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Editorial

EL TRIUNFO DE CRISTINA KIRCHNER

El pacto que viene después del voto

Los empresarios interpretaron bien el resultado de las elecciones presidenciales: cuando más votos tenga la candidata oficial de parte de los trabajadores y los sectores populares, con más confianza cuenta el gobierno para satisfacer las necesidades de las patronales.

Comité de Redacción

1ro de noviembre 2007

Con el 45% de los votos los Kirchner obtienen un triunfo político plebiscitando su continuidad en un segundo mandato. Su mayor caudal lo obtienen de los trabajadores y grandes sectores del pueblo pobre que votaron a Cristina Kirchner con la ilusión de conservar la estabilidad económica, mientras sectores de las clases medias urbanas rechazan las formas verticalistas del matrimonio presidencial votando a la Coalición Cívica de Elisa Carrió. De conjunto, la clase dominante, basada en un ciclo excepcional de crecimiento económico (aunque muy probablemente no duradero) de la economía internacional, ha logrado superar el enorme trauma que ella misma había provocado con la más alta desocupación en la historia nacional y la confiscación de los ahorros de las clases medias en la última gran crisis capitalista del 2001.

El triunfo de Cristina Kirchner tiene un componente primordial en la recuperación económica. Las zonas fabriles le aportaron una diferencia de 1,2 millones de votos con respecto a la Coalición Cívica. La alta votación en las concentraciones obreras urbanas del Gran Buenos Aires no es sólo producto del aparato clientelar como analiza el gorilismo. Relativamente, aunque los aparatos de caudillos territoriales del viejo PJ y también de algunos restos de la UCR, conservan poder (y lo demostraron con el operativo de robo masivo de boletas de la oposición y la izquierda), donde están las concentraciones obreras más importantes del país el impacto de la recuperación del empleo fue clave. Más precisamente, el conurbano le dio el 33% de los 4 millones de diferencia sobre Carrió. Esta votación refleja un acompañamiento masivo al gobierno por parte de la clase trabajadora que empieza a luchar como clase en la arena sindical, pero vota como ciudadano atomizado en el terreno político. Mientras vastos sectores han comenzado luchas reivindicativas, aún de conjunto la clase trabajadora expresa la ilusión de mantener la estabilidad económica y la mejora evolutiva del nivel de vida.

Daniel Scioli fue un componente clave en la provincia de Buenos Aires, no por la diferencia entre sus votos a gobernador y los de Cristina Kirchner, sino porque aportó el ala conservadora del peronismo absorbiendo a parte de los sectores medios de centroderecha que reclaman seguridad y una policía más eficiente. El nuevo gobernador canaliza esta demanda con la promesa de un mandato a la derecha de la gestión de las “reformas” de Arslanian, llamando a “reconstruir la confianza” entre la gente y la Policía” (Clarín, 30 octubre). Al mismo tiempo, las distintas expresiones de la derecha quedaron a la defensiva ante la condena al cura Von Wernich que desenmascaró el rol de la Iglesia en el genocidio; y que el gobierno supo utilizar contra el “jefe espiritual” de la oposición, Bergoglio.

Con este juego de pinzas, entre la demanda de “seguridad” canalizada por Scioli y repintar los blasones del “gobierno de los derechos humanos” (nada menos que los encubridores de los secuestradores de Julio López), el Frente para la Victoria logró dejar en la marginalidad a la derecha de “mano dura”. Empezando por Sobisch y siguiendo con Blumberg, Patti, el intendente carapintada de San Miguel, y con la baja votación del empresario macrista De Narváez que llamó a cortar boleta desprendiéndose de la secta testimonial del “neoliberalismo” de Ricardo López Murphy, y se colgó de las polleras de Cristina.

La ilusión de un “neo-bipartidismo”

Los triunfos y altas votaciones de la Coalición Cívica de Elisa Carrió en ciudades como Buenos Aires, Mar del Plata, Bahía Blanca, Córdoba y Rosario, expresan una mezcla de sectores progresistas y gorilas como históricamente combinó el partido radical. Sobre la base del conformismo social, las clases medias de las principales ciudades del país, expresan su oposición política, contra el autoritarismo, la concentración de poder y por el normal funcionamiento de las “instituciones de la República”. Elisa Carrió puso de compañero de fórmula al “socialista” Giustiniani al mismo tiempo que postuló como su ministro de Economía a un representante de la banca como Prat Gay y le hizo toda clase de guiños a la Iglesia, a la Sociedad Rural, a las patronales petroleras, a las Fuerzas Armadas. Es decir, a todo el viejo establishment burgués. Atrajo así no sólo los votos radicales de López Murphy sino también a un importante sector de los votantes de Macri en la Capital (15,3% obtuvo la lista para diputados por la Capital encabezada por Patricia Bullrich, y el 28% la senadora ex - cavallista Estensoro, mientras que la otra lista de “centroizquierda” encabezada por el “socialista” Roy Cortina obtuvo el 13,7%). Macri dejó huérfana de conducción nacional a la centroderecha, y así el viejo partido “neoliberal” que el ex -menemista de Misiones, Ramón Puerta quiso revitalizar propiciando que el empresario se postule a presidente luego de su triunfo en la Ciudad, ha quedado por ahora fuera de carrera. Es más, Cristina Kirchner destacó que fue Gabriela Michetti la única que llamó a felicitarla por el triunfo mostrando la necesidad del macrismo de una convivencia con el nuevo gobierno para gestionar la Capital.

