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X CONGRESO NACIONAL DEL PTS

La discusión sobre la situación nacional

En el segundo punto del temario del Congreso tratamos la situación nacional y la política planteada por el PTS. Comenzamos la discusión la tarde del sábado y la continuamos la mañana del domingo. En el informe fuimos evaluando los cambios que se habían dado en la situación de la economía, en la dinámica de las clases sociales y en el régimen político tanto en relación a la crisis de diciembre del 2001 como en relación a lo que discutimos en el IX Congreso, realizado en abril del 2006.

PTS

12 de julio 2007

Las características y contradicciones del “patrón de acumulación” actual
Aquí puntualizamos las características del “patrón de acumulación”2 que se fue consolidando luego de la devaluación, apoyado no en la reversión sino manteniendo lo esencial de la “obra neoliberal” (privatizaciones, flexibilización laboral, desregulación financiera, mayor dominio de la economía nacional por parte del capital imperialista). En el Congreso precisamos las características de lo que anteriormente habíamos denominado “neoliberalismo de 3 a 1”, en referencia al nuevo tipo de cambio, 3 pesos por dólar, que reemplazó la paridad “1 a 1” vigente durante la “convertibilidad”. Ya en el IX Congreso habíamos señalado que la devaluación favoreció un reacomodamiento al interior de los sectores capitalistas más concentrados, pasando a beneficiarse en primer lugar los sectores exportadores, que han sido los grandes ganadores del actual ciclo de crecimiento. Esto no significa que otros sectores capitalistas no hayan encontrando su lugar en un momento excepcional para los negocios capitalistas, beneficiados todos ellos por la brutal caída salarial que implicó la devaluación. Por el contrario, la burguesía, más allá de tironeos lógicos entre sus distintas fracciones, estuvo estos años en general unificada detrás del llamado “modelo de dólar alto y salarios bajos”. En los documentos que presentamos al congreso resaltamos que el muy importante crecimiento de los precios del agro (así como del conjunto de las materias primas) en el mercado mundial, ha posibilitado que el gobierno de Kirchner, continuando en esto a Duhalde, redireccione directa e indirectamente hacia el capital industrial, mediante mecanismos diversos, parte de la extraordinaria renta agraria obtenida en estos años, dando un matiz “neodesarrollista” al esquema de acumulación. Una situación que ha beneficiado a los sectores capitalistas más concentrados pero que también ha permitido el resurgimiento de sectores de burguesía no monopolista que aprovechan los bajos salarios y la protección que implica el nuevo tipo de cambio.

En el Congreso señalamos los límites que muestra el ciclo de crecimiento capitalista en curso. Por un lado marcamos su mayor debilidad relativa respecto a otros momentos de desarrollo capitalista en Argentina, como el llamado “modelo agro exportador” o el período de “sustitución de importaciones”. Por el otro, marcamos que estamos en un momento donde la crisis energética (que no es un mero resultado de las condiciones climáticas sino una crisis de la gestión capitalista generada por las privatizaciones) muestra los límites estructurales del actual patrón de acumulación, dado las carencias de infraestructura básica evidenciadas. Es una situación que estará sometida a presiones de los distintos sectores capitalistas para lograr nuevos reequilibrios. Todo parece indicar que un futuro mandato de Cristina Fernández será en este sentido continuidad de lo esencial de lo realizado por su marido, previéndose que ante los límites que muestra la crisis energética, ni hablar si se produce una caída importante en los precios de las materias primas, existirá un desplazamiento más hacia la derecha, a favor de una nueva entrada de capitales imperialistas en general y yanquis en particular. Así como nuevos ataques sobre los trabajadores y el pueblo.

Una dinámica de clases contradictoria

En el caso de la clase dominante señalamos que, en un marco de fuertes ganancias capitalistas realizadas en estos años, existe en lo esencial unidad respecto de la política económica, un panorama muy diferente de cuando la crisis de la convertibilidad provocó la división entre “dolarizadores” y “devaluadores”.

En cuanto a las clases medias, predomina en ellas una dinámica conservadora, claramente distinta de lo que ocurría en el 2001 y el 2002, cuestión que expresó con claridad el voto a Macri en la Ciudad de Buenos Aires. Esta tendencia al “orden y progreso” preferimos definirla como conservadora y no como “abiertamente reaccionaria” debido al mismo hecho que el líder del PRO haya tenido que edulcorar su discurso para ganar la elección de la Capital.

