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Internacional

“EL CAPITALISMO Y SU CRISIS”: RESPUESTA A LA CRITICA DE ROLANDO ASTARITA

¿Qué estudian los que estudian la acumulación y las crisis capitalistas actuales?

Señalo en el prólogo a El capitalismo y sus crisis1 que “Pecaría de oscuro dogmatismo quién pretendiera hallar en estos escritos la solución de los enigmas de nuestro tiempo, pero sólo un pensamiento fatalmente renegado podría darle la espalda a las herramientas analíticas que estos escritos aportan”. Rolando Astarita, en una crítica publicada en la revista Ñ del diario Clarín y bajo el sugestivo título “Crisis de las predicciones trotskystas”, recorta mis palabras y dedica tres columnas de esa publicación a manifestar los errores de predicción y la falta de actualidad del pensamiento de León Trotsky.

Paula Bach

8 de octubre 2009

Señalo en el prólogo a El capitalismo y sus crisis1 que “Pecaría de oscuro dogmatismo quién pretendiera hallar en estos escritos la solución de los enigmas de nuestro tiempo, pero sólo un pensamiento fatalmente renegado podría darle la espalda a las herramientas analíticas que estos escritos aportan”. Rolando Astarita, en una crítica publicada en la revista Ñ del diario Clarín y bajo el sugestivo título “Crisis de las predicciones trotskystas”, recorta mis palabras y dedica tres columnas de esa publicación a manifestar los errores de predicción y la falta de actualidad del pensamiento de León Trotsky. Sinceramente llama la atención que Astarita no comprenda (o no quiera comprender) sus conceptos en este campo, encerrando las definiciones en una suerte de “tesis de la crisis por desequilibrios”. Trotsky no formuló una teoría sistemática de las crisis. Su concepto de “equilibrio capitalista” no tiene el sentido de exponer una tesis de la proporcionalidad entre las distintas ramas de la economía. Lejos de ello, uno de los aspectos claves de su pensamiento en este terreno consiste en la capacidad de definir, en concordancia con Lenin, que desde fines de siglo XIX, principios del siglo XX (es decir, desde el momento en que hasta el propio Keynes describió como el fin del laissez faire), la dinámica del capitalismo no puede comprenderse sólo teniendo en cuenta el desarrollo de los ciclos económicos. Su concepto de “equilibrio capitalista” tiene el mérito de considerar que la dinámica del capital ya no puede apreciarse sin tener en cuenta la acción de los Estados sobre la economía, las relaciones entre los Estados capitalistas y las luchas entre las clases sociales.

¿Puede ponerse en duda que en 1914 con el estallido de la Gran Guerra, el capitalismo entrara en un período de turbulencias sin precedentes? Los acontecimientos de la primera mitad del siglo XX probaron que lejos de atenuar sus contradicciones, como sugería el economista y sociólogo alemán Werner Sombart, el capitalismo las llevaba al límite. El economista Derek H. Aldcroft, a quien Astarita considera en otros trabajos2 afirma acertadamente que “Tanto política como económicamente el siglo XX ha sido, hasta la fecha, mucho más turbulento que el XIX. Dos guerras mundiales y una gran depresión son suficientes para justificar tal afirmación. Y si las décadas de los cincuenta y sesenta parecen en comparación relativamente estables, acontecimientos más recientes sugieren que este no puede ser (…) el orden de las cosas.”3

¿Puede negarse por otra parte que –más allá de las opiniones que merezca- la toma del poder en Rusia en 1917, constituyera un fenómeno enteramente nuevo que representaba una seria amenaza para el capitalismo mundial? Al menos John Maynard Keynes y Friedrich August von Hayek4, entre otros, lo tenían más que claro.

