los objetivos y fines que se establecen en el programa. Podemos decir que el uno nos remite a “qué pretendemos conquistar” (programa) y la otra al “cómo nos proponemos conquistarlo” (estrategia). Trotsky, al mismo tiempo que sostiene esta distinción, plantea que todo programa acabado debe dedicar necesariamente un lugar fundamental a los problemas de estrategia o correr el riesgo de convertirse en un “documento diplomático”.

Lo llamativo de la crítica de Rieznik al libro de Castillo es que no menciona una sola diferencia de programa y todas sus críticas –casualmente- remiten a debates y lecciones de estrategia, tanto en lo que hace al balance del 2001, como respecto a la ANT, Zanon, Brukman, la FUBA, etc.

Rieznik sostiene que plantear la no intervención de la clase obrera con sus organizaciones en las jornadas del 2001 es una hipérbole pero no da ningún argumento en contra. Todas las referencias que hace remiten a que “fue la clase obrera la que ocupó un lugar dirigente en todo el proceso que remata en el Argentinazo” (destacado nuestro). Es decir, no en las jornadas sino en el proceso anterior. Sin embargo, esta es justamente la contradicción que marca Castillo: “el proletariado (a su vez, quien más había luchado contra el gobierno aliancista) no se sintió protagonista como tal de las jornadas del diciembre argentino”.

Otro cuestionamiento a Castillo es por no destacar “la experiencia clave” de las Asambleas Nacionales Piqueteras. Sin embargo, en las jornadas del 19 y 20 la realidad es que las dos organizaciones principales de la ANP (CCC y FTV) se negaron a movilizar a la Plaza de Mayo. De hecho, el 20 de diciembre los compañeros del PO estuvieron sin la ANP combatiendo con nosotros en Diagonal Norte.

Ahora bien, este debate sobre el 19 y 20 no es una controversia historiográfica sino un intento de clarificar las lecciones fundamentales de cara al próximo ascenso. La principal de ellas podríamos sintetizarla en que faltó un partido revolucionario. Pero podemos ser más específicos: el 19 y 20 de diciembre de 2001 faltó un partido revolucionario que pudiera contar con una fracción significativa en los sindicatos, capaz de llamar al frente único obrero y a la huelga general política, que lograse superar la contención de la burocracia haciendo que las organizaciones obreras pudiesen oficiar de dirección de las masas movilizadas en las calles derrotando a las fuerzas policiales.

La explicación de Rieznik, tiene la “virtud” de ser más tranquilizadora: las jornadas del 19 y 20 contaron con la intervención del movimiento obrero, fueron una semiinsurrección como el Cordobazo, la ANP fue clave para estas jornadas; el único inconveniente es que no se condice con la realidad.

Dos métodos, dos políticas

Según Rieznik, Castillo se limita “a oponer a la ANT, la experiencia ‘revolucionaria’ de Zanón y Brukman, porque representan a la fracción “ocupada” del proletariado, como si tal cosa las eximiera de la lucha política contra la cooptación y la disgregación que signaría, en cambio, al movimiento piquetero.” Sin embargo, lo que dice Castillo no es que hay una contraposición entre ocupados y desocupados sino entre dos políticas y dos métodos. Uno, el de la ANP y la ANT que era el acuerdo entre tendencias del movimiento de desocupados, donde cada grupo participaba con los representantes de sus respectivas “colaterales” piqueteras, sin una política consecuente de unidad entre ocupados y desocupados. Por su parte, ni el propio PO, y tampoco el MST, tuvieron una política elemental para unir en el 2001 las varias seccionales docentes de SUTEBA en manos de la izquierda en una organización común con los desocupados.

El otro era el de Zanon y el SOECN, donde todo se decide en asambleas de base, donde cada tendencia puede someter a votación sus mociones (inclusive tendencias que no estaban originalmente en la fábrica fueron incorporadas a instancias de los propios ceramistas), donde se estableció la rotatividad de los dirigentes, etc. Y junto con esto el impulso sistemático de una unidad con los movimientos de desocupados y las organizaciones independientes del movimiento obrero, gracias al cual se puso en pié la Coordinadora del Alto Valle junto al Movimiento de Trabajadores Desocupados de Neuquén, estatales, docentes, etc. También los Encuentros de Fábricas Ocupadas que agrupaban a los trabajadores que para enfrentar la crisis habían tomado y puesto a producir sus fábricas pero que también contaron con la participación de delegaciones de los movimientos de desocupados (MTD Neuquén, FTC, Futrade de La Matanza). El PO se negó sistemáticamente a participar tanto de la Coordinadora en Neuquén como de los encuentros de fábricas ocupadas a nivel nacional.

