logo PTS

Internacional

Los obreros del Rameseum

“Tenemos hambre”, gritaron enardecidos los manifestantes. Fue el mismo grito de los obreros que con sus huelgas fueron un factor clave para la caía de Mubarak.

Hernán Aragón

17 de febrero 2011

Los obreros del Rameseum

“Tenemos hambre”, gritaron enardecidos los manifestantes. Fue el mismo grito de los obreros que con sus huelgas fueron un factor clave para la caía de Mubarak. Tal vez pocos de ellos supieran que esas mismas palabras habían sido pronunciadas en ese suelo unos 3.177 años atrás, y menos aún que un siglo y medio antes la pluma de un hombre escribiera que los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo las circunstancias con las que se encuentran y les han sido legadas por el pasado.

Ese hombre era Karl Marx, quien tampoco podía suponer que su frase encontraría una nueva confirmación en los huelguistas que hoy pueblan las calles de Egipto.

En 1799, diecinueve años antes del nacimiento de Marx, Pierre-Fran˜çois Bouchard, capitán del ejército francés, descubría en un pueblo del delta del Nilo llamado Rosetta una de las piezas arqueológicas más importantes de la humanidad: la piedra Rosetta era la llave para que mucho tiempo después los estudiosos pudieran transcribir fidedignamente los papiros del antiguo Egipto. Marx hubiera sonreído si hubiera llegado a leer la trascripción de la reliquia que fuera el primer registro escrito acerca de una huelga.

En el año 1.166 A.C el escriba Amennajet, perteneciente al equipo de trabajadores de las tumbas que Ramsés III había mandado a construir, sellaba la proclama: “Tenemos hambre... hemos venido aquí empujados por el hambre y por la sed; no tenemos vestidos, ni grasa, ni pescado, ni legumbres. Escriban esto al faraón…”.

Mientras la burocracia estatal crecía excesivamente, los bienes de primera necesidad escaseaban para las grandes masas. “Comunico a mi señor que estamos completamente empobrecidos (...) Se nos ha quitado un saco y medio de cebada para darnos un saco y medio de basura”. Las penurias sufridas condujeron a esos trabajadores primitivos a tomar una decisión trascendental: abandonar el trabajo.

El reclamo traspasa los muros de la necrópolis y se traslada a la ciudad. Las autoridades hacen promesas, pero las raciones de comida nunca llegan a tiempo. Entonces, el límite de la paciencia prescribe y al grito de “tenemos hambre”, los obreros ocupan el recinto sagrado que rodea el templo funerario de Ramsés II (Rameseum) provocando la huída de los policías que no se atreven a enfrentar a la multitud.

Haciendo el ejercicio de dejar de lado las diferencias obvias que separan al modo de producción esclavista con el actual, podrán encontrarse similitudes notables. La de un régimen opresor en decadencia que desde hace 30 años gobierna con la lógica de los faraones. La de un pueblo de 80 millones de almas hundido en la pobreza y en la desocupación que intenta resurgir con su lucha.

Será por eso que con la fuerza de una maldición, los obreros del Rameseum empujan para encontrarse con los ferroviarios que hoy cortan las vías de El Cairo reclamando la planta permanente, con los trabajadores de los servicios públicos, de la sanidad, de los bancarios, o de los petroleros del Canal de Suez.

La andanada de huelgas comenzada en Egipto reafirma que el proceso revolucionario sigue abierto. También vienen a reafirmar otra de las lecciones sacadas por Marx: las luchas económicas, cuando sus causas son profundas y no pueden ser satisfechas por la burguesía, no tardan en ascender al campo de la lucha política.

Quien enseñara que el motor de la historia era la lucha de clases, fallecía un 14 de marzo de 1883. Unas tres décadas más tarde, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo fundaban en Alemania la liga espartaquista. Al bautizarla con ese nombre, los revolucionarios rendían un homenaje dual. Era una reivindicación al esclavo tracio que en el año 72 A.C. se había rebelado contra la república romana, como también lo era del enunciado marxista de que los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo las circunstancias con las que se encuentran y les han sido legadas por el pasado. Piensan en Marx y en Espartaco para que en la revolución, la resurrección de los muertos sirva “para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder ante su cumplimiento en la realidad, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez a su espectro”.
¿Qué sucedería si los obreros del Rameseum, contagiados por el espíritu que hoy empieza a recorrer al mundo árabe, invitaran a Espartaco y a su ejército de esclavos insurrectos a reencarnar junto con ellos para barrer al Egipto de los generales y faraones?

Prensa

Virginia Rom 113103-4422

Elizabeth Lallana 113674-7357

Marcela Soler115470-9292

Temas relacionados: