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INTERNACIONAL

La pax sionista

Tras la masacre “quirúrgica” del operativo Pilar Defensivo, el gobierno derechista de Netanyahu y Lieberman sigue haciendo de las suyas.

Miguel Raider

6 de diciembre 2012

La pax sionista

Tras la masacre “quirúrgica” del operativo Pilar Defensivo, el gobierno derechista de Netanyahu y Lieberman sigue haciendo de las suyas. La construcción de 3000 viviendas que rompen la unidad territorial entre Jerusalén y Cisjordania y la confiscación de U$460 millones de los impuestos por mercancías exportables que recauda la Autoridad Palestina constituyen una nueva provocación contra el pueblo palestino. Ante la “iniciativa unilateral” de Abbas y la Autoridad Palestina de promover el reconocimiento de Palestina como “Estado observador” no miembro de la ONU, los funcionarios israelíes despotrican por la falta de vocación palestina para entablar “negociaciones bilaterales de paz” según los Acuerdos de Oslo de 1993, de los cuales hasta la misma derecha abjura, reduciéndose a la ilusión del sionismo de “izquierda” de Meretz y Paz Ahora, agrupamientos impotentes en franca declinación. Más allá de ciertas concesiones, las consecuencias de Oslo y su propuesta de “dos Estados” fueron la desarticulación política y militar de Gaza y Cisjordania, el salto cualitativo de la colonización en Jerusalén oriental y Cisjordania y la exclusión del derecho de retorno de 4 millones de palestinos, gran parte hacinados en campos de refugiados, una demanda democrática que alteraría el equilibrio demográfico en desmedro de la mayoría judía, un objeto inaceptable para el Estado sionista. Como sintetizó el gran intelectual palestino Edward Said, “Oslo fue la astucia del partido Laborista para crear una serie de bantustanes en los que Israel confinaría y dominaría a los palestinos” (Al Ahram Weekly On line, 1998). Es el anhelo de una pax sionista, es decir la paz que imponía el antiguo imperio romano sobre el osario de los pueblos dominados.

El precario acuerdo firmado después de la ofensiva en Gaza ya fue violado por las tropas israelíes disparando contra los campesinos pobres de Khuza, Jan Younis y Rafah (sur de Gaza) que araban las tierras pegadas a la frontera, un área de exclusión que Netanyahu pretende imponer a punta de fusil. Cabe destacar que apenas el 37% de las tierras de Gaza son cultivables producto de las consecuencias del bloqueo que restringe la entrada de abonos y herbicidas, mientras el consumo promedio de agua es de 40 litros por palestino contra 500 de un israelí. Asimismo, la Marina de guerra israelí tomó por asalto las embarcaciones de decenas de pescadores palestinos que fueron arrestados en las costas del mar Mediterráneo procurando su supervivencia. ¡Menos mal que la letra de la tregua contempla que los soldados israelíes no agredirían “el movimiento de personas” ni “a los residentes de las zonas fronterizas”!

Por su “anhelo de paz” el Estado sionista acaba de expulsar a 15.000 beduinos del valle del Jordán, retrotrayendo sus penurias a 1950 cuando fueron deportados de la zona del Neguev. La periodista israelí Amira Hass informó que “desde principios de 2012 Israel ha destruido 569 edificios y estructuras palestinas, incluidos pozos de agua y 178 viviendas. En total 1.014 personas se vieron afectadas por las demoliciones” (Haaretz, 23/11).

En esa frecuencia, el embajador israelí ante la ONU, Ron Prosor, afirmó que jamás en la historia el pueblo palestino fue partidario de la paz entre árabes y judíos y por eso rechazo el Plan de Partición de la ONU. Una falacia burda. En noviembre de 1947, a instancias de EE.UU. y la burocracia de la URSS, la ONU impulsó la partición de Palestina arbitrariamente, otorgando el 55% del territorio histórico a los judíos que conformaban menos de un tercio de la población que poseía el 7% de las tierras. Una provocación contra la voluntad soberana de las masas árabes y no pocos sectores judíos, armenios, turcomanos, circacianos, drusos, que integraban esa sociedad multiétnica, como mosaico de culturas otrora llamada la zona de Levante. Ya en 1937 las potencias imperialistas promovieron el primer plan de partición, cediendo el 35% de las tierras a los judíos que componían el 2% de la población, propuesta rechazada por todas las corrientes sionistas del Ischuv (instituciones del proto Estado judío en germen), con excepción de David Ben Gurión. Ante la predominante mayoría de campesinos árabes, el gran estratega del sionismo era consciente de que para construir un “Estado judío viable” era necesario establecer previamente una cabecera de playa que sirviera de ariete para conquistar otras posiciones y así “desarabizar Palestina” en un “80% del territorio histórico”, una profecía que no casualmente coincide con las dimensiones que tiene actualmente el Estado hebreo. De ese modo, el terror contra el pueblo palestino estaba inscripto en la misma génesis del Estado judío que se desarrollo mediante la limpieza étnica y un ejército de ocupación garante del colonialismo.

Lejos de toda demagogia pacifista, ¡cuánta franqueza la de Moshe Dayan, el general y dirigente laborista que entró triunfal en Jerusalén oriental y ocupó esa zona árabe tras la Guerra de los Seis Días, exclamando que “el Estado de Israel estaba destinado a librar una guerra de 1000 años” contra los pueblos árabes.

Las legítimas aspiraciones de paz entre árabes y judíos así como el derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino son incompatibles con la vigencia de ese Estado racista y colonialista, un gendarme del imperialismo en guerra permanente contra los pueblos árabes oprimidos de Medio Oriente.

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