Con la misma intención que el gobierno levantó a Carrió los últimos días de campaña como el oponente elegido (y el diario Clarín le dio un espaldarazo), también luego del resultado el oficialismo salió a polarizar contra la capital que “vive en una isla” y el “voto gorila” (nada menos que dicho por alguien que como Alberto Fernández supo captar esos votos en el partido de Cavallo).

Los Kirchner pretenden rearmar un “neo-peronismo”, albergando a distintas alas. La “renovación” se expresó en el triunfo del “Barba” Gutiérrez en Quilmes contra el reaccionario Intendente Villordo o en la caída del eterno Quindimil en Lanús. Sin embargo, al mismo tiempo que Cristina se muestra admiradora de Hillary Clinton y sus aliados kirchneristas de la CTA trajeron a Segolene Royal a festejar el triunfo oficial, mantiene una alianza con los aparatos de Hugo Curto en Tres de Febrero, de Ishi en José C. Paz, de Julio Pereyra y Raúl Othacehé en Florencia Varela y Merlo, como también los viejos caudillos radicales, ahora K, Enrique García y Gustavo Posse en Vicente López y San Isidro. El viejo pejotismo que intentó representar el gobernador de San Luis Alberto Rodríguez Saá y en parte Lavagna (aliado al radicalismo de Alfonsín), quedó a la defensiva, tanto que el mismo Duhalde que los apadrinaba auguró que ganaba Cristina Kirchner en primera vuelta una semana antes de la votación. Kirchner se propone una tarea más prosaica que la de participar en un “taller literario” como dijo irónicamente que hará al terminar su mandato: va a intentar armar un partido pactando con punteros y caudillos que vienen del “pejotismo”, grupos de choque como los que enviaron al Francés o se vieron en San Vicente, junto a personalidades de los derechos humanos y dirigentes de la CTA.

Contra lo que los analistas oficiales venían augurando, no estamos ante un régimen político en base a dos coaliciones, una de centroderecha y otra de centroizquierda. Lo que estos resultados de las presidenciales arrojaron es la formación de coaliciones en base a figuras, donde conviven alas de centroizquierda y centroderecha en ambas, como un remedo de las viejas identidades del peronismo y el radicalismo, aunque todavía sin partidos consolidados. El punto más débil de estos intentos de recomponer el régimen político burgués es que están basados -tanto para Cristina Fernández como para Carrió- en los ritmos políticos más o menos evolutivos acordes a un crecimiento económico sostenido durante varios años más. No parece ser la perspectiva.

El “pacto social” con el gran capital

Los nubarrones de la economía internacional, particularmente la norteamericana, preanuncian importantes complicaciones para la economía nacional. A pesar de los altos precios de las materias primas que exporta Argentina que permitirán seguir recaudando al Estado nacional, inclusive con nuevas retenciones al agro, la situación financiera internacional ya hoy dificulta el crédito y las inversiones. Pero si EE.UU. entra en recesión, como muchos pronostican, se retraerá la economía internacional y esto golpeará, más temprano que tarde, sobre una economía nacional mucho más dependiente del mercado mundial que en el pasado.

