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LEY DE SERVICIOS DE COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL

Ahora ¿todos tendremos voz?

La semana pasada hablábamos sobre el falso debate planteado entre medios privados o medios estatales. En esta nota queremos ahondar en una crítica al concepto de “libertad de expresión” bajo el capitalismo. ¿Puede haber medios capitalistas y “libertad de expresión” al mismo tiempo?

9 de abril 2009

“¿Pero acaso la prensa es fiel a su carácter, actúa conforme a la nobleza de su naturaleza, es libre la prensa que se degrada al nivel de una industria? El escritor, desde luego, debe ganar dinero para vivir y escribir, pero en ningún caso debería vivir y escribir para ganar dinero (...) la primera libertad de la prensa es no ser una industria”

Karl Marx (Gaceta Renana N° 139, Suplemento, 19 de mayo de 1842)

La semana pasada hablábamos sobre el falso debate planteado entre medios privados o medios estatales. En esta nota queremos ahondar en una crítica al concepto de “libertad de expresión” bajo el capitalismo. ¿Puede haber medios capitalistas y “libertad de expresión” al mismo tiempo?

La comunicación como industria: ¿Independiente?

Hay una negativa de los impulsores del proyecto de ley oficial a cuestionar seriamente la idea de “libertad de expresión” tal y como se la da por entendida en la sociedad capitalista: que detrás de una igualdad de derechos formal entre todos los ciudadanos a poder expresarse y comunicar sus ideas se encubre que esa libertad sólo existe para los capitalistas.

Los impulsores del nuevo proyecto la defienden con el argumento de que se garantizará la independencia de los medios de comunicación y que la ley deberá impedir cualquier forma de presión, ventajas o castigos a los comunicadores o empresas o instituciones prestadoras en función de sus opiniones, línea informativa o editorial, en el marco del respeto al estado de derecho democrático y los derechos humanos, así como también estará prohibida por ley la asignación arbitraria o discriminatoria de publicidad oficial, créditos oficiales o prebendas.

Pero esta idea de “libertad de prensa” es tan abstracta como irreal. En primera instancia, porque, como dejó bien en claro Cristina en su presentación en La Plata, esta norma sólo afectará a una parte de los medios, los audiovisuales, dejando a los monopolios de la prensa escrita intactos. No se puede establecer una norma contra “cualquier forma de presión” sin definir cuáles son esas presiones. Las que enfrentamos cotidianamente los comunicadores son la censura del Estado, como encarnación del “orden” capitalista y como propietario él mismo de medios de comunicación, pero también enfrentamos la coerción económica, el chantaje de las empresas de comunicación contra sus trabajadores. No se pone en cuestión el hecho de que los medios materiales, los recursos físicos y aún el espacio aéreo de las frecuencias sólo puedan ser explotables en su enorme mayoría únicamente por sociedades que poseen capital, sean privadas o estatales. Desde el momento en que la prensa depende del financiamiento del capital, muere la independencia respecto a los intereses dominantes y el Estado.
Quien firma el acápite de este artículo fue periodista de profesión. En su juventud, Karl Marx se manifestaba contra una nueva ley de censura del gobierno prusiano. Este último se reservaba el derecho de interferir en los periódicos, que pertenecían a dueños particulares. Marx llegó a ser el editor de un periódico propiedad de la burguesía reformista de la ciudad de Colonia, la Gaceta Renana, en el año que duró su existencia, entre 1842 y 1843, hasta su clausura por el gobierno. Marx defendió en sus páginas, firmando con seudónimo, la libertad de prensa. Pero su punto de vista era radicalmente opuesto al de la burguesía liberal, que financiaba dicho periódico, y cuyas ideas siguen siendo las ideas dominantes hoy en día. Marx no defendía la “libertad de prensa en general”. Para el fundador del comunismo moderno, no podía haber verdadera libertad de prensa si esta última no dejaba de ser un comercio, para lo cual era necesario arrancárselo de las manos a sus dueños capitalistas.

La ley nos “equipara”… todo lo demás nos diferencia

El proyecto propone establecer un cupo de un 33 % de mínimo de asignación de frecuencias para organizaciones sociales o sin fines de lucro (para equipararlos a los privados y al Estado, cada uno con su cuota de un 33 %). En el mejor de los casos, supongamos que tras un rótulo tan ambiguo puedan entrar como posibles adjudicatarios de licencias organizaciones de trabajadores como por ejemplo sindicatos recuperados u otros colectivos de lucha. Pero justamente, esta pretendida “equiparación” entre “sectores sociales”, empresarios y Estado es una farsa, porque mientras sigan existiendo medios capitalistas, las “organizaciones sociales” nunca van a poder estar en condiciones de tener una audiencia, una circulación y una promoción mínimamente equiparable y en posibilidad de poder competir por “ganarse a la opinión pública” con los grandes medios, debido a la carencia de capitales y recursos. Los multimedios en Argentina ya poseen una acumulación tal que les permite moldear grandes sectores de la población, establecer la “agenda” informativa, difundir los valores y las ideas de la clase dominante con eficacia y constancia. Quienes queremos cambiar esta sociedad de raíz no podemos contentarnos con muy tibias regulaciones al derecho de los capitalistas. Quienes luchamos por una comunicación que ayude a develar las mentiras de la clase dominante, que sea sincera, que aporte a la autoeducación de los trabajadores y de quienes luchan constantemente contra este sistema de explotación no podemos “competir” con Clarín o Telefónica por medio de “cupos de admisión”. Se trata de echar abajo un enorme aparato de mentira industrializada. Se trata de arrancarles las herramientas y los recursos tecnológicos inmensos de estos monopolios para ser apropiados y utilizados por los trabajadores.

Sólo puede haber verdadera libertad de expresión, no formal sino real, en la medida en que los explotados puedan tener acceso a los recursos de la prensa escrita y las frecuencias de onda por las que transitan las comunicaciones de radio, televisión, internet y cable. Que sean sustraídas a las empresas y administradas democráticamente por ellos mismos. Así como hoy hay una gran concentración de las ondas y los cables en pocas manos, a la manera del latifundio en el campo, hace falta que las frecuencias puedan ser repartidas democráticamente por los trabajadores y el pueblo, para que sus propias organizaciones tengan voz.

Los impulsores del proyecto oficial, como Eduardo Aliverti, dirán que esto es pura utopía afiebrada. Pero lo verdaderamente utópico es su modelo de “pequeño capitalismo” mediático reducido al campo audiovisual. ¿Qué más afiebrado que “luchar contra los monopolios” sin cuestionar ni la propiedad privada de los medios, y por ende sin cuestionar la competencia capitalista ni la concentración en sí misma, y encima aliados al gobierno K, que en los últimos años, por ejemplo, prorrogó las licencias de las frecuencias hasta el 2015 a su “archienemigo” el Grupo Clarín?

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