El 18 de marzo en Sarandí, Hugo Krince, de apenas 19 años, murió acribillado por una patrulla de la Policía de Buenos Aires II compuesta por el Sargento Claudio Carabajal y los oficiales Leonardo Bravo y Gisel Barboza . Hugo recibió 2 balazos en el pecho, 2 en el brazo y 2 más por la espalda cuando se encontraba tirado en el piso. En el mismo episodio, Juan Escobar de 20 años recibió 4 tiros. No lo mataron, pero herido pasó 5 días en un calabozo. Escobar denunció “me apretaron reiteradamente las heridas para que perdiera más sangre” y que “los policías me quisieron hacer firmar una declaración donde reconocía haber matado a Hugo Krince”. Los testigos cuentan como los tres policías de civil se acercaron a un grupo de 10 jóvenes que estaban en un quiosco y les dijeron “ustedes tienen marihuana”, “insistieron hasta que los chicos le dijeron que se fueran”. Lo último que escucharon fue cuando uno de los policías les decía “Así que te haces el vivo”, luego siguieron los disparos. Hoy los tres policías están libres. La fiscal Norma Moran de la UFI 12 de Lomas de Zamora, a cargo de la investigación, caratuló escandalosamente la causa como “homicidio en riña” (es decir inventó un enfrentamiento donde no lo hubo y por lo tanto donde no se puede determinar quien fue el autor). Otra anomalía, típica de los casos de gatillo fácil, es que la pericia balística se realizó una semana más tarde.
El 9 de abril en una extensa nota en Página/12 el ministro de Seguridad bonaerense, León Arslanián, se explayaba sobre las “virtudes” de la Policía II: “yo creo que a esta policía le cambiamos todo , le cambiamos el nombre, la organización, los escalafones, los grados , lo que más cuesta es cambiar la cultura... los policías jóvenes son otra cosa”. Los aspirantes se forman en la Universidad de La Matanza y hacen la práctica en el destacamento de Gendarmería de Mercedes (con los mismos que mataron a Víctor Choque, Teresa Rodríguez y Aníbal Verón, entre otros). La enseñanza de los derechos humanos se presentaba como la panacea que iba a hacer surgir uniformados “diferentes”. Pero como ya lo decíamos en pleno auge de Blumberg, el que los asesinos de los trabajadores se instruyan en universidades o reciten el pacto de San José de Costa Rica no les quita en lo absoluto su carácter de asesinos del pueblo trabajador. Vayan como ejemplos el de la policía yanqui, especialista en asesinar negros y latinos, o el de la Policía Judicial Mexicana, una fuerza que utiliza su formación universitaria para matar y realizar todo tipo de acciones criminales.
En nuestro país, a principios de siglo, el Coronel Ramón Falcón masacró con caballería y balas a los obreros que en Plaza Lorea reclamaban por las 8 horas de trabajo. Una de las calles más largas de la ciudad de Buenos Aires lleva su nombre. El Comisario Fernández Bazán, cuyo retrato se observa en la jefatura central de policía, estableció como norma en la década del ’30 la práctica del “primero disparo luego pregunto” y se especializó en la caza de trabajadores anarquistas. Entre sus ilustres continuadores estuvo el General Ramón Camps, asesino de obreros y estudiantes, del que es subsidiaria una bonaerense que tras la caída de la dictadura y por el descrédito en el que quedaron las fuerzas armadas, asumió junto a la gendarmería la tarea de establecer su “control social” en los barrios y de reprimir la lucha de los trabajadores y el pueblo. Ahora con 1.600 casos de gatillo fácil impunes (apañados por la justicia y los partidos patronales) y la participación en múltiples actividades delictivas, la bonaerense se vuelve impresentable y surge como alternativa cosmética la Policía II que a días de cumplirse 30 años del mayor genocidio de nuestra historia muestra el rostro de una institución irreformable.
El martes 18, a un mes del asesinato del joven Hugo Krince, marchamos con sus amigos, familiares y otras víctimas de la represión y la impunidad por las calles de Avellaneda.

(*) Carla Lacorte es víctima de gatillo fácil e integrante del Ce.Pro.D.H.