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Israel

El terror, un factor constitutivo del Estado de Israel

La masacre de nueve activistas pacifistas que integraban el convoy naval humanitario a Gaza, cometida por comandos de élite reveló con toda crudeza el carácter terrorista del Estado de Israel.

Miguel Raider

10 de junio 2010

El terror, un factor constitutivo del Estado de Israel

La masacre de nueve activistas pacifistas que integraban el convoy naval humanitario a Gaza, cometida por comandos de élite reveló con toda crudeza el carácter terrorista del Estado de Israel. Los ojos del mundo quedaron atónitos ante semejante saña criminal que generó una crisis sin precedentes, aislando al Estado judío y desatando el odio de las grandes masas (ver recuadro). Esa indignación también se expresó en las calles de Tel Aviv, donde se concentraron 20.000 personas, entre las cuales figuraban grupos sionistas de “izquierda” del movimiento Paz Ahora y partidos como Meretz y Jadash, así como manifestantes pacifistas y antisionistas.

El “campo pacifista” estuvo al borde de la extinción por haber confiado en el Partido Laborista, que en esencia demostró ser igual que sus socios del Likud en la actual coalición de gobierno presidida por Benjamín Netanyahu, así como cuando un sector del mismo liderado por Shimon Peres se asoció con el genocida Ariel Sharon para formar el partido Kadima y bajo el gobierno de Ehud Olmert demostró ser igual de belicista, lanzando la guerra del Líbano y la Operación Plomo Fundido sobre Gaza.

Es que la brutalidad del gobierno de Netanyahu irradia elementos de crisis entre las bases del Estado sionista y los ciudadanos judíos que reivindican la “democracia” y los “derechos humanos”, del mismo modo que miles de judíos de diversos países toman distancia del guerrerismo israelí como el recientemente formado grupo de “Judíos Europeos por el Llamado a la Razón”. En este sentido, el bloqueo a Gaza como escarmiento al pueblo palestino por haber votado a Hamas en las elecciones de 2006 remite a los clásicos métodos de “castigo colectivo” empleados por los nazis como represalia contra la población civil. Por el mismo andarivel, la amenaza de retirar la ciudadanía a la diputada árabe Hanin Zuabi, acusada de “traición” por viajar en la flota humanitaria a Gaza, amenaza que afecta potencialmente a 1,5 millones de “árabes israelíes” si cuestionan al Estado sionista, tal como contempla la ley Nakbah, guarda mucha similitud con la leyes raciales de Nuremberg, cuando en 1935 Hitler revocó los derechos de ciudadanía de los judíos.

Mientras Netanyahu entabla la parodia de una “investigación interna”, EE.UU. se dispone a enviarle a su aliado estratégico nuevos pertrechos de guerra con bombas ultrasofisticadas.

Para desbaratar la burda maniobra acusatoria de “antisemitismo”, dirigida contra todo aquel que establezca críticas contra esta política de barbarie, los judíos que se reivindican democráticos deben condenar esta masacre y exigir el castigo de sus responsables materiales e intelectuales, así como la ruptura de las relaciones diplomáticas.

Un poco de historia

El terror criminal empleado por los comandos contra un grupo de pacifistas encierra en sí la fisonomía orgánica de ese Estado de naturaleza colonialista y racista basado en un ejército de ocupación permanente que expropió compulsivamente las tierras históricas del pueblo palestino. Cuando la Corte Suprema israelí sancionó la legalidad de la tortura y los “asesinatos selectivos” no hizo más que reafirmar la política del sionismo en la historia.

A principios del siglo XX, los colonos judíos apenas sumaban 5000 miembros mientras la población árabe superaba las 650.000 personas. El imperialismo británico administraba el protectorado de Palestina apoyándose sobre la minoría judía para mantener a raya a la mayoría árabe. Bajo la perspectiva de edificar un Estado judío, David Ben Gurión (futuro primer ministro) sostenía que el principal enemigo era el campesinado palestino que no quería desprenderse de sus tierras, a diferencia de los efendi (latifundistas) que eran fácilmente corruptibles. Los colonos sionistas instalaban granjas colectivas y asentamientos en el medio de las aldeas palestinas para obstruir las vías de comunicación y así obligar a los campesinos a vender sus propiedades. En 1920 pusieron en pie la Haganá, la primera organización paramilitar que sembró el terror entre el campesinado palestino para extender la ocupación de tierras.

Simultáneamente, la Histadrut (central obrera sionista) afiliaba sólo a trabajadores judíos separándolos de los trabajadores árabes, con los cuales mantenían relaciones fraternales que se rompieron recién después de los atentados terroristas. La Haganá llegó a contar con 60.000 colonos y fue utilizada por los británicos para reprimir la huelga general de 1936 y el levantamiento palestino de 1938-1939, aunque también sirvió para hostigar a los judíos que se oponían a poner en pie un Estado confesional, llegando al asesinato del poeta y activista antisionista Jacob Israel de Haan. El movimiento sionista mantuvo esta orientación hasta 1947, cuando a instancias de EE.UU. y la burocracia soviética, la ONU sancionó la partición de Palestina concediendo el 55% de las tierras a los judíos que ni siquiera constituían un tercio de la población total, una propuesta que fue rechazada por los palestinos que constituían la predominante mayoría.

El historiador israelí Ilan Pappé señala que en 1948 se produjo un salto cualitativo en la escalada del terror, con la planificación de la limpieza étnica del pueblo palestino en gran escala mediante la centralización de la violencia de múltiples bandas terroristas, entre ellas la Haganá, Irgún Tzvai Leumí, Palmaj, etc. Munidos del denominado Plan Dalet, los colonos sionistas arrasaron 531 aldeas y 11 ciudades, consideradas “bases militares”, de las que no quedó ni rastro en los mapas. La masacre de la aldea de Deir Yassin todavía se recuerda por la crueldad implementada en el asesinato a sangre fría a infinidad de aldeanos, incluso niños y la violación de mujeres.

Asimismo, los colonos ocuparon Galilea y el Neguev, cercaron las ciudades “enemigas” con la voladura de puentes y la militarización de los caminos, aislaron las zonas árabes de Tel Aviv, Haifa y Jerusalem e interrumpieron el suministro de alimentos, agua y electricidad. Así, tras la “Guerra de Independencia”, los sionistas consumaron la fundación del Estado de Israel mediante la expulsión de un millón de palestinos que constituían el 70% de la población árabe. La colonización se había impuesto.

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