¿Puede cuestionarse por último que en los años ’30 tanto el keynesianismo roosveltiano como el fascismo representaran distintas respuestas del capital a una crisis que no lograba superarse por los mecanismos propios, semiautomáticos de la ley del valor o, si se quiere, del ciclo económico?
Astarita confunde los planteos de Trotsky con la interpretación estancacionista de algunos de sus seguidores. En todo caso Trotsky nunca predijo que el capitalismo no podía retomar la senda y alcanzar un nuevo equilibrio, sólo dijo que la primera guerra mundial no había resuelto las grandes contradicciones que la habían generado y que por el contrario las había amplificado. Lo que sí advirtió en el temprano año 1933, fue que Estados Unidos iba a abrirse “camino a lo largo y a lo ancho de nuestro planeta” con todos los métodos, incluido por supuesto, la guerra. Advirtió que el advenimiento de otra guerra exigía derrotas en la lucha de clases, y que de darse (como se dieron), la propia guerra sería partera del ascenso de la revolución, como sucedió. Trotsky no descartó la posibilidad de que un nuevo tipo de equilibrio capitalista fuera restaurado sobre los huesos de millones de seres humanos “si el proletariado no resiste de una forma más audaz e irreconciliable (…)”. Y el equilibrio se reestableció tras la segunda guerra mundial (no sin grandes obstáculos y contradicciones) sobre los huesos de unas aproximadamente 60 millones de personas pero no por falta de resistencia del proletariado sino ahora sí, por algo que Trotsky no previó: que sus asesinos (Stalin y compañía) contribuirían (parafraseando a Trotsky), “más al mantenimiento, estabilización y salvación del capitalismo” y al establecimiento de la hegemonía norteamericana “que todos los estadistas del mundo”. El nuevo equilibrio capitalista erigido sobre una gran destrucción previa de fuerzas productivas, fue incluso un período en el cual una relativa estabilidad en los centros imperialistas coexistió con un reguero de revoluciones en el mundo colonial y semicolonial y en el que, por otra parte, un tercio del planeta había quedado por fuera del control directo del capital.

Pero el pronóstico de la Segunda Guerra Mundial como resultado de los obstáculos de la división mundial del trabajo, las contradicciones entre los estados, la revolución y la contrarrevolución, a Astarita no le parece una cuestión de filo económico. No le parece de utilidad para quienes como él dice “estudiamos la acumulación y las crisis capitalistas actuales”. Pero entonces ¿qué estudian los que estudian la acumulación y las crisis capitalistas actuales?

Lamentablemente quién deshistoriza al capitalismo contribuye a naturalizarlo. Y Astarita busca encerrar al marxismo en el sótano contiguo al que habita la teoría económica oficial que ¡Vaya si se ha equivocado y se equivoca en sus predicciones! Las ciencias o teorías muertas vegetan tranquilas en los períodos de paz relativa, pero los viejos postulados se revuelven cuando son llamados a explicar los períodos convulsivos del capital como el que frente a nuestros ojos está transcurriendo. Es lo que le sucedió a la antigua versión de la teoría neoclásica burguesa cuando llegó Keynes y por los mismos años que Trotsky producía estos trabajos, intentó sacarla del pozo y volver a convertirla en un instrumento útil para rescatar al capitalismo. Precisamente, el marxismo de El Capital no devino una ciencia muerta porque debió ponerse a prueba en ese período en el cual todo parecía ponerse de cabeza. El marxismo de Marx continuó vivo porque tuvo que enfrentarse a la prueba de una infinidad de problemas que no habitaban su letra escrita. La primera Guerra Mundial, la traición de la Segunda Internacional, la posibilidad de tomar el poder en un país atrasado como Rusia, la posterior burocratización, la teoría del socialismo en un solo país, el rol de la Tercera Internacional stalinizada más tarde, se les aparecieron a los revolucionarios de la primera mitad del siglo XX como problemas enteramente nuevos que había que abordar continuando, recreando las elaboraciones de Marx y las experiencias de la Primera, la Segunda y la Tercera Internacional así como enfrentándose a nuevos peligros y desafíos.

El valor de los textos publicados en “El capitalismo y sus crisis” no reside, como señalo al principio, en que encierren la solución de los enigmas actuales. Su vigencia, por el contrario, habita en el hecho de que aportan una metodología para andar el arduo camino hacia su comprensión.

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