En el mes de junio pasado, Romina Tejerina fue condenada a 14 años de prisión por haber cometido, según la justicia jujeña, “homicidio agravado por el vínculo”, porque Romina apuñaló al bebé que parió sola en el baño de su casa.
En el fallo, la justicia -que durante el juicio oral no hizo más que dedicarse a hablar del aspecto físico de la joven y de sus gustos por la música y el baile- si bien admite que hubo atenuantes, no reconoce ni que hubo violación, ni que Romina sufrió un brote psicótico. Algo que sí reconoce la Asociación de Psiquiatras Argentinos. En cuanto a la violación, a la defensa de Romina se le negaron una serie de pruebas que podían demostrar que efectivamente había sido violada. Los jueces, que en ningún momento dudaron de la palabra del violador, ante Romina no se permitieron siquiera el beneficio de la duda. ¿Será que no vale lo mismo para la justicia burguesa las palabras de una mujer pobre, que la de un vecino, hermano de un policía?
La impunidad llega al colmo de que Eduardo “Pocho Vargas”, el violador, abrió una causa contra el músico León Gieco por apología del delito, en alusión a su canción “Santa Tejerina”.
Que Romina esté presa y el violador sin castigo es admitir como algo “natural” que las mujeres seamos usadas como objetos, que sea “natural” que los jueces condenen a las víctimas de una larga cadena de opresiones. Lo que ocurre con Romina no es un hecho aislado. En todo el país, tanto niñas, adolescentes y mujeres adultas, deben sufrir vejaciones de todo tipo, superexplotación y opresión.
Hace pocos días, en un reportaje publicado en Página 12 (21/09/2005), Romina afirmó: “El día que esté afuera voy a ponerme a pelear para que otras chicas no tengan que pasar por esto”. Aquellas/os que no renunciamos a luchar contra las injusticias no podemos permitir que Romina esté tras las rejas. Para lograr su libertad, evidentemente deberemos enfrentarnos a esta justicia que ha demostrado una vez más que es una justicia de clase que solo beneficia a los poderosos.