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SUCESIÓN EN EL VATICANO

Operativo maquillaje

“Como quisiera ver una Iglesia pobre y para los pobres”, decía el nuevo Papa, aplaudido a rabiar por el establishment internacional y los grandes grupos de poder. Nadie en su sano juicio pensaría que la más grande propietaria de tierras e inmuebles de todo el mundo se desprendería de sus bienes para legarlos a los pobres.

Miguel Raider

21 de marzo 2013

Operativo maquillaje

“Como quisiera ver una Iglesia pobre y para los pobres”, decía el nuevo Papa, aplaudido a rabiar por el establishment internacional y los grandes grupos de poder. Nadie en su sano juicio pensaría que la más grande propietaria de tierras e inmuebles de todo el mundo se desprendería de sus bienes para legarlos a los pobres. Obviamente, desde el primer instante de su asunción, Bergoglio emprendió un operativo de maquillaje con la finalidad de restaurar la autoridad moral de la Iglesia Católica tras los escándalos de pederastia y corrupción, que la llevaron a la crisis más profunda en siglos. Mientras sigue desarrollándose el desgaste de los regímenes políticos en Europa y los bríos de la Primavera Arabe, el imperialismo y las clases dominantes apuestan por Bergoglio para recrear esa reserva inagotable de ideología reaccionaria que envenena la conciencia de las grandes masas, acorde a las perspectivas abiertas por la crisis económica internacional. Por eso, tal como admitió en la homilía de su entronización, el nuevo Papa no apunta precisamente a la “opción por los pobres” (como formulaban los sacerdotes tercermundistas) sino a la “custodia de los pobres” porque “custodiar quiere decir vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen”. No sea cosa que los pobres se salgan de cauce.

Justicia celestial

Violando las reglas del protocolo, vistiendo una simple sotana blanca, Bergoglio hizo a un lado el boato de la toga roja con los bordes dorados, la cruz de oro y los zapatos rojos, clásicos símbolos de la opulencia vaticana. Mediante estos “gestos” de austeridad, así como de una mayor proximidad hacia la comunidad de fieles, Bergoglio apunta a “cambiar todo para no cambiar nada”, reafirmando los trazos dogmáticos de los dos últimos papados (celibato, rol de la mujer, anticonceptivos, aborto, eutanasia, matrimonio igualitario), como admiten la mayoría de las corrientes internas, aunque bajo formas más “humanas”. Una demostración cabal fue la sentencia ante el cardenal norteamericano Bernard Law. “No quiero que frecuente más esta basílica”, descerrajó Bergoglio. Law fue acusado por encubrir a más de 250 sacerdotes pederastas que abusaron de miles de niños entre 1984 y 2002. Pero Bergoglio de ningún modo se propone llevarlo a la Justicia sino buscarle otro destino. De ese modo continúa por el mismo andarivel de Ratzinger y Wojtyla, quienes desde la Congregación para la Doctrina de la Fe (la orden continuadora de la Santa Inquisición) separaban a los curas abusadores y corruptos para, a lo sumo, someterlos a la jurisdicción del Código Canónico, la legislación interna de la Curia, burlando así la justicia de los simples mortales en aras de una justicia celestial de impunidad.

IOR, una caja de Pandora

Señalado por los vaticanólogos como una gran “manager” que sintetiza las tareas de pastor y político, Bergoglio tiene por delante enmendar la profunda división de la Iglesia expresada en la fractura entre las alas encabezadas por Angelo Sodano y Tarcisio Bertone, ex secretarios de Estado de Juan Pablo II y Benedicto XVI, respectivamente, a partir de las cuales se filtraron documentos de Estado con informes gravísimos (Vatileaks), que dieron la estocada final al papado de Ratzinger. Entre las principales cuestiones que hacen a la reforma de la Curia, el IOR (Instituto para Obras de Religión) pende como brasa ardiente. Esta institución popularmente conocida como el banco del Vaticano fue denunciada por la Unión Europea y el Departamento de Estado de EE.UU. por “no cumplir los reglamentos internacionales establecidos en la lucha contra el lavado de dinero”. En otros términos, es un paraíso fiscal donde grupos de la mafia como la Cosa Nostra y la crema de los capitalistas europeos lavan dinero haciendo grandes negociados inmobiliarios. Su ex director, Ettore Gotti Tedeschi, adherente al Opus Dei, fue separado de su cargo por un faltante de U$30 millones. Ya en 2010 fueron procesados dos directivos que obligaron a pagar al Vaticano una sentencia de U$50 millones. Desde su fundación en 1942 el banco Vaticano estuvo sacudido por fraudes. En 1982 el Banco Ambrosiano quebró producto de un fraude de 1.300 millones de dólares en préstamos a empresas fantasma con cartas de crédito del Vaticano. El arzobispo Raúl Marcinkus, jefe del IOR, logró zafar gracias a la inmunidad vaticana de Wojtyla, aunque jamás se explicó el destino de Roberto Calvi, director del Banco Ambrosiano y principal socio del IOR, quien fue hallado ahorcado en un puente de Londres. La reforma más modesta podría abrir una caja de Pandora que salpique a gran parte de la jerarquía vaticana así como a los grandes empresarios europeos. Y Bergoglio vino para perdonar, “porque Dios no se cansa de perdonar”.

Latinoamérica, un punto de apoyo

La selección de Bergoglio modifica el equilibrio de la representación vaticana, desplazando su centro de gravedad de Europa a Latinoamérica, donde se concentran 530 de los 1.200 millones de católicos de todo el mundo. Si en 1910 dos tercios de los católicos residían en Europa, hoy el 47% de los fieles son latinoamericanos, el 15% africanos y el 25% europeos. Sobre esa base material y la crisis de la “vocación” en Europa, aumentó significativamente el suministro de religiosos de ese ejército formado por 400.000 sacerdotes y 750.000 monjas, aunque también hubo una significativa migración hacia las iglesias evangélicas.

De ese modo, la Curia se para sobre Latinoamérica como un punto de apoyo para lanzar un nuevo liderazgo moral en aras de fortalecer de conjunto a la Iglesia en todo el mundo. Para eso Bergoglio se prepara como un armador político porque, como observa Antonio Gramsci, “después de 1848 el catolicismo y la Iglesia “deben” poseer un partido propio para defenderse y para retroceder lo menos posible” ante la tendencia inherente de la secularización de la vida cotidiana que pone en tela de juicio la concepción religiosa del mundo.

Los socialistas revolucionarios somos ateos pero respetamos los sentimientos religiosos del pueblo trabajador y defendemos su derecho a la libertad de culto. Luchamos por la separación de la Iglesia de los Estados, terminando con todos sus subsidios y expropiando todos sus bienes que mantienen un aparato reaccionario enemigo de los derechos de las mujeres y la diversidad sexual, una demanda democrática pendiente que sólo la clase trabajadora puede resolver efectivamente hasta las últimas consecuencias.

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