La clase trabajadora, por su parte, viene mostrando una dinámica distinta a la que predomina en los sectores medios. Al calor de la recuperación económica se inició un proceso de recomposición social y sindical de la clase obrera, cuestión que se expresó no sólo en la incorporación a fábricas y empresas de más de 3.500.000 trabajadores, sino en el desarrollo de una “gimnasia” de lucha sindical en numerosos sectores de la clase obrera. Esquemáticamente podemos reconocer tres períodos de conflictos obreros bajo el gobierno de Kirchner. El primero, desde fines de 2004 a comienzos de 2006, dado por numerosas huelgas que se dieron previamente a la generalización de las paritarias.
El segundo, durante el 2006, estuvo caracterizado por la presencia de sectores precarizados o de nuevos delegados atacados por las patronales. Estos conflictos se dieron en medio de la vigencia de un “pacto social” de hecho, impuesto por el gobierno, la burocracia sindical y las patronales alrededor del tope salarial del 19%, que provocaron una disminución en la cantidad de conflictos. En el 2007, esta situación se modificó parcialmente. Aunque la burocracia sindical logró contener con nuevos aumentos paritarios en torno de un 16,5% la conflictividad obrera, importantes sectores tanto del sector público como del privado desafiaron ese tope salarial. Entre ellos, estuvieron los docentes de varias provincias, algunos de los cuales como en Neuquén y Santa Cruz encabezaron grandes acciones de masas contra los gobiernos locales. A su vez, lo novedoso fueron una serie de luchas entre los trabajadores industriales, como en Fate, Terrabusi o Mafissa, en general encabezados por delegados antiburocráticos, así como la huelga que están protagonizando los trabajadores de 26 empresas petroquímicas en Zárate y Campana. También, por distintos motivos, vimos luchas importantes entre los trabajadores del Casino Flotante y de los trabajadores del Correo oficial. Aunque estas luchas se mantienen en el terreno económico, expresan un primer reconocimiento como clase para muchos trabajadores, que hacen sus primeras armas enfrentando a las patronales, haciendo una experiencia también con la burocracia sindical y con el gobierno.

En el Congreso distintos delegados obreros hicieron referencia a las características de estos conflictos y a las primeras discusiones entabladas respecto al planteo del PTS de poner en pie un gran Partido de los Trabajadores.

El cierre de la crisis orgánica y su relación con un futuro “auge obrero”
Una de las principales discusiones del Congreso se produjo acerca de la definición planteada en los documentos de discusión acerca del cierre de la “crisis orgánica” expresada en diciembre de 2001. “Crisis orgánica” es un concepto que tomamos del marxista italiano Antonio Gramsci. Son aquellas situaciones donde se combinan grandes crisis económicas con lo que denominamos “crisis de hegemonía”, es decir, una crisis de la autoridad estatal y de las mediaciones por las que ésta se expresa, como los partidos políticos. Son momentos excepcionales de la vida política.

En el IX Congreso habíamos señalado que “la ‘crisis orgánica’ del conjunto del régimen político y social que hizo erupción en aquel momento, hoy se ha canalizado en buena medida con las ilusiones en el gobierno pero no se ha extinguido, sigue latente. Por esto, aunque la actual situación (mediano plazo) es ‘no revolucionaria’ (por el crecimiento económico, la fortaleza del gobierno, las ilusiones reformistas de las masas, el boom consumista de las clases medias y la posibilidad de la burocracia sindical de evitar luchas por gremios mediante ciertas concesiones a los sectores en blanco y permanentes) el kirchnerismo no puede aún consolidar un ‘sistema de partidos’ estable y creíble…”. En el informe, retomando lo sostenido en documentos pre-congreso se afirmó que mantener la definición de “crisis orgánica latente” no tenía mucho sentido después de cinco años de fuerte crecimiento económico, unidad burguesa, giro conservador de las clases medias y embrionarios elementos de reconstrucción del régimen político. Distintos compañeros, varios de los cuáles habían expresado su posición en los boletines internos editados durante el período pre-congreso, plantearon que, coincidiendo en que el carácter general de la situación era “no revolucionaria”, no veían que había motivos fundamentales para modificar la definición del Congreso anterior, debido al carácter más o menos frágil de la estabilización del régimen y a que la situación abierta en el 2001 no se había superado mediante derrotas de las masas sino mediante un “desvío”. Se señaló incluso que un documento anterior planteaba que la “crisis orgánica” no sería superada sin nuevas derrotas.

El debate en este punto fue muy rico, tratando tanto aspectos más teóricos e históricos (las distintas acepciones que tiene este concepto en la obra de Gramsci; qué relación entre esta categoría y la de etapa o situación pre-revolucionaria y revolucionaria utilizadas por Lenin y Trotsky; qué otros momentos de “crisis orgánicas” se dieron en la historia argentina; etc.) como aquéllos destinados a precisar el carácter de la situación actual.

En las conclusiones del punto finalmente se acordó en definir que la “crisis orgánica” se había cerrado y que nos equivocamos en el documento (de diciembre de 2005) en que definimos que sólo podía salirse de ella con derrotas. Más aún, esa definición era contradictoria a distintas elaboraciones que realizamos desde el PTS afirmando justamente que la burguesía podía superar los desafíos revolucionarios no sólo recurriendo a medidas directamente contrarrevolucionarios sino también a distintos mecanismos de “desvío”; y así lo habíamos escrito en febrero de 2002 analizando las perspectivas que abría la caída de De la Rúa3. A su vez, señalamos que era un error, por el carácter aún provisional e inestable de las coaliciones políticas existentes, no ver que la clase dominante había avanzado en legitimar figuras políticas más allá de Kirchner y que, aunque en Argentina se manifieste exacerbadamente, es una tendencia más general del capitalismo la transformación de los partidos en máquinas electorales construidas alrededor de los candidatos.