El giro de Cristina Kirchner hacia los grandes empresarios extranjeros, los EE.UU. y el poder financiero visto durante la campaña, ha significado que diarios oligárquicos como La Nación hayan pasado de la crítica a las alabanzas: “La principal novedad que definió Cristina Kirchner en Olivos es incorporar [al pacto social] a los dirigentes del sector financiero, además de los industriales y a los representantes de la cadena productiva. El primer acuerdo con ellos Kirchner lo firmó una semana antes de las elecciones para que rebajaran las tasas de interés de los créditos. El discurso económico de Kirchner le adjudicó siempre al sector financiero gran parte de los males que vivió la Argentina en los 90. En cambio, siempre rescató a los industriales” (...) “Viene una etapa más conciliatoria. Cristina quiere abrir más el juego como afirman hombres cercanos al presidente” (La Nación 31/10). Junto a esta apertura hacia los sectores financieros que incluirá el desembolso de la deuda pendiente con el Club de París y la restitución de las relaciones con el nuevo jefe del FMI; está la promesa de aumento de tarifas a las privatizadas y la decisión de achicar el gasto del estado (ni pensar en aumentos para estatales, docentes o de los presupuestos de salud y educación) para aumentar el superávit fiscal (en una medida típica de los monetaristas más ortodoxos). Si Kirchner asumió hablando de la “reconstrucción de la burguesía nacional” desde el Estado, el mandato de Cristina está mas orientado a la promoción de la inversión extranjera, garantizando las “ventajas competitivas” de Argentina con los bajos salarios, para atraer empresas volcadas a la exportación. Inclusive, anuncian (como reclaman empresarios de la industria) la posibilidad de una nueva mini devaluación (con un dólar que pase de los 3,20 pesos a los 3,40), que les asegure un nuevo colchón de rentabilidad para luego abrir las negociaciones salariales en el “Pacto Social”.

Las perspectivas de la clase trabajadora y la izquierda

Ante la ausencia de un claro sistema de partidos renovado el Pacto Social se erigirá como la nueva institución del régimen político. Su objetivo es ser mucho más riguroso con los aumentos salariales. De ahí que el mismo gobierno que tuvo en Hugo Moyano a un aliado indispensable para fijar los techos salariales en el periodo anterior, azuza a otras alas de la burocracia sindical para debilitar su poder de negociación e incluir en el pacto a todos los sectores de la cúpula sindical, debidamente fragmentada. No sólo de la CGT sino también de la CTA donde los kirchneristas Hugo Yasky y De Petris, que recibirán cierto reconocimiento de personería legal para su central, han lanzado una ofensiva de disciplinamiento con el proyecto “nacional y popular” de la nueva presidenta contra el mismísimo Víctor De Gennaro y la conducción de ATE que salió a respaldar públicamente la candidatura de Pino Solanas. Hay que señalar que con el resurgimiento en la Capital del proyecto de una centroizquierda “nacional” de Pino Solanas y el ingreso de Claudio Lozano como diputado nacional, intenta aparecer una nueva izquierda reformista “nacional”, con ciertos lazos orgánicos en un sector de los trabajadores de servicios y estatales. Pero la pretensión de “recuperar los recursos nacionales” o “redistribuir la riqueza” que pregona la búsqueda de una “burguesía progresista” inexistente, termina siendo el semillero de nuevos figurones de centroizquierda que seguirán la ruta del sometimiento al gran capital como lo hizo Chacho Alvarez o Ibarra, y será inútil para enfrentar al pacto social de un gobierno que se entrega cada vez más al capital extranjero.

La gran mayoría de los trabajadores que votó a Cristina Kirchner va a continuar su experiencia bajo este gobierno, en mayor o menor ritmo según se desarrolle la crisis económica, y la perspectiva es que de las luchas salariales o por nuevas condiciones de trabajo se pase a enfrentar, tarde o temprano, las imposiciones antiobreras del Pacto Social. En medio de una nueva crisis capitalista las huelgas económicas pueden elevarse a la lucha política.

La clase trabajadora entra en este nuevo período con una minoría de organizaciones combativas. Como señala un editorialista de Clarín: “Cristina intentará acotar las demandas salariales con el Pacto Social”, pero “fuera de la relación con las dos cúpulas sindicales, queda por ver qué estrategia puede darse con los trabajadores ‘autoconvocados’, que a partir de métodos de organización más horizontales, asamblearios, no acatan los límites reivindicativos de las dirigencias formales” (Clarín, 31/10).
Desde estas páginas venimos señalando sistemáticamente la importancia de este sector, todavía minoritario, de delegados de base y comisiones internas combativas que nutrieron en buena medida el caudal de votos de la izquierda. Ya está clara la “estrategia” del futuro gobierno frente a este sector. Por un lado intentará cooptarlo y corromperlo, y si no derrotarlo, apoyándose en las distintas alas de la burocracia sindical. Porque saben que la existencia de ese sector de la clase trabajadora es un peligro de transformarse en un polo que, pacientemente, se dirija a los millones que aún confían en el gobierno desnudando el doble discurso y preparando las condiciones para que emerja una poderosa fuerza de clase cuando las nuevas crisis rompan las actuales ilusiones de bienestar “desde arriba”. El agrupamiento de la izquierda clasista que proponemos (ver artículo Pág. 4) no lo entendemos solamente como la unidad de las corrientes de izquierda sino indisolublemente ligado a la unidad de las nuevas organizaciones que surgen desde abajo para dirigirse a la base trabajadora que hará la experiencia con el gobierno, señalando desde ahora la perspectiva de lucha de clases y el enfrentamiento con su Pacto Social.

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