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EXITOSO CURSO EN EL IPS

Las revoluciones de posguerra y la Teoría de la Revolución Permanente

Durante el último mes se desarrolló en el Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx el curso “Las revoluciones de posguerra y la Teoría de la Revolución Permanente”, coordinado por estudiantes de la UBA. Los 70 asistentes de distintas facultades debatieron sobre los grandes acontecimientos sucedidos en la segunda posguerra, como las revoluciones en China en el ’49, Bolivia en el ’52 y Hungría en el ’56.

23 de agosto 2007

Durante el último mes se desarrolló en el Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx el curso “Las revoluciones de posguerra y la Teoría de la Revolución Permanente”, coordinado por estudiantes de la UBA. Los 70 asistentes de distintas facultades debatieron sobre los grandes acontecimientos sucedidos en la segunda posguerra, como las revoluciones en China en el ’49, Bolivia en el ’52 y Hungría en el ’56.

En el primer encuentro, las discusiones sobre la tercera revolución china de 1949 partieron del análisis de una época excepcional: donde, mediante los pactos de Yalta y Postdam entre el stalinismo (muy fortalecido tras la victoria sobre los nazis) y el imperialismo, acaban dividiéndose el mundo en zonas de influencia, a costa del bloqueo de la revolución en una Europa destruida por la guerra. De esta manera, la concentración de fuerzas de EE.UU. en Europa Occidental y su consecuente debilidad para sostener el régimen del Kuomintang (partido nacionalista burgués), por un lado; y la negativa de este partido a realizar un acuerdo con Mao por otro, acaban empujando al PCCh a la revolución agraria, la ruptura con el gobierno burgués y la toma del poder, cambiando la política que había seguido durante el período anterior1.

De esta forma, se avanzó sobre la hipótesis excepcional de la teoría esbozada en el Programa de Transición. Allí Trotsky afirmaba que “no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación muy excepcional (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.) los partidos pequeño burgueses sin exceptuar a los stalinistas, pueden llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía”. De todas formas - y a pesar del heroísmo del pueblo chino-, la falta de centralidad de la clase obrera, la ausencia de organismos soviéticos y el consecuente surgimiento de un “stalinismo nacional”, condenaron a esta gran revolución a un estado obrero deformado.
En la segunda reunión se discutió acerca de la Revolución Boliviana de 1952, que es más bien una “revolución clásica” con hegemonía proletaria. En abril de 1952, comienza una insurrección obrera y popular, con un rol central de los mineros, que destruyen el ejército burgués, inaugurando una situación de doble poder. Por un lado quedó el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario al frente de los restos del Estado y, por el otro, la naciente Central Obrera Boliviana apoyada en casi 100 mil obreros organizados en milicias.

Se abordaron los problemas estratégicos que planteó la revolución para la izquierda, y particularmente para el Partido Obrero Revolucionario, redactor de las famosas “Tesis de Pulacayo” y con considerable influencia. La política del POR desaprovechó la posibilidad de intervenir con una estrategia que marcase al proletariado el camino del poder. Erróneamente, esta organización se limitó a un “apoyo crítico” al MNR y no levantó la consigna “todo el poder a la COB” para orientar a los obreros en la perspectiva de la dictadura del proletariado. El costo de este error lo enseña la historia, mostrando que el MNR no sólo fue incapaz de resolver las tareas democráticas en Bolivia sino que desde la década de los ´80 se convirtió en aplicador directo de las políticas neoliberales.

En el tercer encuentro discutimos la Revolución Húngara, partiendo de la definición de Trotsky de estado obrero degenerado. De esta manera, Trotsky daba cuenta de las conquistas que significaban la propiedad nacionalizada y la planificación para la URSS, pero señalando al mismo tiempo la expropiación política al proletariado ruso por parte de la burocracia del Kremlin, situación que se extendía a los países del glacis sobre los cuales avanzó el Ejercito Rojo expropiando a la burguesía sin intervención de las masas. Se planteó la necesidad y las tareas de la revolución política para barrer a la burocracia, manteniendo y profundizando las conquistas de los estados obreros entonces deformados.

Debatimos también otras visiones que se mostraron impotentes para explicar la restauración capitalista en la ex URSS, como la de capitalismo de estado, que sostenía que no había diferencias cualitativas entre la URSS y el capitalismo occidental, ya que ambos expresaban una misma tendencia hacia una mayor intervención estatal en la economía2. También la del colectivismo burocrático, que planteaba que la URSS y sus estados satélites constituían una sociedad reaccionaria dominada por relaciones de explotación (superiores y más eficaces), aunque de un tipo distinto al capitalismo3.

A modo de cierre, debatimos nuestra recuperación del legado de Trotsky y la ruptura teórico programática con Moreno y la LIT. Si bien tomamos como hilos de continuidad sus batallas correctas contra las adaptaciones del trotskismo en la posguerra, consideramos que la revisión que hizo Moreno a la Teoría de la Revolución Permanente en los ’80 a través de la “teoría de la revolución democrática”, extendiendo la excepción de las revoluciones del ‘43-’48 a toda la posguerra, llevó a su corriente a una visión etapista de revolución en el régimen político y al abandono del programa de transición por las viejas demandas mínimas.

Todas estas discusiones surgieron alrededor de las dificultades estratégicas, teóricas y políticas para el movimiento trotskista ante procesos excepcionales donde se lograban triunfos revolucionarios episódicos que no seguían la “norma” prevista por Trotsky. Estos problemas no fueron resueltos en clave revolucionaria por los dirigentes de las corrientes trotskistas, a pesar de haber dado por momentos algunas respuestas correctas acabaron dividiéndose a grandes rasgos entre aquellos que embellecían a las direcciones pequeñoburguesas o stalinistas que dirigieron los procesos y quienes, basándose en el carácter contrarrevolucionario de las mismas, negaban la existencia de toda conquista, absolutizando distintos aspectos de la teoría.

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