Sobre la “crisis estatal” que se había abierto con la desparición de Jorge Julio López, tanto intervenciones de delegados como desde la mesa se señaló que aunque el régimen había evitado que se transforme en una crisis mayor, no hay que perder de vista que el genocidio constituye un punto donde la burguesía no logró imponer su política de “reconciliación” y que puede reabrirse frente a nuevos hechos (nuevos ataques de sectores “fachos”, envalentonamiento de los militares si se fortalecen electoralmente sectores más de derecha, etc.).
Otra de las discusiones abordadas fue acerca de la relación entre el cierre de la “crisis orgánica” y las perspectivas de un futuro “auge obrero” que plantean como “hipótesis estratégica” los documentos pre-congreso; entendiendo por “auge obrero” una irrupción de masas donde, a diferencia de lo ocurrido en la última crisis argentina, la clase obrera tenga un rol protagónico desde un comienzo4. En distintas intervenciones se precisó que un “auge obrero” no será un resultado evolutivo de la actual situación, sino producto de importantes modificaciones de las condiciones actuales que lleven a enfrentamientos más directos y abiertos entre las clases. Nuestra reflexión es que la combinación entre la recomposición social de los trabajadores que se ha dado en estos años con la acumulación de experiencias de lucha y organización que vienen dándose desde los años de las revueltas provinciales contra las políticas menemistas abonan esta hipótesis.

La lucha por un gran partido de la clase trabajadora

El último aspecto que abordó la discusión nacional del Congreso fue el llamado del PTS a impulsar la lucha por un gran partido de la clase trabajadora. En el informe se precisaron dos cuestiones de nuestro planteo. La primera es que constituye una táctica transicional hacia el desarrollo de un partido revolucionario con influencia de masas; es decir, que sabemos que en caso de comenzar a darse en sectores de la clase trabajadora tendencias a la puesta en pie de un Partido de Trabajadores implicará una dura lucha política entre corrientes reformistas, centristas y revolucionarias por el carácter de tal organización. En segundo lugar, remarcamos que la mera suma de las fuerzas actuales de la izquierda clasista y los sectores sindicales antiburocráticos tras un planteo de este tipo no daría como resultado la existencia de un verdadero Partido de Trabajadores, aunque sí que constituiría un polo importante, y por ello un muy progresivo paso adelante para luchar por esta perspeciva. Remarcamos que estamos frente a un período donde esta consigna constituirá el eje de la “agitación propagandística” de nuestro partido. Muchas intervenciones, fundamentalmente de los delegados obreros del Congreso, señalaron cómo este planteo ha facilitado en forma importante el diálogo político con sus compañeros de trabajo.
En este punto, también hubo intervenciones de delegados que remarcaron la importancia que tiene explicar la necesidad de un gran partido de la clase trabajadora ligado a levantar distintos puntos de nuestro programa transicional.


Trotsky y Gramsci

En el PTS utilizamos el concepto de “crisis orgánica” y otras desarrolladas por Gramsci (“crisis de hegemonía”, “transformismo”, “revolución pasiva”) sobre todo para analizar procesos donde lo que priman no son los enfrentamientos directos entre revolución y contrarrevolución, que es lo que está más presente en los análisis de Trotsky de los años ’30. Estas categorías creemos que, utilizadas en forma combinada con las más tradicionales de Lenin y Trotsky, nos permiten realizar un análisis más preciso y sofisticado de los procesos políticos.

Los conceptos gramscianos nos resultaron particularmente útiles para tratar de explicar la situación, atípica en la historia nacional, de continuidad por 25 años de un régimen democrático burgués, cuestión que fue común a otros países semi-coloniales. O para dar cuenta de la situación mundial abierta luego de la 2ª Guerra Mundial1. Recordemos que Trotsky había señalado pertinentemente que en las semi-colonias (se refería en particular a América Latina a partir del análisis del cardenismo mexicano) lo que tendían a prevalecer, debido a debilidad relativa de las burguesías locales respecto del imperialismo y de la clase obrera, son regímenes de tipo “bonapartistas sui-generis”, ya sean de izquierda –si se apoyan en las masas para resistir al imperialismo- o de derecha –las dictaduras policiales pro-imperialistas. La democracia burguesa en estos países era considerada una excepción, un privilegio de los países imperialistas, y así tendió a ocurrir durante la mayor parte del siglo XX. Los conceptos gramscianos nos fueron de utilidad para explicar el cambio de esta tendencia ya que, incluso, en los ’90 vimos desarrollarse una verdadera contrarrevolución económica sin necesidad que la burguesía recurra a una dictadura militar. Un fenómeno donde se combinan la derrota contrarrevolucionaria de 1976 y la derrota nacional en la guerra de Malvinas con el recurso a mecanismos de “corrupción y cooptación” por parte de la clase dominante.

1 Ver Emilio Albamonte y Manolo Romano, Trotsky y Gramsci: convergencias y divergencias y Revolución permanente y guerra de posiciones. La teoría de la revolución en Trotsky y Gramsci, en Estrategia Internacional N° 19, enero 2003.

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