Rieznik pretende hacerle decir a Castillo que el trabajo en la “fracción ocupada” de la clase obrera “exime de la lucha política contra la cooptación y la disgregación”. Pero pensar esto sería ridículo para cualquier marxista, la cuestión es si combate consecuentemente la cooptación o no. El método y la política que sostuvo el SOECN fue el más consecuente para luchar contra la cooptación (en el caso de las fábricas ocupadas, las presiones que llegan a través del mercado a la “autoexplotación” y la despolitización) lo que se expresa en que hoy Zanon sea, después de 10 años, una experiencia “bisagra” que sostiene la continuidad entre aquel 2001 y el desarrollo actual del sindicalismo de base mediante el impulso, por parte de sus principales dirigentes, de la corriente Nuestra Lucha.

Mientras que los métodos y la política expresados en la ANP y la ANT, separados de las grandes masas de trabajadores que continuaban bajo la bota de la burocracia sindical, demostraron ser impotentes para combatir la cooptación de la mayoría del movimiento.

Desde el PTS sostuvimos que la forma de combatir la cooptación y el aislamiento era la constitución de un movimiento común de todas las organizaciones de desocupados donde todo se decida en asambleas, con dirigentes revocables y con libertad de tendencias, para romper el corralito de las “colaterales” y desligar de esta forma la pertenencia política de cada desocupado de cuál era la organización que administraba su respectivo plan social.

Para el PO la garantía era el programa en su acepción más diplomática (es decir, más allá de la estrategia) y en el método de lucha (el piquete), sin embargo, la práctica del movimiento estaba centrada en la conquista y el sostenimiento de los planes sociales.

La actualidad del debate

Es en el marco de la necesidad de acelerar las tareas preparatorias que las discusiones estratégicas que fuimos desarrollando cobran su relevancia en el momento actual. La campaña del Frente de Izquierda y de los Trabajadores nos ha permitido llegar con un programa de independencia de clase a los más de 650 mil votantes y a otros tantos jóvenes y trabajadores que nos han escuchado. Partiendo de que la continuidad del FIT sacando declaraciones frente a los principales hechos políticos y de la lucha de clases es un “piso”, consideramos que para aprovechar este capital político que conquistamos es necesario ponerlo al servicio de la construcción de corrientes clasistas en el movimiento obrero para recuperar las organizaciones de las manos de la burocracia sindical y de la construcción de un partido revolucionario (incluyendo la agitación por formas transicionales como puede ser un Partido de Trabajadores).

Ambas cuestiones, el desarrollo de una corriente en el movimiento obrero y de un partido revolucionario, están indisolublemente ligadas. Como decía Trotsky, “no basta con proclamar en abstracto el derecho del comunismo a desempeñar un rol dirigente; hay que ganarse ese derecho en la acción” (“El ‘Tercer período’ de los errores de la Internacional Comunista”).

Hace muchos años que la actividad del PTS está orientada en este sentido, lo que nos permite hoy ocupar un puesto de lucha en los principales procesos del sindicalismo de base en la industria y el transporte. Lamentablemente, las conclusiones estratégicas sacadas por PO luego del 2001 (“sujeto piquetero”) lo hicieron relegar el trabajo en los sindicatos. Por otro lado, los métodos de la ANP y la ANT, no solo demostraron sus grandes límites, sino que resultan incompatibles, hoy por hoy, con desarrollar una corriente en el movimiento obrero donde justamente una de las principales características del sindicalismo de base es aquello que los gerentes de RRHH llaman “estado asambleario permanente”.

Estrategia y crisis histórica del capitalismo

Pablo Rieznik concluye su artículo señalando “el carácter revolucionario de un momento histórico marcado por la crisis capitalista mundial y el ‘final de un ciclo’”. Sin embargo, dos renglones antes descarta la necesidad de discutir estrategia, cuando justamente la conclusión debería ser la contraria.

El riesgo de no profundizar en los problemas estratégicos propiamente dichos es caer, en el mejor de los casos, en el más crudo fatalismo en los momentos decisivos. Como describía Trotsky en relación al partido alemán a fines de los ‘20: “había aún recientemente en el partido comunista alemán una corriente muy fuerte de fatalismo revolucionario. La revolución se acerca –se decía-; nos traerá la insurrección y nos dará el poder. El papel del partido en ese momento es hacer agitación revolucionaria y esperar los efectos.” (destacado nuestro; Stalin, el gran organizador de derrotas). Contra este fatalismo consideramos que es necesario desde ahora profundizar la discusión estratégica.

Coincidimos en que las viejas polémicas tienen que ser puestas en función de las tareas planteadas en la actualidad. El prerrequisito para superarlas, y en esto creemos que Rieznik coincidirá con nosotros, es clarificarlas.

El libro de Christian Castillo desarrolla una visión alternativa al relato oficial de conjunto de los últimos 10 años y especialmente del período kirchnerista.
Aunque la crítica de Rieznik se centra exclusivamente en los elementos de polémica con el PO que constituyen un aspecto lateral del libro, saludamos que haya servido para iniciar el debate. Esperamos con este artículo haber aportado para poder profundizarlo.

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