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A PROPÓSITO DE LA VISITA AL PAÍS DEL PREMIO NOBEL DE ECONOMÍ, EDMUND PHELPS

El exitoso Phelps y su amor al capitalismo

Edmund Phelps es Premio Nobel de Economía 2006 y por lo tanto debería ser considerado una “eminencia”, pues así nos han enseñado a tratar a los portadores de tal condecoración.

Hernán Aragón

9 de abril 2009

Edmund Phelps es Premio Nobel de Economía 2006 y por lo tanto debería ser considerado una “eminencia”, pues así nos han enseñado a tratar a los portadores de tal condecoración.

Como es sabido, el Premio se entrega a quienes hayan hecho una contribución notable a la sociedad. Esa fue la precondición impuesta por su creador, Alfred Nobel, un industrial sueco que hacia fines del siglo XIX se enriquecía gracias a haber descubierto la dinamita. Arrepentido por su hallazgo, Nobel se propuso enmendar el daño causado premiando los futuros aportes positivos a la humanidad.

La precondición suena razonable, si obviásemos el pequeño detalle que bajo el capitalismo una “gran contribución” suele ser la salida para algunos y la ruina para otros.

Mucho más irrefutable es este axioma cuando se trata de la economía, disciplina que, cuando el Banco de Suecia comenzara a premiarla en 1968, desde hacía largo tiempo se había convertido en un instrumento para la mejor explotación del trabajo asalariado. Nada más fiel que las “contribuciones” del señor Phelps para no dejar ningún lugar a dudas.

La “Tasa” de Phelps

A fines de la década del sesenta, Phelps (junto con Milton Friedman) introdujo la idea de la “tasa natural de desempleo” dando por sentado la existencia de un nivel de desocupación “normal” y afirmando que si las políticas estatales pretenden bajarlo, sólo lograrán, a largo plazo, un aumento mayor de la desocupación con un aumento de los precios. Para Phelps, el equilibrio de la economía capitalista no implica necesariamente la eliminación del desempleo. Por el contrario, como buen representante de su clase, acepta como una existencia “natural” lo que Marx llamó un “ejército industrial de reserva”, es decir esa porción de la clase obrera que encontrándose en situación involuntaria de paro permanente presiona a la baja el salario de los trabajadores ocupados. La existencia de ese “ejército industrial de reserva” era para Marx tan importante para el funcionamiento del capitalismo que la denominó “Ley General de la Acumulación Capitalista”.

Aunque Phelps advierte que ese nivel “natural” no tiene por qué ser fijo. Y sostiene la posibilidad de bajar esa tasa, siempre y cuando se flexibilice el "mercado de trabajo", se bajen los salarios mínimos o se reduzca el poder de los sindicatos. Aquí radica todo su aporte “filantrópico”.

Hoy en día, recetas tan maravillosas como estas son las que pueblan los libros de texto de macroeconomía y a las que suelen rendirle culto los “hombres de negocios” criollos que, sin lugar a dudas, han recibido a Edmund Phelps en la facultad de Derecho con un fraterno aplauso.

Amar al capitalismo

Para Phelps el principal desafío de Argentina en esta crisis global es “aprender a aceptar los ajustes del mercado y a amar al capitalismo”. Con su pensamiento elevadísimo, el profesor se zambulle de lleno en un debate candente: cuál es método más eficaz para descargar la crisis sobre los trabajadores.

Rabioso defensor del concepto de “cirugía sin anestesia” neoliberal, su queja apunta a que "los costos de contratación de empleados y de despido son altos” y que "las leyes de trabajo no son favorables para las nuevas compañías porque son inflexibles". Para Phelps “ya quedó atrás, la idea de una clase trabajadora que tiene que defenderse de la avaricia del ‘boss’ (jefe)”, y para fundamentar su argumento sostiene: “En muchos países los trabajadores y los empresarios entienden a la empresa como un club de ayuda mutua en la que ambos grupos trabajan en conjunto y en beneficio mutuo”.

Aunque Phelps parece apuntar contra el sistema sindical argentino por anticuado y pasado de moda, en realidad apunta contra toda idea de organización sindical. Porque sí los trabajadores ya no tienen necesidad de defenderse de los empresarios, entonces para qué mantener los sindicatos. En un sentido diametralmente opuesto al suyo, entendemos que si algo merece dejar existir, ese algo debiera ser la burocracia sindical encargada de prestar la “ayuda” suficiente que los capitalistas reclaman.

Sus palabras podrán sonar muy convincentes en los ámbitos empresariales, pero probablemente encontrasen ciertas dificultades si intentaran convencer a los despedidos de Iveco o a los miles de contratados que ya comienzan a quedar en la calle. No obstante, eso no tiene ninguna importancia porque alguien como Phelps jamás gastaría saliva en dirigirse a quienes simplemente son un número de su “tasa natural de desempleo”.

A principios del siglo XX Rosa Luxemburgo afirmaba que los ilustres economistas burgueses sólo “se ocupan en levantar cortinas de humo para defender al capitalismo como el mejor de todos los órdenes sociales y el único viable”¡Y cuánta razón tenía!

Es indudable que en los tiempos venideros no será precisamente un sentimiento de amor hacía el capitalismo el que profesará la clase obrera. La escuela de la crisis hará que esas cortinas de humo se vuelvan cada vez más débiles desnudando la verdadera naturaleza del sistema y de sus defensores.

En las antípodas de Phelps, nuestra aspiración más sincera es que el odio de clase se desarrolle con la suficiente potencia para que, entre otras cosas, coloque a esas teorías en su único lugar merecido: el basurero de la historia.

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